
Cuando hicimos la excursión por el cordel cerverano, no hace mucho, nos quedamos con las ganas de continuar por él hasta Cervera o sus cercanías. Bueno, pues ya hemos saciado esas ganas y hemos vuelto al Boedo para seguir el cordel. Aunque en sentido contrario al realizado en su día: hemos bajado hasta Báscones; después de todo, las merinas bajaban por estas fechas y subían desde Extremadura en primavera. Y si entonces nos quedamos también con las ganas de tocar la Peña, puede decirse que, esta vez, hemos llegado a tocar su falda. Pero vayamos por partes.

Pues empezamos en Báscones de Ojeda para subir a la paramera de la orilla izquierda del Boedo. El paisaje ya lo conocíamos: bosques de robles, algunos pinos y tierras de labor más bien pobres. La sierra de la Peña, al fondo, esta vez oculta por el mar de nubes que teníamos sobre nuestras cabezas, sólo se intuía el faldeo. Ni una casa, ni un corral, ni una ruina, NADA nos encontramos hasta llegar a Colmenares de Ojeda. O sea, 18 km sin ninguna huella humana, si no fuera por los campos de cultivo y por el mismo camino, claro. Durante el trayecto pasamos junto al vértice Carboneras, de 1188 m, punto más alto de todo el recorrido y de allí bajamos a Colmenares.
En esta localidad ya había cambiado el paisaje, estábamos entre rocas. Además, por aquí pasa la ruta del románico palentino, si bien la iglesia de San Martin, con un pórtico original, es más gótica que románica. Y la sierra de la Peña se mostraba ahora al descubierto.

Un poco más y nos plantamos en Cantoral de la Peña: ¡por fin estábamos en la falda de la Peña o, al menos, a sus pies! Visitamos su iglesia (por fuera, claro) en cuyo reloj de sol daban las doce, su fuente y pozo, y el peculiar oratorio de la Virgen del Pilar. Visto todo ello, el camino Olvidado (de Santiago), del que hicimos un pequeño tramo en otro momento, nos llevó hasta las mismísimas fuentes del Boedo. O eso nos dijeron en Cubillo de Castrejón, pues su lavadero aprovecha de lleno una de ellas. Junto al lavadero, una lagunita y más fuentes. Un bando de patos domésticos –pero voladores- nos pasó a pocos centímetros de nuestras cabezas.
Por cierto, no hemos hablado de los caminos: a pesar de que el día anterior habían caído 25 litros, según nos contaron, estaban perfectos, sin barro y con algunos charcos, nada más.

Y comenzamos la vuelta, ahora por el cordel. Cuando estábamos a punto de conectar con él, decidimos acercarnos a Boedo, una pequeñísima localidad con dos o tres casas y una espadaña que testifica que allí se levantó una iglesia. Tras recorrer casi dos kilómetros conectamos, al fin con nuestra vía pecuaria. Si en la primera entra del cordel éste discurría por el páramo, aquí lo hace por el valle del Boedo: se trata de una vega –ni muy estrecha ni muy ancha- en la que se suceden las praderas regadas por el río. Un lugar adecuado para el pastoreo –el ganado vacuno lo aprovecha ahora- protegido por el bosque de ribera y los bosques de pinos en las laderas. Una apacible ribera, en definitiva.

Y, ahora, la primera sorpresa del día: los colmenares de la comarca. Nunca los habíamos visto de este tipo: escondidos entre los pinos del bosque –luego veríamos otros similares ocultos en la ribera antes de llegar a Báscones- pudimos encontrar colmenares de un tamaño considerable, pues algunos se acercaban a las ¡90 colmenas! De planta alargada, más o menos curvada dependiendo del terreno, con tres o cuatro niveles de colmenas. La entrada de las abejas está orientada al sur y, por dentro se supone que un largo corredor da acceso al apicultor a todas las colmenas. Los muros –como en las casas de la comarca- suelen tener zócalos de grandes piedras rodadas y encima de adobe hasta la cubierta, de dos aguas.

La segunda sorpresa: la fuente de los Gorgoritos, también conocidas como fuentes de Boedo. Son dos surgencias en las que el agua al salir del subsuelo forma burbujas de gas, son de aspecto redondeado, la primera como de dos metros de diámetro y la segunda de unos tres o cuatro, muy llamativas. Una tercera forma un manso riachuelo y los tres engrosan las aguas del Boedo.

Después de acercarnos a la contigua venta de Boedo, subimos a la laguna La Torre (sí, subimos), repleta de ranas, que espejaba las nubes y claros de la tarde, en lo alto de la paramera. Y bajamos de nuevo al cordel cerverano. Pero como no podíamos seguir el rumbo previsto –no se sabe por qué- nos desviamos de nuevo –y de nuevo cuesta arriba- esta vez por por la orilla derecha, hasta la laguna de la Tenada, que encontramos seca. Y la tenada de las Roturas la encontramos arruinada. No obstante, hospedaba abejas, en vez de ovejas.
De vuelta al cordel, cuando quedaban 5 km para llegar a Báscones, decidimos bajar a la vega del Boedo: fueron los peores kilómetros de la excursión, pues casi todo el camino estaba cubierto de maleza, con firme de yerba a la que se pegaba la cubierta de la rueda y molestas ramas que acariciaban al ciclista.

En fin, en Báscones nos recibió un molino primo hermano del que ya conocíamos por la anterior excursión. Si a la ida fueron 18 km sin rastros humanos, a la vuelta han sido 28, si no tenemos en cuenta los colmenares ni las fuentes. Total, un recorrido de 56 km podéis ver aquí, según ha recogido Durius Aquae.
