—Viene de la entrada anterior—
…pero esta zona de Valdelaguna es pródiga en sorpresas. Tuvimos la suerte de divisar lo que parecía restos de un chozo en un rodal de monte dentro del campo de cebada que se estaba cosechando. Nos acercamos y pudimos comprobar que no estábamos descaminados: un chozo -¿de pastor?-con características nada típicas: en forma de cono relativamente afilado y alto, con una pared que en la base mediría algo más de 50 cm de ancha y un diámetro interior de poco más de un metro. O sea, no se utilizó para pasar la noche, sino sólo para protegerse en caso de lluvia, tormenta o viento fuerte y frío. Las piedras eran en su mayoría anchas y delgadas y ya se está cayendo buena parte de la zona exterior de la pared. Muy cerca, restos de lo que pudieron ser corralizas. Pero el chozo pudo ser utilizado, más que por un pastor, por el guarda de este monte.
Continuamos, ahora volando por una ancho camino de buen firme en dirección al valle de los Piñeles. Las manchas de monte fueron remitiendo hasta desaparecer por completo y dar paso sólo a las tierras de cultivo. Cerca del viejo camino de las Majadas vimos el Pozo del Escribano protegido por una simpática casita, perfectamente construida y bien conservada. El agua se echaba en una pila que conectaba con otra al exterior. Se ve que por aquí no suelen cruzar los vándalos, pues a pesar de encontrarse junto al camino y con la puerta sin cerrar con llave, todo está en orden.
Otro poco más de navegación llana para pasar junto a un plantío de nogales e iniciar el descenso a Piñel de Arriba. Fuentes y jardines no faltan en esta localidad. Descansamos en el Parque de Don Paco, párroco que fue de la localidad. Al lado, el busto de un hijo del pueblo asesinado en Zaire en 1996. A pesar de la sensación que dan las laderas –casi paredes en algunos puntos- blancas cerca del pueblo, lo cierto es que no faltan humedales y choperas. También vimos algunos palomares.
El trayecto al de Abajo lo hicimos saltando una pequeña lengua de páramo por Valderreveche, gracias a lo cual pudimos contemplar en toda su profundidad no sólo el valle de estas localidades, sino también el del mismo Duero. Al bajar, repusimos fuerzas en la fuente de la Canaleja verdadera, recién restaurada, que no en la otra, la falsa, cuya arca de recogida había quedado por debajo del caño de la fuente. ¡Cosas veredes, Sancho amigo!
En Piñel de Abajo teníamos pendiente una cita con otro árbol, un viejo nogal que se encuentra en un campo de cereal, no lejos de un pinarillo donde también vimos los restos de un palomar construido en barro. El nogal, también conocido por algunos como la Nogala de la Ribera, se encuentra –nunca mejor dicho- a sus anchas, pues no tiene ningún competidor cercano, y puede extender sus ramas sin problema sobre los campos. De porte equilibrado, la simetría es atributo de su perfil respecto al tronco, destaca sin proponérselo en el paisaje de Piñel. Por otra parte, resulta curioso ver cómo en todo este valle abundan los cerros aislados, desgajados del páramo que nos recuerdan la figura de una tarta aflanada.
Finalmente, pusimos rumbo a Pesquera de Duero por un camino a media ladera. Al llegar, cruzamos a la otra ribera para tomar la senda del Duero con sus continuos toboganes. Aquí predomina la sombra, que en verano se agradece sobremanera. Pasamos junto a la vieja Pintia de los Vacceos y al cruzar de nuevo el río y entrar en el término de Quintanilla de Arriba fue declararse la guerra. Sí, la guerra de zarzas, ortigas, cañizo, palos y troncos que habían tomado la senda y hacían frente a nuestro avance. De poco les valió, cierto, pero acabamos con todo tipo de heridas y arañazos, y bien ortigados hasta que se hizo de nuevo la paz al llegar al término de Valbuena. En tales condiciones, no creo que cruce mucha gente por aquí: ¿no puede hacer algo el Ayuntamiento de Quintanilla de Arriba?
El resto del trayecto fue un agradable paseo disfrutando de la sombra y la frescura de la ribera del Duero. Cerca de los Bancales nos refrescamos en una fuente a la que conduce una escalinata en piedra, bien visible; pasamos junto a los muros de San Bernardo y, antes de llegar a Valbuena, descansamos sobre un banco de madera, en una de las zonas más umbrías de nuestro itinerario. Junto a la pesquera, para relajar músculos y celebrar las llegada, nos dimos un buen baño.
