Tiene este páramo unos 70 km de largo –de Palencia a Tiedra, por ejemplo- y unos 30 de ancho, sin contar laderas y acercamientos. En esta excursión, lo recorremos a lo ancho, desde Valladolid hasta Villabrágima, aunque nuestra meta ha sido la ermita riosecana de la Virgen de Castilviejo. Salvo las subida inicial y la bajada final, todo es plano, o casi, pues este páramo, sobre todo hacia el oeste, se ve salpicado por distintos vallejos.
Subimos por Zaratán, por el viejo firme –hoy remozado- del Tren Burra. Es una de las subidas a la paramera más tendidas y suaves. Enseguida nos encontramos con los primeros bosquetes de roble a la vez que apreciamos el valle de que se abre –y se va cerrando- hacia el Este.
En Villanubla tomamos la carretera de Wamba y al llegar a los molinos del Ontanija subimos de nuevo al páramo. Ahora nos mantenemos entre torres, pues distinguimos las de Ciguñuela, Villanubla y Peñaflor. No hay muchos puntos que destaquen en esta llanura interminable. Aunque, si el día es muy claro, seremos capaces de distinguir la cordilleras Central, en el sur, y Cantábrica, al norte. A pesar de todo, bajamos a la nava de Peñaflor, con su viejo pozo y con sus fértiles tierras anegadas en épocas de abundantes lluvias. Por aquí, antes destacaban las hileras de almendros y acacias. Ahora sólo destacan los descomunales molinos de viento.
Dejamos a un lado el monte de Peñaflor y bajamos al valle del Hornija: ¡qué descanso, aunque no dura nada! Cerca de la alameda que vemos aguas abajo hay un manantial; en la empinada ladera de enfrente, pero más al norte, distinguimos los restos de un viejo molino o batán. Y, ya arriba, nos asomamos al vergel que se forma en un vallejo tributario gracias a la fuente de Umayor. También llama la atención las pequeñas cárcavas que forma la piedra caliza en los bordes de la U.
Al fondo se ve Castromente, que está rodeada de palomares. A un lado, las hileras de acacias que señalan el camino a una antigua fuente medicinal que contó también con balneario. Castromonte es un pueblo de buena piedra; casi todas sus casas parecen señoriales. Lo baña el río Bajoz, que también provoca alamedas de humedad y verdor. Aguas abajo tenemos el embalse de la Santa Espina, una auténtica esmeralda en medio del páramo.
Pero ahora nos acercamos a una de las manchas más grandes que aun se conservan de los montes Torozos. La dejamos a nuestra izquierda y, después de vislumbrar en lontananza los profundos horizontes de Tierra de Campos, una larga bajada nos deja en las cercanías de Villabrágima, dondepasamos bajo el arco del Reloj. Hasta parece que se nos ha ido todo el cansancio del camino. ¡Y hemos cruzado el páramo!
Ahora nos toca cruzar el río Sequillo y rodamos un poco más por una amplia pista hasta llegar a Castilviejo. Además de la Virgen y su ermita, tiene fuente, alameda, pradera y hostería siempre abierta; y si hace malo, su pórtico nos acoge. Un oasis terracampino. Ideal para reponer fuerzas después de saltar la paramera de Torozos con unos 54 km a cuestas.
