Quantcast
Channel: Valladolid, rutas y paisajes
Viewing all 770 articles
Browse latest View live

La Cavas de Isabel

$
0
0

Ya hemos mencionado de pasada las Cavas, al menos en una entrada anterior. Ahora vamos a hacer el recorrido completo desde Medina del Campo hasta el Adaja (unos 15 km) siguiendo esta zanja que se abrió por iniciativa de Isabel la Católica para traer agua a Medina, a la que tanto amó. Y lo haremos en sentido contrario al que recorrerían las aguas.

Estas aguas, llegaban al Zapardiel por donde ahora vemos el puente del ferrocarril de Zamora: de hecho, muy cerca está la calle Adajuela, nombre popular por el que era conocido el desagüe de la laguna de las Claras, porque esta laguna recogía, a modo de depósito, el agua de la Cava al llegar a la ciudad. Todavía podemos verla, seca, justo donde sale la carretera de Moraleja de las Panaderas, frente al convento de las Claras y no lejos del castillo de la Mota.

Las Lagunillas

Después de recorrer e intentar reconocer todos estos vestigios históricos, cruzamos la autovía de La Coruña siguiendo la carretera de Olmedo, para dirigirnos a un camino que hay en la orilla izquierda del arroyo de la Vega, otro de los nombres por los que es conocida la Cava. Avanzamos por una zona -la Dehesa de Arriba– que ha sido convertida de prado en polígono industrial. ¡Pero todo debería estar más limpio! Es triste comprobar que la Dehesa es, además, una escombrera.

A la altura de Pozal de Gallinas

Conforme rodamos parece que las praderas van ganando terreno. Y las Lagunillas, que así se llama el camino por el que vamos y, por tanto, la zona. Vemos algunas lagunas de escasa profundidad que han renacido gracias a las últimas lluvias. Finalmente la pradera va desapareciendo hasta que sólo queda una estrecha franja junto al arroyo de la Vega. Este arroyo es el emisario de las Lagunillas y, en general, de la Dehesa; seguramente vendría desde Pozal de Gallinas y fue aprovechado para trazar, en parte, la Cava.

Ya estamos en el término de Pozal y, en una suave cuesta, nos paramos junto a un torrejón de ladrillo y calicanto que fue utilizado como comuna anarquista en el siglo XIX. Al cruzar a la altura de esta localidad, a la zanja le crecen hileras de chopos y alguna alameda. Hasta aquí, la zona es también un humedal.

La Cava en el pinar

El paisaje cambia, pues nos introducimos en el pinar para cruzar enseguida la carretera y seguir de cerca la Cava hasta que se divide en dos ramales. Realmente es la revés, se juntan, pues ambas tomaban el agua del Adaja, pero a unos 500 metros de distancia la una de la otra. Tomamos la dirección de la Cava inferior hasta que se hace más profunda para salvar una colina y, sin solución de continuidad, conecta con el Adaja.

Aquí pudo estar el atajo que no llegó a funcionar

Conecta. Es fácil decirlo, pero ¿cómo lo harían en aquella época? Pues resulta que precisamente aquí parece que el Adaja romp un bloque o zona de piedra arenisca o caliza que lo cruzaba. Y tal vez intentando unir lo roto, apoyándose precisamente en los extremos de cada orilla, se conseguiría -con relativa facilidad- una presa que elevaba el agua. Estas aguas conectaban con la Cava a través de una muy profunda zanja y lo más complicado estaba resuelto, pues el agua a partir de aquí caía hacia Medina, que estaba más baja. El paisaje que vemos en estas riberas es original debido precisamente a la piedra, que no abunda en el tajo del Adaja. En todo caso, sabemos que este azud o atajo -como lo llamaban- no llegó a terminarse: la muerte de la Reina motivó el abandono de un proyecto difícil y muy complicado para la época. El alma de Isabel ya no tenía fuerza en este mundo y los hombres, no tan determinados y enérgicos ante la dificultad como ella, lo abandonaron.

El Adaja inmediatamente antes de llegar a la presa en la que se toma agua para Medina y otros pueblos de la comarca

Ahora seguimos 500 m. río arriba para conocer el otro atajo, que llegó a funcionar y, al parecer, condujo agua a Medina durante tres días hasta que se lo llevó la corriente del Adaja precisamente por falta de apoyo. Y, efectivamente, la Cava superior nace en un lugar donde el río es mucho más ancho y sin posibilidad de apoyo en roca.

Encinas en la Cabaña

Hasta aquí las Cavas. Como tenemos previsto volver a Medina siguiendo el curso de la Agudilla, continuamos por la cañada merinera que discurre por la ribera izquierda del Adaja, que cruza por densos e interminables pinares de negrales con piñoneros y alguna encina. Hacemos un parón en la Cabaña, que posee una buena balconada sobre el río y cuenta con excelentes ejemplares de pinos piñoneros y encinas. Al poco, estamos en San Cristóbal Matamozos, que se deja abrazar por la Agudilla. Pero este trayecto es otra historia y la contaremos en la próxima entrada.

Éste es el trazado de la ruta en wikiloc según Durius Aquae


La Agudilla

$
0
0

¿Es un arroyo? ¿Es un humedal? ¿Es un conjunto de lagunas? ¿Es una lengua de terreno especialmente feraz para el cultivo? ¿Es una pradera? ¿Es una zanja? ¿Es un afluente del Adaja? ¿Es una corriente de agua asesinada? ¿Es un cauce seco? ¿Es el recuerdo de algo que fue? Pues sí, todo eso es -y más- la Agudilla.

Nace, según los mapas en el término de Palacios de Goda, en la provincia de Ávila, a 11 km del río Zapardiel y a 2 km del Adaja. Sigue por los rasos de San Pablo de la Moraleja y Ataquines para entrar en el pinar de Matamozos y, cuando está a a punto de caer en los brazos del Adaja, a menos de 500 m., da un quiebro y se aleja de él en dirección a la Zarza para terminar, después de recorrer 40 km, rendida ante el Zapardiel, en Medina del Campo.

En el pinar de Matamozos, poco antes de precipitarse en el Adaja

Pero vayamos más despacio. No lejos del apeadero de Palacios hay un humedal donde, después de las temporadas de lluvia, se mantiene el agua a escasos centímetros bajo el suelo y, si llueve, se forman pequeños charcos superficiales. La Agudilla continua por debajo aunque no se la vea, manteniendo esa típica hierba oscura y rala de los humedales. Después, por San Pablo y Ataquines, entra en tierras de labor convertida en una vulgar zanja aunque todavía mantiene algunos prados. Da nombre a una pequeña colina y sigue por pinares, donde ha creado una franja estrecha a modo de praderitas en las que pocos pinos se atreven a establecerse. Y, a la vez que, como si intuyera su fin, huye en estampida del Adaja, rodea amorosamente el caserío de San Cristóbal de Matamozos.

Aquí hubo una laguna

¿Huye del Adaja? Ya lo creo. Pero los hombres, que han cambiado -a veces contra natura- el curso de los ríos, han construido canales navegables, levantado presas, roturado selvas… ¿cómo no iban a cambiar el curso de este pequeño arroyo? Y, además, lo tenían muy fácil: aprovechando que pasaba cerca del Adaja, tiraron una zanja de unos pocos cientos de metros hasta este río y ya está: la Agudilla sin agua, asesinada. (Y es que somos expertos en asesinar corrientes de agua). Le podían haber cambiado el nombre por la Sequilla y así completar la pifia. Seguramente maquinaron esto para que no inundara las tierras de labor que robaron, más abajo a nuestro querido arroyo…

Lengua en el pinar

Seguimos. Forma -o formaba- una lagunilla al pasar por San Cristóbal y, después de rodearlo, se mete de nuevo por los pinares formando un humedal, una lengua sin pinos, aprovechada para cultivar cereal. De vez en cuando los cultivos dejan paso a pequeñas praderas con alguna charca… siempre que llueva.

Se dirige después a La Zarza, pero antes de llegar, recibe el tributo del arroyo -o zanja- de Carremolino que viene acompañado del agua procedente de la fuente de Bilbis y de las lagunas del Prado Moral. Esto le proporciona un poquitín de alegría… si la estación es húmeda.

Una de las lagunas del Prado Moral

Desde la Zarza nosotros rodamos por el camino del Lomo que va -sobre un lomo, claro- entre los prados que forma la Agudilla y las navas y lagunas de la Zarza, refugio para grullas en invierno.

Humedal poco antes de llegar a Medina

De nuevo un pinar y de nuevo la lengua para cereal alternando con algunas praderas, hasta que cerca de Moraleja de las Panaderas se convierte en una pobre zanja. Pero si pensábamos que había muerto de manera definitiva, estaríamos muy equivocados. Renace como el Ave Fénix, o resurge como el Guadiana. Ahora se va a convertir en un ancho humedal, de extensas praderas y salpicado de variadas lagunas, y todo ello gracias a la ayuda del arroyo -o humedal- del Vallejo, que viene de la Zarza.

A punto de terminar en el Zapardiel

Forma a continuación la zona de Prados Fríos, sonde suele pastar ganado vacuno, pasa bajo el AVE a través de un conjunto de varios puentecillos -por gracia de Adif, menos mal- y entre la colina de la Garganta y el montecillo de la Agudilla, ya las puertas de Medina, se disuelve -si es que queda algo de este pobre arroyo- en el Zapardiela la sombra de cuatro álamos. ¡Qué difícil lo ha tenido para llegar hasta aquí!

Como todos los años, excursión a los caños

$
0
0

…de Toro. Y es que no se acaban las fuentes. De Toro, de Peleagonzalo y de Valdefinjas, pues estos dos últimos términos municipales se encuentran incrustados en el de Toro, que es uno de los más extensos de nuestra región.

Y de los más hermosos y variados, que todo hay que decirlo: lo atraviesa un Duero que ya es ancho y caudaloso, y también el río Guareña, que viene a morir al primero; su orografía no es llana, sino que está salpicada de cerros, montecillos y colinas. Y su vegetación es variada, predominando el monte de encinas y de pinos. Pero sobre todo posee un viñedo muy cuidado, hasta el punto de que cada parra -y no es exageración- está tratada con verdadero mimo, como si fuera la única de una familia que se esmera en cuidarla con primor. Y, por si todo esto fuera poco, están las fuentes, que salpican -¿o salpicaban?- el paisaje toresano.

Salimos esta vez de Valdefinjas, que posee una gran iglesia a la que se le hundió la cubierta, lo que produjo el deterioro del interior hasta que la repusieron y consolidaron lo ruinoso. Y ahí está, esperando tiempos mejores en los que tal vez pueda ser visitada.

F. de Valdebuey

Pasamos junto a la ermita del Cristo del Humilladero y, recorrido un kilómetro, nos presentamos ante la fuente de Valdebuey. Va a ser, sin duda, la fuente más espectacular de todas las que visitaremos hoy. Se levanta en un majuelo, rodeada también por pinares y posee excelentes vistas que dominan las colinas próximas. Fue construida en el siglo XVI en piedra caliza de cantería y cubierta abovedada de ladrillo, con más de tres metros de altura. Todo ello le da un carácter clásico y esbelto, a la vez que peculiar por estar en medio del campo. No posee abrevadero o pilón, sino que desagua a una charca cercana. Tenía agua que parecía estancada, cubierta de lentejuelas verdes.

F. del Caño

Nos vamos buscando la fuente de las Zanjas, que encontramos próxima a una escombrera y oculta entre la maleza. Pero descubrimos que ya habíamos pasado por aquí hace dos años. De manera que seguimos rodando hasta la fuente del Caño, que está muy cerca de Valdefinjas, de la que no nos hemos alejado. Una pareja de patos levanta el vuelo de la charca donde desagua este hontanar. El arca es también de sillares de caliza y está cubierta con bóveda de medio cañón, abierta de frente al exterior. Tiene agua pero, al igual que la anterior, parece estancada y se encuentra cubierta de lentejas de agua. Es un buen lugar para contemplar los tesos y cerros que se levantan en este campo toresano.

Las subidas y bajadas fueron continuas

Rodamos por un camino que domina un ancho valle hasta la fuente de Ballestero, escondida en un pliegue del terreno y oculta entre almendros y arbustos. El arca, malamente restaurada, está semiescondida entre vegetación, posee bóveda de medio cañón de ladrillo mudéjar. El abrevadero lo vemos unos metros más abajo cubierto de maleza seca que aprovechamos para limpiar en parte.

Nos dirigimos hacia el norte pasando por el punto más alto de la excursión, próximo a los 800 m., y nos dejamos caer casi hasta la fuente de Valdemantas, que posee delante una amplia laguna. Al otro lado de la laguna, abriendo hueco en un zarzal, vemos la boca de la fuente, en un arca de piedra con planta circular. En las paredes, por dentro, cuelga un cubo y una taza que invitan a beber.

F. de Valdemantas

No encontramos la fuente de Valorio, en el terreno donde hoy se encuentran majuelos de la bodega Cyan; luego nos enteramos de que ha despareció por completo. Y seguimos ruta hasta la fuente de Fariñas, todavía en un agradable lugar donde casi no hay cuesta para que aflore el agua; en vez de monte, ahora se encuentra rodeada de viñedo, pero ha sido respetada en la roturación. Tiene bóveda de ladrillo y el resto es piedra de mampostería. Su boca esta formada por un dintel curvado sobre sillares, lo que da a la fuente su fisonomía peculiar. A la derecha, un muro de piedra formando ángulo recto sostiene para mayor seguridad la tierra y protege el pilón original, existiendo otros a continuación de cemento.

El siguiente parón toca en la fuente Robles o de los Pilones, que buscamos ya en pleno pinar. Y -¡qué pena!- la encontramos destrozada en un lugar que debió de ser precioso. Se oculta detrás de dos arizónicas plantadas a posta, como si tuviera vergüenza de mostrarse en su penosa situación actual. Tras ella, la peña vertical que exudaba el agua, hoy completamente seca. Vemos los restos del arca y del pilón, pequeño y en curva. Además, se muestra en su última construcción de ladrillo moderno y cemento. En fin, todo muy triste hoy, debió ser muy alegre hace unas cuantas decenas de años…

F. de Fariñas

Ahora rodamos por los caminos del monte y de la dehesa de Aldeanueva. El paisaje ha cambiado de manera notable, pues se trata de un denso pinar nuevo acompañado de viejas encinas. Hacemos varios kilómetros con algunos tramos arenosos hasta que intentamos salir a la fuente Raposa, cosa que no logramos porque ya no existe. Era una fuente-pozo que se encontraba en un terreno abrupto y lleno de zarzas, por lo que no era fácil llegar hasta ella. Hoy es un terreno roturado y limpio, cubierto por un amplio viñedo y de la fuente, queda el lugar donde se situó más tarde un motor para sacar agua del pozo.

Tampoco nos topamos con la fuente de Adán, y no porque no exista, sino porque se encuentra dentro de la dehesa de Castrillo y un vallado nos impide acercarnos. Seguimos nuestra ruta y las fuentes que visitamos ahora ya las hemos visto en otras excursiones: son las de Nicomedes, el Soto -esta en Peleangonzalo- y de la Muñeca.

F. de Valdefama

Y de vuelta a Valdefinjas pasamos también por la fuente de Valdefama, en Valdemediano, casi a ras de tierras, seca y perdida hoy en un picón entre monte y viñedos, pues ningún camino nos conduce hasta ella. A pesar de todo conserva parte de su antiguo encanto. Tiene un largo a la vez que bajo frontal y en el medio un hueco para acceder al agua, cuando la hubo. A la derecha, apoyado en un murete, vemos un amplio pilón. Y allí la dejamos, ante un paisaje luminoso, asomada al viñedo, recordando los tiempos en que daba de beber a gentes y ganados.

Una última apreciación sobre estas fuentes. Desgraciadamente no fluye abundante agua, y la mayoría están secas a pesar de que la última época ha sido lluviosa. Sin embargo, hemos visto que al menos alguien las ha limpiado desde la última vez que pasamos por aquí, eliminando la maleza que las asfixiaba. Otras muchas tienen un sencillo cartelito de madera con su nombre. Al menos, esto es de agradecer.

Y volvimos a Valdejinjas después de recorrer casi 50 km con un chaparrón que nos caló en la última parte del trayecto y unos cuantos pinchazos en las ruedas. Gajes del oficio.

Aquí el recorrido y un artículo sobre el mismo asunto de Durius Aquae.

En el país de las Cuestas Medrosas

$
0
0

Todo el día anterior lloviendo: había que buscar alguna ruta por zona de arena o gravas, de manera que podíamos volver a la comarca de Toro, que carece de barro y tal vez por esa razón abundan los majuelos y no le van a la zaga los montes de pino y encina.

Salimos de La Bóveda de Toro que se encontraba preparando la fiesta del Lunes de Aguas. Siguiendo la estela del río Guareña fuimos hasta Villabuena del Puente y, de allí, pusimos rumbo a la zona sur del término de Toro subiendo una larga cuesta. Nos encontramos, en primer lugar, con la curiosa fuente de los Gavilanes, apoyada en la ladera. El arca parece, por fuera, un horno de asar; colma de agua un pilón que se apoya en un muro, sostén de la ladera, y de ahí pasa a un abrevadero perpendicular que sale a nuestra izquierda. Tiene agua, pero no se nota su fluir.

Los Gavilanes

Seguimos rodando cuesta arriba –majuelos, algún campo de cereal, encinas aisladas- hasta llegar al ras del paramillo mientras echábamos la vista atrás para contemplar el valle de La Guareña, con Peña parda y el teso de la Nariz al fondo y enseguida nos asomamos a los valles del oeste. Estamos ahora en la comarca de las Cuestas Medrosas, pues abundan los cerros, vallejos, picos, tesos, motas, mesas, con sus correspondientes laderas, vargas, peñas, cantiles e incluso despeñaderos, como más tarde vimos. Parece como si las suaves y onduladas llanuras de Toro y el Pego aquí se hubieran roto repentinamente. Lo de medrosas seguramente se deba a que, en algún momento, tal vez cuando las últimas luces del día quieren apagarse y comienzan a crecer las sombras, dan cierto miedo o, al menos, sugieren figuras fantasmagóricas.

Fuente de las Cuestas Medrosas

Sea como fuere es una comarca diferente y, para que no haya duda, nos dirigimos a la fuente de las Cuestas Medrosas, que se encuentra a orillas de un viejo tramo de carretera que, debido a su empinada cuesta en curva, quedó definitivamente muerto hace muchos años. Y allí está, con su agua a la que se la ve y oye fluir. El pilón se encuentra cubierto completamente de juncos, pero el arca, airosa, con su hueco hacia el norte, sigue cumpliendo su función. A sus pies se extiende ya el campo abierto.

Ahora vamos a acometer la misión más complicada de la excursión. Resulta que M. Otero, experto y divulgador de las fuentes de Toro, que habla de éstas sin señalarlas en el mapa, menciona la fuente de Casablanca. Dice dónde está pero, claro, para llegar a los topónimos que él nombra, hay que preguntar a los lugareños, si los encuentras. Tampoco viene esta fuente en el mapa, de manera que nos lanzamos a buscarla y ¡oh casualidad! al bajar la cuesta que el mapa nombra de Valdefinjas, allí estaba, con su caseta con tejado a dos aguas, su abrevadero o pilón doble apoyado contra el muro que sostiene la cuesta y con un tercer abrevadero que sale perpendicularmente del primero. Una joya, a pesar de que fue arreglada en 1955 con cemento y ladrillo hueco, o por eso precisamente, aun no se ha caído del todo. Pero está mal, el arca no tiene agua –algún abrevadero, sí- y el muro se ha derrumbado en buena parte. Claro que si la fuente es una joya, el lugar donde se asienta lo es más: un recodo de la ladera, con hierba abundante, almendros a un lado, pinos y escobas encima. Precisamente por ser una fuente tan alejada y pastoril habría que conservarla…

Casablanca

Lo siguiente fue una vuelta por el pinar de la Vega de Bazán, dominado por el pico del Tío Laureano: ¡hay que ver cómo cambia el paisaje! Encinas y pinos arremolinados en ladera, con enormes piedras calizas, de color gris ceniza irisadas de naranja que se deprenden de lo alto. Esto sí que puede amedrentar un poco, la verdad. Y ahora, todo se viste de verde, así que rodar por este monte es como desplazarse por camino de herradura en plena montaña. De sorpresa en sorpresa.

De ahí nos fuimos a visitar la monumental y amorosa –por su disposición circular parece abrazarnos- fuente de Valdelapega, hoy desgraciadamente seca y casi sepultada en tierra. Al lado, la laguna del Pinar, también seca y el altísimo Pino Merendero que nos habla de lo que fue este pinar en otros tiempos. Al lado, los terneros de la Dehesa de Peñalba engordan con sus dornajos llenos de pienso y paja.

Fuente Nueva

Y ahora por la carretera, siguiendo en parte la vereda Zamorana, llegamos a la fuente de Pedro García, que se encuentra en una ladera, junto a la dehesa citada y con abundantes zarzas y juncales. El agua fluye un poquitín; el pilón está a rebosar pero el abrevadero ha sido destrozado: ¡ya no cruzan los rebaños por esta vereda!

Marcha atrás por la carretera para tomar la de El Pego. Salimos del monte y parece hacerse la luz en el campo abierto. Llegamos a la fuente Nueva, oculta en un hondón y vigilada por almendros. Fluye algo de agua y se ve a las claras que es de nueva construcción, pues no sigue la tradición. Pero lo mejor es el lugar: una vaguada abierta a los inmensos campos de majuelos y limpios cantos.

Reseda

Poco más nos queda ya, de manera que, con gusto, ponemos rumbo a La Bóveda. Con gusto porque es cuesta abajo y con viento a favor, además de haber dado con la fuente de Casablanca en este original país. A modo de postre, en plena bajada nos sorprende el pozo de Reseda, con sus abrevaderos modernos y un grifo perfectamente fluyente, si lo abres. A sus pies, un viejo almendro enmarca el paisaje del fondo.

Y llegamos a La Bóveda. Asombra que no hayamos encontrado charcos: o por aquí no ha llovido o la tierra se lo ha tragado todo. Y asombra también que después de tantos años de rodar cada semana, aun descubramos paisajes nuevos por Valladolid y alrededores. El recorrido, de casi 40 km, aquí.

Excursión familiar a Valdestillas

$
0
0

¡¿Qué mejor cosa que una salida por las tierras de Castilla y León para celebrar el Día de la Comunidad?! Así, esta vez pudimos cruzar por el Pinar de Valladolid, seguramente ligado a Fernando de Antequera, nacido allá por 1380 en Medina del Campo y que llegó a ser rey de Aragón, con los sobrenombres de el Magnánimo y el Sabio. También pasamos por los restos del monasterio de Aniago, cuya primera fundación se debe a la reina Urraca de Castilla. Y cruzamos el Adaja –que viene de la teresiana Ávila- por el puente mandado construir por los Reyes Católicos…

Pero luego llegó la realidad: el día se presentó excepcional, sin lluvia y con sol, algo novedoso en esta primavera, sin viento, y con los caminos no muy embarrados. Alguien, llamado Íñigo, se obstinó en pinchar una y otra vez, con lo que el pelotón se convertía en una estiradísima serpiente multicolor, que dicen los entendidos del periodismo ciclista.

Quedamos a las once en la Escuela Deportiva Niara. Salimos un poco tarde debido a que los mecánicos (o sea, Juan M., Óscar, Fernando, Jotas y Fico) seguían haciendo horas extraordinarias a causa del (mal) estado de algunas bicis y el abandono (pacífico, eso sí) de sus dueños. Todo ello ante las razonables protestas de Catalina, que había sido puntual como pocos. Pero todo llega en este mundo y a eso de las 11:45 conseguimos salir por el Peral tomando el camino de las Berzosas y luego atravesando el Pinar por la Cañada Real. 35 ciclistas rodando son 70 ruedas (por aquello de los pinchazos que después de todo sólo hubo 7 u 8).

Primera caída, la de Joaquín D. que se hizo un boquete en el brazo pero siguió sin problemas hasta la meta final: -¡que se quejen los débiles! debió pensar Más tarde cayó Joaquín U. que no se podía levantar a pesar de que estaba entero. Luego Santi, luego… Todo sin mayores trascendencias. Ernesto llevaba una bici varias veces inferior a su talla pero hizo ida y vuelta sin problema; parece que está en forma y que va a seguir dando guerra.

Parada en Puente Duero para repostar y rellenar los bidones. Y pasado el Duero por el puente medieval, enfilamos el camino entre pinares, campos y riberas. Andaban los campos húmedos y algunos –Ilde, Alejandro, Javito, Pablo– se esforzaban seriamente en mancharse de barro todo lo posible de forma que sus camisetas se tornaron de un perfecto color marrón terroso. O barroso. Lo peor es que también se esforzaron en cambiar de color al resto de la comitiva.

Luego, Chucho nos llevó por la estrecha senda del Adaja –entre el pinar y el río- sin que nadie se cayera al agua. Pero Teresita (¡ay, ay, ay!) no hacía más que pararse a recoger espárragos, y estuvo a punto de quedarse allí hasta acabar con todos los de este pinar, pues ya había acabado con los del suyo. Por eso llegamos un poco tarde. También hay que decir que donde el pelotón hacía paradas, don Mito, tumbadas. Pero se resistió a subir en el coche escoba de Juan P.

A eso de las tres, ya estábamos en el Tamarizo, justo enfrente de Valdestillas, al otro lado del río. Fue llegando todo el mundo: Teresa, Elena, Marta, María, sobradas; Rafa, Juan V., Álvaro, los dos Alejandros, Alfonso… No sabemos qué Catalina llegó antes, si la madre o la hija, aunque ésta última llevaba la rueda pinchada. También entró en meta, muy tranquilo y sin despeinarse Juan M. P.

Allí nos esperaban los que no habían ido con nosotros. Por ejemplo, Irene y Moncho, la primera con un pastel de salmón y otro de jamón impresionantes para reponer fuerzas, y el segundo con una vinoteca espectacular (¡solo para mayores, eh!). También estaba Lolo, que había tenido problemas para venir en bici e Irene pequeña. Aunque también debemos citar el arroz con leche, café y chupito (¡bien!) de Jesús Ángel y Carmen, que estaban con Edu. Igualmente allí estaban en plan avitualladores Carlos M, Beatriz y Alejandro; Ernesto; Pino, Javier y Luis; los Fekete al completo: difícil mencionarlos a todos, pero, como siempre hay que aplaudir a Martadegoma, la joven campeonísima de pinos y volteretas; y los Martínez de Soto, entre ellos sólo citamos a la audaz y valiente Covadonga, ¡única chica que se bañó en el Adaja despreciando la gélida temperatura de las crecidas y turbulentas aguas del deshielo!

Yo lo he contado, pero todo lo grabó Mariano y en algún sitio lo colgará. Nos hicimos 31 km. La vuelta fue más suave si bien algunos abandonaron en Valdestillas y fueron sustituidos por ciclistas de refresco. Total, que a las 19:00 h. todo el mundo estaba de vuelta en Pucela. ¡Feliz Villalar!

Entre el Valderaduey y el Cea, o entre el cielo y la tierra

$
0
0

En Tierra de Campos, el cielo tiene tanta importancia como la tierra para fijar y completar el paisaje. En Torozos, donde se da una perfecta llanura, te acostumbras a tener el cielo encima como si fuera el interior de media cáscara de naranja. En Tierra de Pinares, los mismos pinos no te dejan fijarte lo debido en el cielo. Lo mismo ocurre en los valles, con las laderas o los árboles. En Medina estás más pendiente de pinarillos, motas, cañadas, lavajos, que te fijan la vista en la distancia corta, que de los espacios celestes, más distantes e incluso, en ocasiones, infinitos.

Cerca de Villalba de la Loma

En Tierra de Campos no sólo es que el cielo se refleja en la tierra, pues sus sombras y colores, e incluso el tono de sus aires, sino que -de una extraña manera- forma parte de ella. No vemos aquí campos llanos por ningún sitio. Son continuas ondulaciones, suaves colinas, pendientes ligeras, acompañados de algunos cerros desgastados por el tiempo, las aguas y los aires. Cuando haces una ruta por estos campos la tierra cambia constantemente y, por eso mismo, también el cielo. Siempre tienes la suficiente perspectiva como para contemplar grandes extensiones de tierra sin perder la referencia del cielo. En la excursión de hoy todo ello se puede apreciar de manera particular: salimos de Becilla en dirección al monte de Urones; pues bien, por momentos ves la torre de Becilla, o el pueblo entero, mientras en otros los dejas de ver; al llegar a la fuente Escontrilla se divisa, a sus pies, la localidad, encima el cielo y a los lados tierras pardas… son paisajes profundos que no se conciben sin la profundidad del cielo y el raudo cruzar de las nubes.

Casa del Monte de Urones

Más tarde, las nubes lo cubren todo y el cielo se convierte en una tupida mancha gris que, a su vez, convierte los campos en un lugar triste y oscuro… Luego, pasaremos por el teso del Cuerno o el cerro de la Máscara, en Villalba de la Loma, desde donde alcanzaremos a contemplar -de nuevo- casi una docena de pueblos con sus respectivos paisajes -al norte, la cordillera nevada- saturados de pequeños altozanos y suaves valles. Y como fondo, dando profundidad a todo, los aires, siempre cambiantes.

Fuente Escontrilla

En fin, describamos un poco el trayecto. La primera parte es una suave subida pasando por campos en los que nacen regueras. Cerca de una de ellas y a la vera del camino, la curiosa fuente Escontrilla que, por su aspecto, nos recuerda una una tumba, eso sí, alegre y luminosa. Después rodeamos la casa del Monte de Urones. Lo del monte es un topónimo sin mayor significado, pues de lo que seguramente fue un extenso monte, no queda mas que una docena de carrascas.

Como esta casa está en lo más alto, comenzamos a bajar hacia el Cea. Hasta que el camino tomado se pierde y nos deja frente a un campo de cereal. Un poco más abajo hay un manantial que echa abundante agua por una tubería de riego y luego una pequeña laguna. Después, una pinar para salir a la carretera y llegar a Mayorga.

En la cañada

Cruzado el Cea, nos vamos derechos por la cañada real leonesa hacia el molino que está junto a la ermita de San Vicente. Pues ni ermita ni molino, que todo está vallado en propiedad privada. De manera que no queda sino seguir adelante. La verdad es que la cañada está preciosa: es una ancha y verde alfombra que se dirige hacia el norte entre campos de labor. De vez en cuando, algunas lagunas la adornan y diversos arroyos que se dirigen a desembocar en el río la atraviesan. Sólo hay un pero: que desde Mayorga hasta el arroyo de Valdelamuza -2,5 km- está llena de basura y escombros; una pena, vamos, ¡con lo fácil que sería no tirarlos aquí! Por mucho Rollo, primer buzón de correos y Museo del Pan, si luego no somos capaces de no echar basura en la cañada…

Por Castroponce

En Valdelamata, después de cruzarnos con un rebaño de churras, enfilamos hacia Saélices. Vamos con la idea de ver el molino que aprovecha la fuerza del Cea, y lo vimos, pero en ruina total. Hace 25 años todavía se encontraba visitable, con sus seis cárcavos, piedras e ingenios intactos. Ahora ya no queda casi nada, y lo poco que queda se caerá en breve.

De manera que, con el corazón en un puño por tanta desolación, pusimos rumbo a Becilla donde termina esta excursión: allí, al menos, el puente que los romanos construyeron todavía sigue en pie a pesar de todo. Mientras, disfrutamos del paisaje desde la cresta que se levanta entre los valles del Cea y del Valderaduey, desde la que se nos presenta la inmensidad de esta Tierra.

Aquí he subido la ruta.

Adiós, abril

$
0
0

¡Qué manera de despedirse abril! Con cara de pocos amigos, fresquito, lluvioso y ventoso! Y es que el día 29 salimos a dar un paseo entre Villalba de Adaja y Olmedo. ¿Qué ocurrió? Pues que nos mojamos, nos embarramos y nos quedamos un poco helados gracias al vientecillo, a pesar de que estamos en plena primavera. Lo del cambio climático lleva unos meses sin funcionar, la verdad. Y es que es tan cambiante el tiempo…

Salimos en dirección a Pozaldez y a mitad de camino nos encontramos con que la fuente del Artillero, habitualmente seca, había renacido. Ahora se encuentra junto a un olivar (y nos es que haya cambiado de sitio, es que lo han plantado cerca). Paramos un momento en la estación del ferrocarril (788,8 metros sobre el nivel medio del Mediterráneo en Alicante) y nos fuimos por el cordel de Vallesmiguel en dirección a ese molino. Antes hicimos parada obligada en la fuente de Aguanverde, que tenía el segundo pilón totalmente sumergido en el agua. Los renacuajos, felices, coleaban entre las ovas y ranúnculos. Y aquí nos cayó el primer chaparrón.

Nubes de abril

Pasamos Calabazas y bajamos hasta las aguas del Adaja. Una vez más, nos convencimos de que el molino de Vallesmiguel ya no existe. Queda alguna piedra del molino o del puente y poco más. Las aguas venían recias y la maleza impedía llegar a ellas. Por el pinar nos dirigimos hacia el puente del Negral. Mientras, caía un segundo aguacero con abundante granizo. En la desembocadura en revuelta del arroyo Torcas, ya en la orilla derecha nos paramos a contemplar el río y sus numerosos puentes.

Los Eriales

El siguiente paso fue cruzar junto a la charca o bodón de los Eriales. Las cigueñuelas estaban de fiesta y no hacían más que gritarnos y volar a nuestro alrededor. Los patos salieron volando sin contemplaciones y algún avefría nos observaba de lejos, al igual que algún que otro limícola lejano. Poco después, pasamos junto a otra zona encharcada cercana a una gravera.

La Vega, con el cerro del telégrafo al fondo

En Olmedo paramos en la fuente de la carretera de Hornillos, que tenía agua, y nos acercamos al cementerio para contemplar los restos consolidados de una hermosa ermita románicadel siglo XII que estuvo dedicada a Nuestra Señora de las Nieves o de la Vega.

Pusimos rumbo a Valviadero y ese fue nuestro error, pues hubimos de darnos la vuelta al intentar cruzar por el collado que separa el monte del telégrafo del páramo de El Alto. La pegajosa y molesta arcilla bloqueó las ruedas de las bicis y salimos como pudimos de allí, mientras una nube cruzaba sobre nuestras cabezas descargando el tercer aguacero de la jornada. Como hacía bastante viento nos secamos enseguida, al igual que con los dos primeros.

En la ribera del Adaja

Vuelta a Olmedo. Tomamos la tranquila carretera de Hornillos que discurre entre la Vega y la Majada, con charcas, bodones y abundantes prados donde pasta ganado vacuno. Otra parada en la casa Navilla y otro tirón hasta Hornillos, donde nos asomarnos al Eresma. Después, por el camino de la Higuera del Judío, ya sin aguaceros, acabamos en Villalba, que se estaba secando gracias al viento. En el cielo quedaban amplios jirones de nubes algodonosas que reflejaban la luz de un sol en pugna por dejarse ver. En los lejanos horizontes parecían ganar, sin embargo, las nubes grises que seguían descargando chaparrones…

Entre Hornillos y Villalba

Para nosotros, el refrán se cumplió en exceso: abril abrilero, cada día dos aguaceros… Claro que donde dice dos bien podemos decir tres. Aquí, el recorrido en Wikiloc

Adiós, abril…

Ben vennas, maio, e con alegria

$
0
0

Después de la molesta salida de abril, mayo ha entrado con buen pie. O con buena temperatura, aire en calma, cielo bastante despejado y caminos firmes, sin barro. Así que le damos la bienvenida con alegría, como hiciera Alfonso X -que era sabio- en sus Cantigas.

Esta vez, partiendo de Torrecilla de la Abadesa vamos a recorrer los Villaesteres, el lomo de del Hornija y el Bajoz, la Requejada, Cubillas y las riberas de Castronuño.

Parte I: de Torrecilla a Villaester de Arriba

Viñedo

El camino hasta Villaester de Arriba es una línea recta -con algunos toboganes suaves al principio- en la que vas contemplando las diferentes tonalidades que ofrece ahora mismo el cereal: desde un verde oscuro –se supone que es trigo- hasta el verde pajizo de algunas cebadas, algunas espigadas. Todo un momento que hay que aprovechar, pues este espectáculo sólo es posible en mayo, y no todos los mayos. Además, parece que ¡al fin! estamos estrenado la primavera, después de las borrascas abrileñas; ¡qué bien se rueda hoy! También divisamos –al sur- algunas manchas de pinares y encinares y –al norte- los cerros, picos y colinas en que los que se rompe el páramo de los Torozos. Y, conforme avanzábamos para entrar en la denominación de Toro, la proporción de viñedo va en aumento.

Echamos en falta en este camino un artístico pozo de planta cuadrangular. A la vuelta nos comentaron que su brocal fue retirado del pozo hace un año y trasladado a Torrecilla, donde lo pudimos ver delante de la ermita. No es lo mismo, claro.

Valle del Bajoz

Villaester de Arriba es ahora una moderna bodega; la de Abajo conserva su aire tradicional con la ermita de siempre y otras construcciones de marcado aire popular. En una de ellas, por ejemplo, contemplamos el arranque de una gloria, sistema de calefacción que ya nadie utiliza.

Parte II: de Villaester de Abajo a La Rinconada

Y de nuevo a rodar. Desde la carretera de Toro, buscamos el lomo que separa los ríos Hornija y Bajoz para rodar por sus caminos. De nuevo el cereal y el viñedo. Bajamos del lomo por las bodegas: merece la pena recorrerlas despacio, pues son muy diferentes a las del resto de la provincia, al menos sus portadas son más grandes y pretenden ser más artísticas. Tal vez se deba a que siguen una tradición más zamorana, tal vez por las características del terreno horadado. O por las dos cosas.

Puente del ferrocarril sobre el Hornija

En San Román, además de aprovisionarnos de agua, visitamos lo que queda –poco- del molino de Arriba y de la estación del ferrocarril. De esta última sólo queda un almacén arruinado. Al menos por estos raíles pasa un tren al día, lo que no es poco dado estos tiempos en los que vuela el AVE.

Ahora, rodamos junto al canal de Toro, que viene del embalse de San José. A un lado, nos miran atentos precisamente los toros y vacas que pacen la extensa pradera de la Requejada. Al otro lado, la inmensa dehesa de Cubillas. Precisamente en la Requejada se descubrió una tumba con restos de tres individuos y utensilios y adornos metálicos de la Edad del Bronce.

La Requejada

Y llegamos a La Rinconada, donde el Duero se arrincona haciendo un giro de 90 grados, pues gira de suroeste y a noroeste. En sus orillas estaba a punto de comenzar un campeonato de pesca. Dejamos a los pescadores con sus aparejos y nos vamos ahora a cruzar la dehesa.

III y última parte: de la Rinconada a Torrecilla de la Abadesa

La dehesa de Cubillas está como pocas veces la vemos. Habitualmente es un áspero arenal con, todo lo más, hierba seca y abundantes abrojos. Hoy estaba con abundante hierba verde –tal que una pradera pero sobre arena- y florecillas de todos los colores, especialmente amarillas, moradas y rojas. Hasta llegar al caserío de Cubillas el camino es malo, la mayor parte de él cuesta arriba y con molestos cantos rodados que las ruedas disparan al pisarlos. Desde las proximidades del caserío hay buenas vistas sobre el Duero, una de ellas tiene por fondo Tordesillas y sus torres. También se contempla bien Bayona y la dehesa de Cartago , en la otra ribera.

Dehesa de Cubillas

Nos acercamos más al Duero para llegar al barco de Diana. De hecho vamos por el borde de un precipicio, que nos muestra la vega del Duero y gracias al cual podemos contemplar un nido de cigüeña desde arriba. Hemos pasado otras veces por aquí, pero lo luminoso del día y el colorido de la campiña muestran un paisaje distinto, con recodos diferentes.

Por el arroyo del barco y entre los majuelos del Barrio del Convento, significativo nombre que se refiere, seguramente, a que fue propiedad de las Claras de Tordesillas, subimos hasta Torreduero. Este caserío, que data al menos del siglo XIII –Sanctae Mariae de Ripa Dorii- perteneció al obispado de Zamora, a la Orden del Temple, a la del Santo Sepulcro, a la de San Juan, al Convento de las Claras… por lo que, sorprende que con historia tan larga, quede algo en pie, cuando los españoles tendemos a tirar lo que han hecho –habitualmente mal, claro- nuestros predecesores. Aunque lo que queda en pie es precisamente el Cubo, un ábside románico mudéjar de la vieja iglesia –dedicada más tarde a la Virgen de los Dolores y luego a la del Rosario- que parece que fue construido, por el grosor de sus muros, a modo de torre fortaleza. De ahí sus nombres: Torre Duero o Ribera del Cubo. Hoy es un caserío privado: al exterior cruzamos un pequeño laberinto de vallas de maderas y prohibidos el paso hasta que nos asomamos a un camino que nos baja a las riberas.

Bajo el fresno está la fuente y -en la foto- el pequeño Javier

En la misma bajada nos refrescamos en una escondida fuente, de esas que a veces aparecen en sueños cuando echas la siesta tras un largo y cansado camino, tal como le ocurriera a Gonzalo de Berceo:

yendo en romería acaecí en un prado
verde , y bien sencido, de flores bien poblado,
lugar apetecible para el hombre cansado.
Daban olor soberbio las flores bien olientes,
refrescaban al par las caras y las mentes;
manaban cada canto fuentes claras corrientes,
en verano bien frías, en invierno calientes.

Aun así, no sé qué más llama la atención, si la fuente con su pilón de piedra, cuadrado, o el altísimo fresno de enorme tronco que sube desde sus pies. Desde luego el lugar es uno de esos pocos refugios en los que te olvidas del calor del día y del camino. Desde el pilón vemos, más abajo, la ribera con sus vegas, tamarales y choperas. Todo de un verde joven, brillante. Bueno, no todo, pues luego vimos que los chopos que acompañaban el canal de Tordesillas se están secando ya que la Confederación ha cambiado el sistema de riego y ya no circula el agua por su cauce.

Duero

Abrimos y cerramos varias puertas ganaderas en nuestro camino, acompañados de fresnos hasta que salimos a la carretera de Torrecilla, entre pinares y nogales. Luego cambiamos de nuevo a la sirga del viejo canal y, casi sin darnos cuenta llegamos a nuestro destino entrando por las eras, donde siguen en pie dos viejos chozos de cónico perfil.

A lo largo de todo el trayecto nos hemos hecho unos 62 km; he aquí el recorrido.

Ben vennas, maio, | e con alegria;
poren roguemos | a santa Maria
que a seu fillo | rogue todavia
que el nos guarde | d’ err’ e de folia.
Ben vennas, maio.



Romería familiar a la Santa Espina

$
0
0

Como en años anteriores, algunas familias de la Escuela Deportiva Niara nos citamos al llegar el mes de Mayo para hacer una romería a una ermita de la Virgen. Tocó esta vez el santuario de Santa María de la santa Espina, escondido desde el siglo XII en un pliegue del páramo de los montes Torozos. Y también como en otras ocasiones, unos fuimos en bici y otros, más cómodamente, en vehículos de cuatro ruedas.

La verdad es que cada año se anima más gente al plan ciclista, de forma que el lunes día 14, estábamos en el puente de Simancas, listos para salir, algo más de 40 ciclistas de las más diversas edades y condiciones. Los que veníamos en bici desde Valladolid y alrededores ya teníamos algún kilómetro en cada pierna.

Algunos salían muy preocupados, pues habían oído que la excursión consistía, sobre todo, en una “subida al páramo” y se temían lo peor, o sea, todo el trayecto “subiendo”. Les explicamos que no era exactamente así, pero mantenían algunas dudas.

Las dudas no se disiparon en la primera parte del recorrido, pues pasar Simancas significó, sobre todo, subir desde el río hasta la fuente del Rey, donde otro grupo nos esperaba, y de esta fuente al ras del páramo por el antiguo camino de Robladillo. Esto significó la primera prueba de la ruta y casi la definitiva para la mayoría. Sí, el desnivel era fuerte, pero las ganas de subir, el paisaje primaveral del campo, el espectacular panorama del valle del Duero que se divisaba y, especialmente, el buen humor de todos, hicieron que nos olvidáramos rápidamente del esfuerzo. Y cuando la gente supo que no quedaban ya más cuestas hasta Torrelobatón, la excursión fue –casi, casi- un paseo.

En El Rebollar se nos unió otro grupo que venía muy fuerte desde Valladolid. Y seguimos parameando entre campos de cereal y caminos adornados de acacias por una llanura sin fin.

La mañana se había despertado con cielo cubierto. No sabíamos qué iba a pasar: ¿lluvia, viento molesto, frío? pues las predicciones no se aclaraban entre ellas. Pero en la subida al páramo aparecieron los primeros y tímidos rayos de sol que, poco a poco, fueron dominando la jornada. El viento nos dio de lado la mayor parte del recorrido; y de frente y de culo en momentos puntuales. Lo importante es que no supuso molestia en ninguna ocasión. En Torrelobatón nos cayeron cuatro gotas mal contadas de una nube que cruzó despistada. La temperatura, agradable.

Al Bordeamos Castrodeza –se adivinaba el valle del Hontanija- hasta Valdesamar, punto en el que tomamos el camino Ancho que nos dejó, pasando junto a la fuente de los Cañicos, en Torrelobatón. La bajada fue gozosa: larga, por un ancho camino de buen firme como bien indica su nombre y con el castillo que viera la única victoria de los Comuneros al fondo. O sea, con dejarse caer hasta el pueblo bastaba. Además del castillo, pudimos ver el antiguo rollo -¿por qué está castigado en las afueras?-, la Alberca Vieja y el río Hornija.

La zona del campo de fútbol –con fuente, río y zona cubierta por si las gotas- fue la elegida para reponer fuerzas. Nos esperaban los avitualladores con una mesa bien surtida que tardó pocos minutos en desaparecer, pues los ciclistas llevábamos un poco de hambre.

Foto de grupo y a seguir rodando. Entre campos de suaves colinas verdes que brillaban al sol llegamos a Torrecilla de la Torre, de impresionante iglesia. Desde allí, por un camino de tendido suave que aprovecha un vallejo, subimos de nuevo al páramo donde, casi de repente, se nos presentaron los molinos gigantes del monte san Lorenzo. Nos costó un poco, pero una vez arriba estábamos seguros de haber llegado al punto más alto del trayecto, o sea, que no había más cuestas arriba.

De nuevo la llanura, esta vez arbolada en parte, vigilada por gigantes y con ganado vacuno pastando en el monte. Un enorme mojón de piedra nos indicó que estábamos ya en el término de Castromonte y, al fin, divisamos las agujas de las torres del santuario. Como habíamos llegado con casi una hora sobre el horario previsto, nos fuimos a la pradera del Bajoz a descansar.

Fueron llegando las familias transportadas en vehículos de motor y a la hora prevista, un buen hermano de La Salle nos abrió la puerta principal del Santuario, que casi llenamos. Misión cumplida.

Esta vez éramos tantos que he preferido no citar a nadie. Salvo a la más joven, Carmen de Prado, que se hizo unos cuantos kilómetros con nosotros en su mini bicicleta: ¡un gran futuro la espera sobre dos ruedas! Y a ver si dentro de poco se animan también Alonso Vaquero y Laura Vega, que no salieron del coche-escoba-alimenticio.

Pero todavía queda una segunda parte -la vuelta- que saldrá en breve y lleva por título El misterioso ataque de las abejas asesinas o así. Atentos, pues, a la próxima entrada. Aquí, el recorrido completo.

Vuelta desde la Espina o un ataque inesperado

$
0
0

Había que volver a Valladolid. La mayoría de los romeros volvió en los coches de sus familiares. Un pequeño grupo salió raudo -tenía prisa- para llegar por el camino más corto -pero con más cuestas- a Valladolid, cayendo primero al valle del Hornija y luego al del Hontanija. Y otro grupo de 19 ciclistas -al que vamos a seguir en esta entrada- regresó siguiendo una ruta similar a la de ida.

La primera parte discurrió por terreno totalmente llano, con campos de cereal a los lados y cruzando por zonas de monte. El sol ya no estaba en lo alto y parecía querer sacar todo el brillo y color de las tierras, las encinas y el sembrado, mientras rodábamos buenos por caminos de suelo rojizo. Así, llegamos a Barruelo del Valle. Entonces decidimos acercarnos a la ermita de la Virgen de Villaudor -¿qué significará este nombre?- a hacerle una visita, pues no la conocíamos. Una vecina del pueblo, cuyo perro se llamaba Yoni, tubo la gentileza de abrirnos la puerta para contemplarla por dentro: Virgen del siglo XVIII, talla de vestir; nave amplia, más grande de lo que aparenta al contemplarla de lejos. Pero lo mejor es el exterior: espadaña con campana en funcionamiento -algunos no se resistieron a usarla- y portada con un simpático soportal con banco corrido que aprovechó Óscar para arreglar cómodamente un pinchazo. Y el paisaje: campos abiertos a los cuatro puntos cardinales, ondulados y enmarcados muy al fondo por los páramos. La Virgen, según cuenta la tradición, se apareció a un pastor y desde siempre ha hecho numerosos milagros y favores. Luego pudimos comprobarlo.

Entre toboganes y olas verdes de cereal pinnado llegamos a Torrelobatón, que estaba tal como lo dejamos pero con más luz, pues las nubes habían desaparecido casi por completo. Ahora decidimos tomar un camino que acompaña al Hontanija por su orilla izquierda, protegidos al sur por el páramo. Senda que no se utiliza demasiado, pues el suelo no era de tierra, sino más bien un auténtico prado. La hierba es ideal, por su agarre, para bajar despreocupado, pero cuesta dar pedales en llano.

El grupo se había dividido en dos. Estábamos cruzando la raya de Castrodeza. Los de cabeza oímos cómo daba un fuerte grito Fernando, que iba en nuestro grupo, a la vez que se daba manotazos y movía el tronco como si no fuera en bici. Parón. Enseguida cayó del casco algo como una abeja que rápidamente fue aplastado.

Al poco oímos otros gritos más atrás: todos estaban pie a tierra, dando manotazos, moviendo los brazos o agitando chaquetas u otras prendas. ¿Qué pasaba? No se movían del sitio. Se internaban en el cereal. Alguno se tumbó en el suelo. Dedujimos que eran abejas o avispas, pero… ¿por qué no avanzaban? Misterio. Estarían abducidos por las abejas. Parece que les ocurría lo mismo que a Ulises con las sirenas.

Llegó Joaquín con alguna picadura y, enseguida Catalina:

-Hay abejas por todas partes, se me han metido por el pelo, me ha picado una al menos.

Después se acercaron andando, sin bici Teresa y Mito, con varias picaduras de abeja en la cabeza. También llegó, muy tranquilo, Jesús Ángel, como si no hubiera ocurrido nada:

-Peso mucho más que mil abejas, todas las que se me han acercado han resultado muertas. No sé de que hay que preocuparse. [Cierto. Y digo yo: es imposible que a un natural de Joarilla de las Matas se atreva a picarle nada]

Así que nos acercamos Jesús Ángel y yo a recoger las bicis de los que habían llegado caminando. Sí, alguna abeja revoloteaba, pero nada más. Seguimos esperando. A lo lejos, lo que queda del segundo grupo sigue manoteando. Sí, decididamente, están abducidos. Hay que hacer algo. Me acerco a ellos: Chuchín está buscando el casco entre el cereal, no lo encuentra. Le han picado varias pero sigue buscando sacudiendo una chaqueta en el aire. Elena, Alfonso, Juan, Chucho lo contemplan moviendo los brazos. No hacen ademán de moverse y les dejo tranquilos y felices con sus abejas. Dicen que no pasan porque les van a picar más. Si es así, parece que yo no existo para ellas (!).

Pero todo tiene su fin y acaban por cruzar su Api-Rubicón y de nuevo se rehace el grupo. Continuamos rodando y comentando la extraña jugada: ¿por qué unos tanto y otros tan poco? No se sabe.

Dejamos el Cueto a la izquierda y nos metimos por el valle del arroyo del Hoyal, que llega al páramo tras una subida de casi 4 km, o sea la más suave de las que se vendían esta tarde. De todas formas, hubo algunas protestas porque había demasiados cantos molestos en el camino. Claro que Álvaro, Gonzalo, Alfonso… no se enteraron de que había cantos feroces. Subían como si estuvieran de paseo.

Todo llega, también la hora de las despedidas. En el Picón de los Pleitos, Adolfo, Jesús Ángel y Javier toman el camino de Ciguñuela para caer por Zaratán. Los demás seguimos, bordeando el Rebollar. El sol roza el horizonte. Hace frío. Pero Ilde sigue, incansable, haciendo el cabra.

Un poco más y nos dejamos caer. Sin quererlo, estamos en Simancas. Algunos se quedan aquí, otros pasado el puente, otros en el Camino Viejo y algunos llegamos a Valladolid por el camino de las Berzosas pues la noche ha caído. Tras una hermosa jornada, eso sí. Hasta las abejas podrán ser el inicio de una leyenda que se extenderá hasta convertirlas, tal vez, en fieros dragones voladores…

Bueno, Joaquín se queja de que no veía nada y ha tragado mucho polvo. Y, lo que es peor, Chuchín se da cuenta de que ha perdido el móvil (no sólo el casco). No sabemos donde. Lo que sí sabemos es que, al día siguiente, de madrugada, se fue a hacer esta misma ruta en sentido contrario y le pidió a la Virgen de Villaudor que le ayudara a encontrarlo. Y lo encontró en el camino del Rebollar. ¡¡Final doblemente feliz!!

El valle de Barruelo y la torre de Torrecilla

$
0
0

A los pies de Barruelo se extiende un valle, irregular en su forma, en el que nacen diversos arroyos que vierten al río Hornija. Se trata de una valle ancho, con numerosas colinas, pequeñas motas y continuas ondulaciones del terreno. Su tierra es fértil para el cultivo del cereal y de plantas forrajeras. Normalmente, la vista acaba convergiendo en un punto: el castillo de Torrelobatón, que se levanta, no en lo alto, sino, curiosamente, en lo más profundo del valle. Además del cerral que adorna el paisaje a modo de festón, grandes y dispersos chopos alegran el panorama.

Pero en el término de Barruelo se forman también otros vallejos que forman el Daruela, tributario del río Bajoz, lo cual hace más variada la comarca. Y un páramo estrecho con extensas laderas separa las cuencas de Hornija y Bajoz. Todo este conjunto podemos verlo a estas alturas de la primavera como un mar o lago donde aguas y olas lucen un llamativo verde brillante bajo los rayos del sol.

Torrecilla al fondo

La primera parada en este valle se produjo precisamente en Torrecilla de la Torre. Cualquiera diría a primera vista que ni torrecilla ni torre. Pero la toponimia nunca engaña. Una amable vecina me abrió la puerta de la iglesia del Salvador. ¡Sorpresa!: un amplio espacio dominado por arcos fajones de medio punto -que separan las naves- y otros apuntados que soportan las bóvedas y sus naves. Estos últimos indican el estilo gótico de la iglesia, que cuenta, entre otros tesoros, con dos espléndidos crucifijos. Hace muy poco se ha descubierto una pintura mural que recoge a san Blas y a san Sebastián, atravesado éste por mil saetas.

Reloj de esquina

Las naves de la iglesia se acaban de repente, como si la pared de los pies no formara parte del resto. Efectivamente, ese muro es mucho más ancho de lo normal, con unas aspilleras impropias de una iglesia. Eso, por tanto, bien pudo formar parte de una torre. Además, al exterior del muro vemos unos matacanes al terminar la supuesta torre y comenzar la espadaña. Y un reloj de sol haciendo chaflán. Ya está explicada la torrecilla. La torre seguramente se sustituyó -por decreto, orden o resolución- al cambiarse el apellido de la localidad cuando en España se puso apellido diferente a las localidades de igual nombre. Y en nuestra provincia ya teníamos otra Torrecilla del Valle (del Zapardiel).

Pilón de la fuente de Abajo

Pero las joyas de Torrecilla no se acaban tan pronto. Hay que acercarse a ver sus fuentes. La de Abajo, cerca de la iglesia y con un abrevadero separado, apoyado en una tapia de piedras ha sido recubierta de hormigón tal vez a mitad del pasado siglo. Pero se ve que pertenece al tipo de las fuentes romanas si nos asomamos a ver el arca por dentro. Parece que en el pueblo tienen la idea de restaurarla, aunque aun no se ha formalizado el proyecto y correspondiente presupuesto.

Fuente de Arriba

Y la de Arriba, en el extremo norte de la localidad, junto al arroyo. Es una maravilla, romana igualmente, más pequeña y recoleta. Nadie la ha tocado todavía. Y ahí está, para que todos la podamos admirar. En esta sólo se trata de adecentar el paraje, eliminar maleza y algún escombro, para que pueda contemplarse en su genuina belleza. No lejos, junto al camino de la Espina vemos los restos -piedra y barro- del Humilladero del Cristo de la Piedad; queda algo de las paredes y la portada, en cuya piedra clave hay esculpido un cordón.

Después de este atracón de arte y cultura tradicional, tocaba salir al paisaje natural. Un buen camino es el que sube al páramo dominando el valle del Hornija, con el castillo de Torrelobatón al sur y el valle del arroyo del Val al norte. Va ascendiendo por laderas hasta que se planta en la planicie, donde todavía queda algún resto de monte, si bien casi todo son campos de cereal. Ya arriba se bordea el monte de San Lorenzo, lleno de molinos eléctricos, y por el camino de la Granja hasta que volvemos a tomar la dirección contraria a la que veníamos, pero esta vez metidos en el vallejo del Val, uno de tantos que se forma en Torozos. Al final, nos vemos de nuevo en la fuente de Arriba para tomar el camino que nos llevará, ascendiendo, hasta Barruelo, localidad que cruzamos sin más para llanear por el camino del los Bueyes que nos acerca a la cabecera del arroyo Villarejo, perfectamente señalada por grandes chopos. Este arroyo tiene al menos una gota de agua, y un pozo del que parece que todavía se sirven los rebaños a pesar de tener destrozado el abrevadero.

Inicio del vallejo del Val

Dejamos de llanear para descender por el camino que nos llevará a Adalia. Varias casetas denotan lo que antes eran fuentes y hoy son captaciones de agua potable. Adalia tiene historia: relacionada tal vez con una de las campañas de Almanzor, su iglesia fue románica. De ella sólo queda la portada. Después de rodar por la carretera de Barruelo, tomamos el camino de la ermita, y llegamos a sus ruinas, junto a una espesa chopera. Seguramente estuvo aquí la Virgen de las Viñas, antes de que la acercaran al pueblo. Un poco más y nos topamos con una hilera de corpulentos y solitarios chopos. Al poco, estamos de nuevo en un trozo de páramo, de esos que convierten este paisaje en uno de los valles más irregulares -y bellos- de los Torozos, y de la provincia.

Chopos cerca de la ermita arruinada

Tomamos una cañada, pasamos por Los Llanos, desde donde se nos ofrece de nuevo la típica vista del castillo pero también de la ermita de Villaudor -delante de los molinillos- y ya todo será bajar por grandes cuestas y pequeños toboganes hasta el Hornija, en Torrelobatón. Entramos por donde hemos salido -la carretera de Adalia- y una cruz de piedra emerge, inclinada, entre campos de cebada. Se trata de los restos de un antiguo viacrucis. ¡Demasiados restos en estos pueblos nuestros!

Antes de terminar reseñaremos que en las proximidades de Torrecilla pudimos contemplar una docena de buitres tranquilamente posados muy cerca del camino por el que rodábamos y, en el páramo, avistar al menos tres alcaravanes, ave a la que no le gusta dejarse ver.

Villaudor al fondo

Dejo aquí el caótico recorrido que hice. Para esta entrada, valdría cualquiera pasando por Torrecilla.

Paisajes nuevos

$
0
0

Estos últimos días no hemos hecho salidas largas ni alejadas de la ciudad. Pero no importa: el campo se encuentra ahora tan diferente a lo habitual, tan lejos de esos largos veranos e inviernos a los que nos tiene acostumbrados que no hay que irse lejos para encontrar paisajes nuevos y desconocidos. Todos los colores se dan cita en esta primavera: los rojos, blancos, azules y amarillos de las flores; los verdes de mil tonalidades de los campos y arboledas; los azules, grises y blancos del cielo… Y los reflejos de las aguas alegran los paisajes: en los ríos, en los charcos de los caminos, en las lagunas de las praderas. Total, que cada salida por los alrededores de Valladolid supone descubrir nuevos panoramas, al menos por las notables diferencias con lo habitual.

Si vas por los pinares, ha desaparecido el marrón del pasado año y todo está esmaltado de pequeñas florecillas y verdes alfombras; aun no ha llegado ese desierto tan habitual en este tipo de montes. El páramo es un mar de verde oleaje. Las riberas están ahora en su máximo esplendor, lejos de esos esqueletos de árboles propios del verano. Los ribazos de los caminos se encuentran alegres y coloridos como nunca. Y en los cielos se suceden los nimbos y cúmulos y, sobre ellos, los sedosos cirros… hasta que todo ese mundo superior estalla en golpes atronadores y fogosos relámpagos que nos hacen rodar más deprisa de lo habitual.

Todas las horas son buenas para pasear en bici. A medio día, porque al no ser las jornadas calurosas todavía, la temperatura es ideal. Y al atardecer, porque el sol saca todos los colores y tonalidades al paisaje. Y algo parecido ocurre de madrugada.

Y los ríos bajan con un generoso caudal, con su típico murmullo, razón por la cual los senderos de las riberas se tornan especialmente entretenidos. Hasta en las subidas al páramo, con sus curvas y recodos, con los valles que dejamos atrás y el lino blanco y azul de las laderas, nos olvidamos del esfuerzo y de lo que cuestan las cuestas…

Pues eso, a salir por las veredas cercanas, que por el momento no es necesario ir demasiado lejos para descubrir paisajes desconocidos. Que ya vendrá el tío Julio con las rebajas.

Entre Wamba y las navas

$
0
0

La primavera continúa en plena explosión: todo sigue verde salpicado, de mil colores diferentes. Por cualquier camino que salgas a rodar te vas a encontrar con ella y, como no termina de hacer calor, parece que se quedará unas semanas más. De hecho, otros años por estas fechas en nuestros campos había comenzado la siega. Éste año, según comentan los agricultores, se va a cosechar en julio, la cebada madura lentamente y el trigo más despacio todavía.

Esta vez hemos salido a última hora de la tarde un día entre semana. Paseo corto -25 km- desde Wamba hasta las navas de Torrelobatón. El sol cayendo entre nubes más o menos solitarias.

Wamba es una localidad que se encuentra relativamente elevada, próxima al ras de la paramera de Torozos. Por eso, subir hasta arriba cuesta muy poco: los caminos son cortos y suaves, además de contar con un firme excelente.

Ya arriba navegamos por el mar de verde oleaje, con las líneas de las amapolas bien señaladas. Salteadas, génivas amarillas y algunas malvas con su color característico. En los perdidos rocosos, lino, salvia y tomillo en abundancia. Dejamos al norte la nava de Peñaflor y seguimos en dirección oeste. En algún momento, atisbamos la hondonada del valle del Hontanija. Al fondo, las inmóviles aspas de los molinillos confirman la suave brisa que nos acaricia. Nos vamos acostumbrando, qué remedio, a este elemento artificial del paisaje, que seguirá creciendo según podemos leer en los anuncios oficiales de los boletines.

Por fin, llegamos a la enorme nava de Torrelobatón, toda verde de cereal y atravesada por caminos adornados de castaños de indias. Hace años que se saneó este espacio abriendo una zanja-túnel por la que desagua hacia el valle del Hornija. Por eso no llega nunca a inundarse. En todo caso, desde sus bordes se ofrece una buena perspectiva de esta curiosa llanura hundida. En otro momento, divisamos Torrelobatón con su castillo.

Ya de vuelta pasamos junto a dos pozos con originales abrevaderos: uno larguísimo, el otro en forma de Uy con varias pilas. Tienen agua, y se utilizaron en otra época para el ganado; hoy están en desuso pues, no se encuentran en terreno para ganado ni de regadío. Antaño, pues, abundó por aquí el monte. También pasaba muy cerca un ramal de la cañada real leonesa occidental. Y en algunos baldíos hemos visto restos de corrales.

Por lo demás, no es un páramo totalmente raso, pues algunos caminos están adornados por hileras de acacias, que permanecen como testigos mudos de los antiguos trabajos de concentración parcelaria. Pero ya nadie repone los árboles muertos.

El sol se pone a nuestras espaldas y bajamos, casi sin enterarnos, hasta el humilladero de Wamba. Se empiezan a encender las primeras luces de la noche.

Aquí, las líneas del recorrido.

Paisajes de Llano de Olmedo

$
0
0

¡Qué poco valoramos los habitantes de nuestra provincia los paisajes en los que nos movemos! Tal vez porque los vemos todos los días, porque nos hemos acostumbrado a ellos, o porque todos pensamos que lo mejor son las iglesias, castillos y otras obras arquitectónicas. Haced la prueba con Llano de Olmedo: las guías del propio pueblo y otras informaciones que aparecen en la red os mandarán a visitar Coca, Olmedo, Medina del Campo, Arévalo, como si Llano no interesara para nada, no tuviera ningún encanto. Todo lo más habrá una mención a su templo parroquial. ¡Qué pena!

Más, como nosotros estamos en desacuerdo con esta práctica, vamos a dar un paseo por sus alrededores. Y eso que no vamos a recalar en bastantes de sus sitios interesantes, como el bodón Guarrero, o los restos de las fuentes Lavar y Carrasco.

Riberas del Eresma

De entrada, llama la atención el nombre de Llano, pues no está propiamente en un llano, sino que se asienta sobre una loma desde la que se divisa el pinar y las riberas del Eresma al este y las hondonadas de la laguna de Valdeperillán con los humedales de doña Pola al oeste. Aunque tal vez se deba a que la cima de la loma es, aunque pequeña, ciertamente llana.

Salimos -cuesta abajo- por el camino Ancho de Valandrinos. Dejamos a la derecha la fuente con su largo abrevadero y, un poco más abajo, un prado donde pastan caballos. Al fondo divisamos la llanura pinariega si bien nos entretenemos con varios humedales que cruzan nuestro camino: la Revilla, los Salgueros, hasta que cruzamos los prados del Cuadrón, totalmente verdes en esta estación. Sin embargo, parece como si ya no vinieran ganados a pastar aquí y, más que praderas, son ahora cardizales. Aquí estuvo también la fuente de los Carreteros, hoy desaparecida en virtud de las ansias de agua de tantos agricultores.

Lirios entre el pinar y la ribera

Nos introducimos en el pinar, que este mes de junio no parece un pinar sino un bosque de montaña, por su manto verde y abundantes flores. Hasta hay setas de diferentes formas y tamaños.

Llegamos al río Eresma. Un poco más abajo estaría, según el mapa, la fuente de Valandrinos. Pero como otra vez que pasamos por aquí no la encontramos, la volvemos a dejar escondida. Al otro lado, más pinares y campos sembrados de cereal. No vemos el agua del Eresma: los álamos forman una galería con bóveda que la protege y esconde. Pero seguimos por su orilla -su tajo, más bien- hasta que divisamos las torres de Coca y cambiamos de rumbo en dirección a Villeguillo tomando el camino de los Picones. Deberíamos haber visto el bodón Redondo pero, al parecer, ha sido desecado y en su lugar se cultiva el cereal.

Laguna del Caballo Alba

Hay jolgorio en las calles de Villeguillo y en la plaza se prepara una orquesta. Y es que están celebrando a san Antonio. ¡Viva!

Seguimos en dirección este hasta buscando las lagunas del Caballo Alba, que se encuentran a rebosar, con cigueñuelas, fochas y patos variados. Y empezamos a sufrir los efectos del barro en las ruedas. Aun así, damos un paseo por el Juncarral, salguero próximo a las lagunas que mantiene la típica hierba de estos lugares. Precisamente mientras pisamos hierba no hay problema, pero la tierra se pega que es un gusto. El agua rebosa por todas partes. En los canales y zanjas hay corriente… Si a la salida de Llano nos habíamos mojado, ahora brilla un sol que termina de secarnos.

Fuente de Santa Cruz

Nos acercamos a Fuente de Santa Cruz pero sin llegar al casco urbano; cruzamos la línea del AVE y de la antigua línea de Segovia, y las volvemos a cruzar de vuelta. Vemos cómo en el páramo de Íscar y Pedrajas se ha desencadenado una fuerte tormenta con abundante aparato eléctrico. Pero no sopla el viento desde allí. Estamos en una enorme hondonada; ¡qué paisaje tan cambiante!: lagunas y bodones; riberas y pinares; salgueros y cardizales; tierras de pan llevar, prados, lomas, arenales… ¿es necesario ver piedras en Coca o Medina? Conste que también nos gustan, pero…

Tras la lluvia, el aire se aclara y “limpia” el paisaje

Finalmente, por Valdeperillán, subimos hacia Llano, que se divisa en lo alto: entramos por las Eras, donde hubo un poblamiento prerromano. No vemos a nadie. La gente ha terminado de trabajar y parece descansar en sus casas… o se han ido todos a celebrar san Antonio y su orquesta a Villeguillo.

Aquí, el recorrido.

Un rebaño en la cañada

$
0
0

No es normal encontrar ovejas en la ciudad de Valladolid, ni tan siquiera en una cañada real como lo es la Leonesa Occidental. Pero ahí estaban pastando el pasado domingo, entre Covaresa y el Peral, cerca de la VA-30.

De lejos pensamos que se trataría de algún rebaño trashumante de merinas, pero no, que eran churras y venían de Simancas. Habían llegado hasta el Peral atravesando el puente sobre la VA-30 y en el momento en que llegamos se daban la vuelta para volver a casa. El rebaño era de Simancas y el pastor, un joven gaditano afincado en Moraleja de las Panaderas. Llevaba los enseres en un burro y le ayudaban en su trabajo al menos tres perros careas.

Los ciclistas y paseantes aprovecharon para sacar fotos: ¡no todos los días cruzan rebaños por la cañada real!

¿Vendrán tiempos en los que sea raro encontrar vehículos en las carreteras?


Subida Manasopas

$
0
0

El paseo de este fin de semana, corto, fue por los alrededores de Valladolid: subida al páramo desde Zaratán por el camino del pozo Manasopas. ¡Casi no podíamos pedalear!: Todo estaba exuberante de una hierba y maleza verdes que llenaban el paisaje y entraban en contraste con el azul del cielo. Hubo que parar para limpiar los cambios y poder así seguir rodando. De manera instintiva conseguimos dar con las roderas del camino para ir así un poco más cómodos, pero no fue nada fácil.

A los lados, trigo y cebada y, un poco más lejos, encinas y robles sobre un suelo verde y todavía florido.

Ya en el páramo, también se mantenía el verde, especialmente el trigo. La cebada empezaba a amarillear según en algunos corros. En cualquier caso, aun no han hecho acto de presencia las cosechadoras.

Bajamos a Wamba para volver a subir al páramo y bajar por las fuentes de Ciguñuela hasta Simancas.

Ya se ve que seguimos con paisaje primaveral a pesar de que las temperaturas sean ya completamente veraniegas.

De Valdenebro a Villabaruz por una Tierra distinta

$
0
0

Hicimos esta excursión cuando empezaba el buen tiempo y el calor, después de la larga temporada de lluvias y borrascas, lo cual auguraba una Tierra de Campos muy distinta a lo habitual, vestida de verde y con abundantes flores, o sea, todo lo contrario a esa austeridad castellana con la que suele presentarse.

Y así fue, al menos en buena parte del trayecto. Salimos de Valdenebro y hasta subir al páramo de san Buenaventura se extendían a nuestro paso campos verdes de cereal, pero también extensiones totalmente rojas de amapolas, o salteadas de blanco y amarillo, por las diferentes especies de margaritas. O azules por las malvas y linos… Una auténtica explosión de luz y color donde lo que domina habitualmente son los pardos, pajizos y marrones, como si esta Tierra de Campos pudiera estar de fiesta al menos una vez en primavera cada muchos años…

Cardos y amapolas

El páramo lo han poblado de olivos que producen un aceite excelente. Hasta el cerro y vértice geodésico del Moclín fuimos por un camino que había desaparecido debido a la abundante hierba. Después de contemplar el panorama, nos lanzamos a campo traviesa (y por campo florido, claro) hasta tomar un camino que nos llevó hasta Villanueva de san Mancio. La abundancia de hierba y flores junto a la ya elevada temperatura producía una especie de humedad dulzona y densa que llenaba el aire que atravesábamos de mosquitos. Lo nunca visto en esta Tierra. Menos mal que no tenían ganas de picar.

Colores variados

De Villanueva a Tamariz el paisaje cambió. De alguna forma, volvimos durante unos kilómetros a la típica austeridad terracampina, a pesar de la primavera. Campos de cereal y de forraje, algunos -de color marrón- en barbecho, o bien con girasoles a punto de nacer. La torre de San Juan a pesar de su altura y grietas no se ha caído. Pero sigue amenazando derrumbarse. Dos viejos pozos que abastecieron el pueblo quedan, a las afueras, como en recuerdo de sus antiguos trabajos para mantener a la población. Antes de seguir camino, en el corro de San Antón rendimos pleitesía a don Purpurino.

Ermita de la Virgen del Castillo

Nos acercamos a la ermita de la Virgen del Castillo o de los Pastores. Estaba cerrada, pero el paisaje que se divisa desde su promontorio, cuyos pies lame el Sequillo, merece la pena. Como tantas otras pequeñas alturas de esta Tierra, ofrece mucho más de lo que uno se imagina: campos, pueblos y campanarios, hileras de árboles, pequeñas alamedas. Y todo, ahora, de mil colores.

Villabaruz es un pueblo perdido en la inmensidad de Tierra de Campos, casi en tierra de nadie, junto a la raya de Palencia. Pero aquí se celebra, por estas fechas, una danza de paloteo tradicional y casi mágica. La portada de la iglesia también resulta muy original con su porche. Salimos del pueblo para buscar la fuente de Piliebre que ya no existe. En su lugar -en campos de labor- las últimas lluvias habían dejado un gran charco.

Gracias por ceder el paso

Castil de Vela nos recibió con los que queda de su castillo en el correspondiente altozano. Y había ¡milagro! un bar abierto donde pudimos tomar una caña. Cruzado el Canal de Castilla nos acercamos a la ermita y fuente de Villainvierno. La ermita, en su colina, se encontraba asfixiada por la maleza y con dificultad pudimos acercamos. La fuente, con su techado de grandes lajas, había sido protegida para que no la invadieran las máquinas en su laboreo; al menos en su alberca viven felices las ranas.

Un poco más, por la orilla del Sequillo -y siguiendo de cerca la línea de las amapolas en un campo de cereal bien cuajado- nos presentamos ante las ruinas de la ermita del Cristo de Santa Marina: pero no están ninguno de los dos, que está arruinada. A su lado, la fuente, impertérrita al destino de las piedras, sigue manando. Antes de llegar a Belmonte estuvimos a punto de chocar con un rebaño que venía por nuestra izquierda. Pero el pastor, gentilmente, nos cedió el paso, lo que es de agradecer pues, de otro modo, hubiéramos tragado polvo.

En Belmonte

Belmote, su castillo y sus bodegas, Palacios de Campos luego. Bordeando las laderas de Torozos por el este, nos alejamos definitivamente de la Tierra de Campos y paramos a refrescarnos en la caudalosa fuente del Barrio. Habíamos completado unos 58 km por una Tierra alegre, jovial, festiva y llena de color como no suele dejarse ver, y hasta un poco embriagadora, al menos para los mosquitos que volaban como borrachos…

Aquí la ruta.

Río Franco

$
0
0

Villafruela se extiende entre el páramo y el río Franco -o uno de los arroyos que conforman dicho río-, que viene del este, de los confines del Cerrato, que se encuentran muy cerca. Curiosamente esta comarca natural (cerros, cerratos, colinas, motas, valles y vallejos) llega desde aquí hasta Valladolid, atravesando buena parte del sur de Palencia, si bien estamos en Burgos.

A punto está de amanecer y el fresco de los prados y de la ribera del Franco parece meterse hasta los mismos huesos, a pesar de que estamos en verano. De hecho comenzamos a rodar por una camino en el que ha crecido la hierba con ganas -nos llega hasta casi la cintura- y acabamos empapados por este rocío nocturno.

Tras los chopos, el río

Amanece: la línea del páramo se señala perfectamente: negro sobre claro. Vamos río abajo por la carretera desierta. Nadie pasa; es una cinta que nos transporta sobre la humedad de la madrugada.

Al poco, Espinosa (en Palencia) nos recibe con la luz, pálida y distinta de un amanecer ligeramente brumoso. Algo nos impulsa a subir de un tirón la cuesta de las bodegas, y allá vamos. Varias alturas de hileras de entradas a bodegas, con sus viejas y artesanales puertas, sus respiraderos y zarceras para la entrada de uva. El lugar es también un balcón que da al valle. Un poco más y, entre calles retorcidas, acabamos en la iglesia de san Martín de Tours, de una belleza gótica peculiar. Por cierto. Abajo el río Franco -y franco es el santo citado- pasa dejando un suave murmullo, y varias fuentes incrementan su caudal. Junto al río no son ahora las puertas de las bodegas las que se ordenan en hilera, sino las de una multitud de pequeñas huertas; otra peculiaridad de este pueblo encantado, seguramente por permanecer perdido en el olvidado Cerrato.

En Espinosa

Otro golpe de pedal cuesta abajo y nos presentamos en Royuela (Burgos de nuevo), que también se alarga como en paralelo a nuestro río Franco. Conocemos esta localidad porque la hemos cruzado al recorrer, hace unos años, uno de los ramales -el del norte- de la cañada real burgalesa. Tal vez Royuela sea una onomatopeya -como arroyo- del ruido que produce el agua al caer por estos valles empinados… En todo caso, es un nombre sonoro en un valle de aguas rumorosas.

Los valles -el de nuestro río con los de sus arroyos- se ensanchan y los campos en los que crece el cereal se hacen más grandes, aptos para que los corzos se escondan para pastar echados con más tranquilidad. Por eso, a nuestro paso se levantan de repente y huyen asustados, dando enormes saltos para que las espigas no les frenen…

Desde San Juan de Castellanos

Y así, llegamos contemplando alamedas y algunos nogales aislados, al palentino Cobos, otro pueblo increíble de esos que sólo existen en sueños o… en el Cerrato, como es el caso. La iglesia de san Román a media ladera preside el pueblo: no hay más que acercarse a ella y descubrir una balconada que la recorre y acodarse allí, custodiados por una portada que es un verdadero retablo plateresco en piedra, mientras contemplamos el pueblo y el ivalle… Pero por encima están las cuevas de Cobos, o sea, las bodegas, hoy muy remozadas, gracias a lo cual se han podido conservar. Y abajo, el río Franco, que sigue ensanchando su valle.

Después de visitar la ermita de la Virgen del Río Franco nos metemos entre la cuesta Redonda y el pico de San Martín buscando el poblado de San Juan de Castellanos, que está allí, donde siempre, con su palomar, casa, almacenes y corrales, pero la hierba y la maleza lo han cubierto todo, taponando las puertas y hasta las ventanas… Alrededor, una nebreda con ejemplares centenarios se extiende por las laderas calcáreas que bajan de los páramos hacia el verdor del río Franco.

Iglesia de Hontoria

Cruzada la carretera, atravesamos el río y seguimos lo que fue un camino y que ahora no se ve, todo cubierto de hierba alta y densa. Pasamos junto a los restos de un molino y el camino reaparece y nos conduce hasta Hontoria, en Burgos, pueblo pastoril hoy a punto de perderse por completo; es difícil llegar a la iglesia, que está en un alto, pues todo está cubierto de maleza. Los corrales y las casonas son de buena piedra pero ¿para qué sirven ya?

Abundaron las truchas en el Franco

Volvemos a nuestro camino del otro lado del río y, entre campos de alfalfa e hileras de manzanos nos plantamos en Retortillo, caserío de una de las fincas más extensas de la región. Por la carretera llegamos al río Arlanza, y lo cruzamos por un hermoso puente de hierrro. Por Pinilla intentamos pasar a la orilla izquierda para volver hacia donde salimos, pero los caminos están cerrados por portones; es una finca privada. Nos quedamos con las ganas de contemplar la desembocadura de nuestro río Franco. Comprobamos que esta localidad está hoy despoblada si bien conserva una sencilla ermita románica bajo un cerro en cuya cima parece que hay un castillo en ruinas, pero en realidad no es más que piedra caliza deshaciéndose. De manera que nos vamos hasta Peral, donde iniciamos el camino de vuelta, del que hablaremos en la entrada siguiente.

Sabina en Retortillo

Aquí puede verse el trayecto seguido.

i

El Roble

$
0
0

(Viene de la entrada anterior)

A Peral de Arlanza llegamos después de cruzar este río por un magnífico puente de piedra bajo el que pasan las aguas soltando espuma espuma debido a las piedras depositadas en este tramo, de poca profundidad.

Camino de subida

Pero si hasta aquí todo había sido coser y cantar, debido a la agradable temperatura, la sombra de la ribera del río Franco y -más o menos- cuesta abajo, ahora empezaba lo bueno, ahora nos íbamos a enterar. Y es que no podíamos acudir al estribillo de aquella jota y esperar a la luna:

con la luna madre,
con la luna iré,
con el sol no puedo
que me quemaré

pues había que volver. De manera que, después de aprovisionarnos de pan y agua, iniciamos la vuelta siguiendo la suave cuesta arriba del arroyo del Monte. Buen camino y buenas fuentes: Fontrana, Valderos, Frontaura, todas con sus pequeñas alamedas y su abundante verdura. De momento, no íbamos mal. Además, las laderas de los páramos no se mostraban ásperas y resecas, sino revestidas de robles y enebros y todo tipo de matas verdes.

Por el arroyo del Monte

Así llegamos al ras del páramo. Bueno, aquí el páramo no es una rasante clara, pues abundan suaves elevaciones y hoyas. Pero estábamos arriba, en la zona denominada los Lanchares, tal vez por la abundancia de piedra caliza suelta, de tamaño pequeño. Tomamos la cañada de Montemayor para dejarla enseguida y cruzar la cabecera de un valle con unas antiguas corraladas en las que hermoseaban flores cerrateñas. De ahí pasamos a otro valle -de San Vicente- en el que descubrimos los restos de una fuente seca. Bajamos hasta el valle de la Cuesta y ¡de nuevo a subir!

Restos e antiguos corrales

Más corrales -los de Valdesturianos– y cuando llegamos de nuevo a lo alto del páramo, con el sol en el cenit pegando fuerte, ¡¡oh, el Roble!! Efectivamente, ahí estaba, solitario, con su tronco enorme, con su tronco hueco, todavía enhiesto, todavía fuerte, como un viejo guerrero herido en mil batallas, con ramas desgajadas, ligeramente mocho, pero ahí estaba como una atalaya viva, dominando sobre todos y sobre todo. Y, de repente, al allegarnos a él se mostró como un buen padre, acogedor, hospitalario, que nos mostró su sombra para protegernos del fortísimo sol de mediodía. El Roble, el viejo roble, había sido nuestro oasis en el desierto castellano de sol abrasador. Pudimos comer, beber, descansar. Reponernos. Reencontrarnos. Contemplar el siempre hermoso paisaje cerrateño bajo su visera protectora: valles, cereal, cerrales, las bodegas de Cobos al fondo… Estábamos salvados.

En el ras

Tras el respiro concedido por el Roble, volvemos a ponernos en marcha. A pesar del calor, el Cerrato sigue verde. No hay un campo de cebada que esté ya maduro, aunque algunos corros poseen esa tonalidad dorada. Pero todas las espigas de trigo están verdes, con ese verde oscuro típico del trigo. También hay algunos campos de avena y centeno, así como de forrajeras. Y las flores campean en lindes, caminos y perdidos. El campo nos dice que está aun en primavera aunque el calendario señale ya los comienzos del verano.

El Cerrato, aquí es un paisaje sin nadie. Sólo un alma nos ha saludado en todo el trayecto. Estáis locos, además, nos ha dicho. Antaño hubo pastores y rebaños, a juzgar por los grandes corrales que hemos contemplado. Pero hoy, nadie. Seguramente dentro de unos días esto se llene de agricultores cosechando. Tal vez. Pero ahora no, nadie lo habita, nadie lo trabaja. Sólo corzos y liebres en la tierra y algunos milanos en el cielo. ¡Qué contraste con las ciudades!

Valfrío

Cruzamos por algunas ondulaciones del páramo, dejamos pequeñas manchas de monte de roble, y nos acercamos a los corrales de Valfrío. Son tan inmensos que no los recorremos del todo. Debió tratarse de un verdadero centro pastoril.

Más tarde vemos al oeste el torreón que bien conocemos por excursiones anteriores y, justo en los corrales de Magialengua con su charca pastoril -que igualmente conocemos bien- giramos hacia el este. Nos esforzamos por no perder un camino que ha sido arado y cortado en algunos puntos y vamos pensando en el fin de este trayecto que se nos empieza a hace un poquito largo. Menos mal que desde el alto de la Cabeza se suceden toboganes cuyo resultado final es más cuesta abajo que cuesta arriba. La Cotarra nos dice que estamos muy cerca de nuestro destino.

Fuente de Frades

Pero antes de llegar hay un vergel que nos acoge para un último descanso: se trata de la alameda y fuente de Frades, con su largo abrevadero y su laguna. ¡Qué agua tan fresca: resucita a un muerto y a un ciclista agotado! Unas pocas pedaladas más y entramos en Villfruela. Hemos rodado casi 80 km. Y los 40 últimos han costado un poquitín, qu eno eran cuesta abajo…

Última enfilada

Lagunas de La Parrilla y de Santibáñez

$
0
0

Esta vez se trataba de comprobar si tenían agua dos charcas o lagunas, la primera en el término de La Parrilla y la segunda en el de Santibáñez de Valcorba.

Como primera medida, subimos al páramo de La Parrilla desde Tudela siguiendo el camino de Valdecarros: las laderas hermoseaban con un verde del que se aprovechaban los toros bravos de Taru. Al llegar a la curva donde la subida se hace más fuerte, pudimos comprobar que el agua caída en los últimos meses había provocado unas roderas –por llamarlas de alguna manera- de más de medio metro de profundidad, o sea, verdaderas zanjas. Por tanto, el camino estaba impracticable. Pero no importa, las ganas de subir eran más grandes todavía que los socavones.

Hacia Valdecarros

Ya arriba, nos asomamos al territorio del caserío de Tovilla: hasta parecía más grande ese pequeño azud de color verdeazulado que se alimenta del manantial de la fuente de Arriba. Las flores: salvia, marrubio, margaritas, linos, gordolobos, amapolas… estaban en todo su esplendor, a pesar de haber entrado julio. O tal vez se deba a que mayo lluvioso y junio tormentoso, hacen un julio florido y hermoso

Una buena nueva: ¡han arreglado el chozo del corral del Quiñón! Se trata de un chozo de planta circular y cuerpo de cubo, cerrado con una caperuza ancha, en forma de cono. Está en el límite del monte, junto a tierras de labor. En su corral, junto a la tapia, surge una encina. Hermoso conjunto.

El Quiñón

Nos dirigimos hacia La Parrilla y, al llegar a la carretera, tomamos el camino de la Carbonerilla. Segunda sorpresa: los restos de la casa de Cosme Noriega. De la casa nada queda, por lo menos a simple vista, pero posee un enorme corral con tapias y esquinas de cantería, todo abandonado entre el pinar y los campos de cultivo. Y al llegar a este punto el camino que llevábamos desaparece asfixiado por la alta hierba. No nos atrevemos a seguirlo y giramos por el corral introduciéndonos en el pinar. A pesar de tratarse de un humilde monte, resulta que a veces se cierra con encinas y pinos enormes que nos protegen en un ambiente umbroso y de cierto frescor. Pero seguimos rodando hasta la siguiente sorpresa del día.

Los corrales de la casa de Cosme

Después de pasar junto a los restos de un viejo pozo -todavía con agua- oculto entre encinas jóvenes, casi de repente, tercera sorpresa: aparece una gran hoya rodeada de monte de encinas y pinos, en la que se ha plantado cereal en la zona cercana al perímetro, en cuyo punto más profundo y central vemos una laguna de forma redondeada, rodeada a su vez de hierba. Del agua surgen dos chopos, lo que tal vez quiera decir que el nivel está relativamente alto. También vemos hileras de piedras calizas con la base sumergida. Hoy día no es muy normal encontrase con estas charcas en los páramos; hasta hace poco abundaban las navas con sus lagunas, pero la mayoría han sido desecadas o, simplemente, la sequía o la captación de manantiales las impide mantenerse.

El monte Bayón al fondo

En fin, ha sido sorprendente el viaje hasta aquí por montes y caminos poco transitados y, además, el lugar descubierto ha merecido la pena sin ninguna duda.

Nos encaminamos hacia el este primero por un camino entre encinas hasta que se corta en otro camino que lo atraviesa. Al sur queda el monte Bayón y al norte espacios delimitados por hileras de encinas dedicados al cultivo del cereal y plantas forrajeras. Pero el paraje sigue siendo encantador. Uno tiene la sensación de que por aquí no hay más almas.

Un poco más y atravesamos el camino de Montemayor a Traspinedo y bajamos hacia Santibáñez.

1 julio 171

El manantial de los Garbanzos

Nos acercamos hasta el manantial de los Garbanzos -con cuyas aguas seguramente se preparaban buenos cocidos- y nos vamos directamente por la carretera de Sardón a ver qué queda de la laguna Sangusera. Pues ahí está, un tanto modificada. La han recuperado, aguas abajo de donde antes se encontraba y, un poco más hundida, han construido laderas de protección. No es la misma, ni tan natural como antes, pero más vale así que seca. Casi no se ve la lámina de agua que, por no tener profundidad, está cubierta de plantas.

Laguna Sangusera

Ahora nos vamos por una pista que atraviesa el pinar de la dehesa de Traspinedo hasta su cruce con el arroyo Valcorba, que seguimos hacia su desembocadura. Pasamos junto a un puente de esos tradicionales, en piedra caliza, sin pretiles, luego cruzamos el pinar del Zarzal hasta la zanja del Molino y, finalmente, llegamos a Puente Hinojo que tiene fuente. El resto del camino, atravesando por la Dehesa de Peñalba hasta conectar con la senda del Duero, ya es conocido. Por cierto, la senda está impracticable: ha sido invadida por la maleza y en bici no se puede circular.

Esquema del recorrido

 

Viewing all 770 articles
Browse latest View live