Poco después de Campaspero, hacia el sur, el páramo inicia un suave descenso, como buscando los afluentes de los ríos Duratón y Cega. Ello hace que la inmensa llanura adquiera una perspectiva distinta y se haga visible, pues la dominamos desde una altitud superior, aunque sea mínima. Además, alcanzados los valles de esos afluentes, vemos cómo se eleva la llanura, ahora hacia la sierra que preside el paisaje desde el fondo.
La Hoz
De manera que nos lanzamos a rodar, un poco cuesta abajo, buscando el cauce del arroyo de la Hoz. Cruzamos un pinarillo –de los muchos que hacen variada esta paramera- y conectamos con varias cañadas para presentarnos en Membibre, que guarda un vergel en un tajo de la paramera. Fuentes, bodegas, pequeñas praderas, palomares, un precioso ábside románico en la iglesia parroquial; todo está aquí como escondido.
Ahora vamos por el arroyo de la Hoz en su fuga hacia el Duratón, que sigue siendo un vergel entre paredes calizas. Dejamos atrás las bodegas excavadas en la peña y dos viejos palomares.
En uno de los recodos descubrimos el molino de Enmedio, que el de Arriba lo dejamos en el pueblo. Increíble lugar: en el centro del vallejo, el molino y la balsa con sus dos bocines; en la ladera de la derecha, carios corrales en cuevas, cerrados con tapias de piedra; a la derecha, más cuevas. Y todo una ruina, hasta la alameda y prado de aguas abajo: los negrillos son sólo matas que no levantan ni tres metros. Menos mal que al fondo unos cuantos chopos viven y dan sombra. Por encima de todo, almendros en los bordes y el páramo ya reseco.
Otro recodo más, se abre un poco el vallejo y llegamos al molino de Abajo, que también es una ruina. Una densa y larga alameda protege fuentes y manantiales pues si en ella entró seco el arroyo, de ella resurge con caudal abundante.
Toboganes
Salimos del cauce por el firme de un antiguo camino que a duras penas vislumbramos. Arriba nos cruzamos con la cañada merinera, olvidada y malherida por los cultivos. Entre bajadas y subidas más o menos suaves contemplamos campos de cereal sin cosechar y alguno de patatas, ajos o remolacha. Evitamos entrar en Fuentesaúco de Fuentidueña y en otro cruce con crucero volvemos a retomar la cañada merinera que, esta vez, nos deja en Calabazas de Fuentidueña por una pista asfaltada.
Curioso lugar: la fuente es un manadero protegido en que se recogía el agua, que pasaba luego al abrevadero y a los lavaderos. Pero sobre el mismo lavadero se ha construido una casa, sin mayor problema; en su cristalera una frase Todoesponerse. Claro. Y la iglesia de la Asunción tiene una nave que es más alta que la torre.
Se agradece la cuesta abajo. A mitad de bajada, otro vergel, alimentado por la fuente del Cuadro. La pared natural y un muro de piedra protegen este caudaloso manadero; castaños y nogales nos dan una profunda sombra y… aquí nos quedamos para descansar y repostar un poco, es el lugar ideal. Más abajo, una variada huerta con frutales se aprovecha de esta aguas.
El frescor del Duratón
Continuamos bajando y otra fuente –con un diablejo escupiendo agua- nos recibe en Vivar de Fuentidueña, ya en las riberas del Duratón. La iglesia de la Magdalena es románica y coqueta. Dos capiteles impresionan por su sencillez. Por el momento, hemos dejado los áridos páramos. Aquí, bosques de galería protegen el río y nosotros nos aprovechamos también de su frescor; además, cortan el viento que ahora da de frente o de costado.
Las orillas invitan a quedarse y acabamos haciendo otra parada en Rábano, junto al puente de madera remozado hace cuatro años. Ovas y pequeños nenúfares blancos adornan la corriente de agua. Una poza junto al puente nos está invitando a zambullirnos y así lo hacemos.
Y de nuevo el páramo
Menos mal que nos hemos refrescado en el río: ¡menuda cuestecita nos espera! Pero ya es historia, como tantos recovecos o lugares al hacer camino. Justo arriba nos recibe otra fuente, entre las ondulaciones previas a la llanura definitiva. Con el gaznate fresco emprendemos el último tramo del camino. Es una cañada merinera trasformada en pista para uso de tractores y cosechadoras.
Cuando todavía faltan 9 km para Campaspero, el pueblo se deja ver en el horizonte limpio. Como lo vemos tan cerca y como el viento nos da tan de cara, nunca llegamos. Esta última etapa parece no acabar. Nos distraen recolectores de ajos. Pero al final, pasamos junto al molino de piedra y viento que nos dice: ¡estáis por fin en la meta!
Y el recorrido en wikiloc.
