Todo río que se precie tiene más de una fuente: ahí están las fuentes del Nilo, que todavía no está claro si se han descubierto todas o, más modestamente, las distintas fuentes y ríos que dan origen al Esla, allá por Riaño. Nuestras Esguevas no iban a ser menos, así que nos fuimos a las Peñas de Cervera en busca de sus fuentes. Además, eso: al principio hubo dos Esguevas que caían al Pisuerga en Valladolid; las amputaron y le pusieron una artificial, que abraza la ciudad por el norte. Y es que, si hubo dos Esguevas, tendría que haber dos fuentes… o tal vez no. Veamos.
Según datos oficiales de la CHD, el río Esgueva nace en el término de Briongos y después de recorrer 116,1 km (122, según otros autores) desemboca –como ya henos dicho- en el Pisuerga. Antes, ha formado un valle propio y de características peculiares, pues si por su caudal y anchura parece un arroyo, por su longitud se aproxima más bien a un río. De hecho el Duratón o el Riaza -o el Torío y el Porma- por citar algunos, tienen menos longitud y más caudal.
Así que, una vez en Briongos preguntamos por el nacimiento del Esgueva y echamos a andar por el camino que nos indicaron, siempre al lado de un pequeño Esgueva que daba sus primeros vagidos a la sombra de sabinas centenarias y protegido por ciclópeos y viejísimos plegamientos de caliza. A su vez, el río provoca con su humedad prados que, a finales de julio, se encuentran verdes y floridos. De manera que, al arrullo del Esgueva pasamos junto a algunas tenadas, nos refrescamos después en la fuente de Valdecueva hasta que, sin previo aviso, un gran circo que terminaba en altas escarpaduras se abrió ante nosotros. Y, en el mismo centro, como si todos quisieran presenciarlo, un prado manando agua: la fuente de Casares daba a luz al mismo Esgueva.
De manera que vimos cómo a los pies de una sabina varias veces centenaria, retozaba un río niño: magnífico espectáculo al que nosotros también asistíamos. Como es la primera vez que nos acercamos, suponemos según las épocas y según el nivel de agua, el manantial pueda brotar más arriba o más abajo.
La cosa no quedó ahí, pues decidimos subir a las Peñas. Al poco, estábamos en el Alto Pelado, contemplando desde el anticlinal de caliza la inmensa profundidad de los valles del Esgueva, Duero y Arlanza. Montes de pinar y enebro, roquedos, pastizales y algunas pobres y pequeñas tierras de labor se extendían a nuestros pies. Y justo al otro lado del río se levantaba la mole de Peña Cervera, escenario de la batalla que tuvo lugar el 30 de julio del año 1000 entre las tropas navarras, castellanas y leonesas por un lado y las de Almanzor por el otro. Fue la única que estuvieron a punto de ganar los cristianos, pero su superioridad numérica no fue suficiente ante la genialidad del caudillo musulmán. Bajar del Alto también nos costó hasta que dimos con una brecha en el susodicho anticlinal, que forma un terrible cortado de varios metros.
De Briongos nos fuimos a Espinosa de Cervera pero, de la otra fuente, nada. Efectivamente, al pie de las bodegas, un cartel indicaba en grandes letras NACIMIENTO RIO ESGUEVA. Mas aquello estaba totalmente seco, no nacía nada. De manera que nuestro gozo en un pozo (bien seco).
Hay muchas maravillas en las proximidades de estos peñascos. Aunque lo más conocido es el desfiladero de la Yecla y el monasterio de Silos, nosotros aprovechamos para contemplar la ermita de Santa Cecilia, verdadera joya mozárabe-románica en un promontorio sobre el río Mataviejas y, al lado, el circo en el que bien se esconde Barriosuso, protegido además por murallones naturales. También nos acercamos al cañón del Mataviejas, de increíbles formas geológicas, con el frescor del agua en su fondo y vuelos de buitres en su cielo.
Los dos Esguevas se juntan al sur de Espinosa y enseguida toman la dirección este que no abandonarán hasta su muerte en Valladolid. Primero pasan por una comarca perdida y olvidada en medio de la provincia de Burgos, de tierras pobres, sabinares, robledales y praderíos y, a partir de Pinilla Trasmonte, el río empieza a la labrarse su valle atravesando los páramos.
Precisamente en Pinilla debemos pararnos para contemplar dos puentes que son dos verdaderas maravillas en piedra. Esta sea tal vez, la consecuencia más bella de la estrecha unión existente entre el paisaje y la historia. En el mismo sentido, también podemos contemplar numerosos molinos a lo largo del valle; es fácil encontrar en cada término municipal al menos dos de estos ingenios. Por otra parte, todavía en la cabecera del valle nos acercaremos a algunas de las muchas iglesias pertenecientes al Románico del Esgueva, de carácter rural, que destaca por sus puertas monumentales y sus ábsides.
El valle mantiene un aspecto especialmente húmedo y verde, con abundantes choperas, alamedas, restos de olmares, muchos nogales, y robledales en las laderas, hasta aproximadamente Villatuelda. A partir de aquí se ensancha y profundiza más, dedicando la mayor parte de su vega a cultivos de regadío y cereal. Poco después de entrar en Valladolid va descendiendo notablemente el número y extensión de robledales. Finalmente, se aproxima a la Ciudad con sus laderas peladas, salvo algunos pinos carrasqueños. Parece como si hubiera ido perdiendo el vigor que derrochaba, hasta el punto de dejarse arrancar sus propios brazos.
