
Así estaba el Duero y así estaban las aceñas de Zofraguilla, convertidas en una isla inaccesible. A veces el caudal y la fuerza de las aguas es tan potente que llegan a impedir el acceso, inundan la maquinaria y hacen -o harían imposible- el trabajo del aceñero. Pero al menos, siguen ahí, resistiendo el paso del tiempo y de las aguas.