
Entre la sierra de Ávila y la Serrota se encuentra el puerto de Villatoro, que actúa también como separador de las cuentas del Adaja –al este- y del Tormes, al oeste. Allí precisamente, en Casas del Puerto, iniciamos esta excursión un día soleado pero frío. La nieve del sur se trasformaba en agua que en más de un momento dificultó nuestro rodar, pues los caminos eran cruzados sin piedad por multitud de regueras y arroyos crecidos.
El primer parón lo hicimos en Bonilla de la Sierra. Y ya no olvidaremos su singular puente de piedra, que nos recibió junto al moderno; su peculiar fuente terminada en un curioso cono; su castillo que fuera residencia de los obispos abulenses hasta la desamortización y su impresionante colegiata gótica de San Martín de Tours, adornada con inmensos pináculos de diferentes proporciones. No pensábamos encontrar todo esto en un pueblo hoy perdido en la sierra. Pero visitamos más: los restos de su vieja muralla y un magnífico pozo, sin olvidar los soportales de calles y plazas, los cruceros…

Así estaban muchos caminos
Desde Bonilla tomamos el camino de Piedrahita, muy agradable de pasear por sus cortinos que separan prados y dehesas, así como por sus más que centenarias encinas. Y aquí, otra sorpresa, pues pudimos visitar, entre prados y dehesas, dos altares rupestres o peñas sacras de carácter prehistórico. Se trata de grandes piedras a las que se las ha dotado de unas escaleras talladas que suben hasta una plataforma en la que tal vez se celebrarían sacrificios rituales.

Robles
Y el camino nos fue llevando luego hasta otra joya, el puente medieval del Chuy, sobre el río Corneja, por el que puede pasar una persona o una caballería, pero no un carro. De medio punto un tanto rebajado, se levanta en un precioso y –hoy-olvidado lugar, pues si antaño un molino trabajaba aquí ya no se encuentra en un punto de paso; si alguno de nuestros potentes tractores quiere cruzar el río, tiene un vado aguas abajo caso de que no esté seco el cauce.
Ahora vamos por un camino de la orilla izquierda que rezuma toda el agua de la sierra y que nos obliga a pensar bien por donde rodar. Pero llegamos sanos y no muy mojados a Mesegar, y damos una vuelta para conocerlo.

En una dehesa, cerca de los «altares»
Por una cañada que atraviesa campos y encinares llegamos a El Soto, donde hacemos un alto en el camino para presentarnos al poco en San Miguel de Corneja. Los paisajes no pueden ser más hermosos, con prados, roble, arroyos exuberantes de agua y la sierra nevada al fondo. Pero el firme es de una arena gorda en la que se hunden las ruedas –se pegan, diría- y resulta agotador dar pedales. Bueno, un día como el de hoy hay que ser optimistas y nos fijamos en lo mejor –el paisaje tan bien iluminado, no en lo peor –el pegamento del suelo.
Y, en los continuos prados de todo el recorrido, hemos visto abundantes caballos y burros, además de ganado vacuno. Los borricos, muy sociables, acudían a nosotros en cuanto nos acercábamos. En San Miguel nos topamos con un verraco de piedra: ya se ve que esto viene muy de lejos.

Puente del Chuy
Otro parón en Villafranca de la Sierra para ver su rupestre plaza de toros, su plaza mayor, su iglesia y su puente. Seguimos descubriendo un mundo diferente. A pesar del cansancio, nos animamos a subir hasta la Ribera, donde -no es exageración- se nos amontonaron los molinos.
Pero dejamos el Corneja para subir por el arroyo de Almarza y cruzar por los robledales bien tupidos del cerro Merino hasta Casas del Puerto, cuando el sol ya se había ocultado. En este trayecto cruzamos una puerta que nos introdujo en lo que parece una reserva de caza. Después de varios kilómetros, a la salida por otra puerta que empujamos, nos encontramos con mensajes de cuidado con los perros, recinto videovigilado y otros similares que, si los hubiéramos visto al entrar, tal vez nos lo hubiéramos pensado mejor. Pero no vimos perros ni cámaras. Sólo ganado.
Aquí, el trayecto de unos 40 km, según Durius Aquae.
