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El cañón de Caracena, tainas y pueblos abandonados

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Soria. Caracena, para más señas. Villa que, en la época de la repoblación llegó a contar con una Tierra de más de 30 aldeas en las que vivían unas 17.000 almas. Pero eso ya es historia, como las peleas de los condes de Castilla con los árabes y con el moro Almanzor. Hoy languidece y muere, el municipio contaba con 14 habitantes en 2024 y la mayoría de las aldeas están despobladas. Es el sino de nuestra tierra, y no digamos ya de la provincia de Soria. Pero pasear por sus montes y sembrados supone disfrutar de un paisaje incomparable, y hablar con sus gentes es hablar con hombres y mujeres que poseen una sabiduría de otros tiempos.

Por el páramo

Salimos de Carrascosa de Abajo (18 habitantes). Un frontón junto a la iglesia: ¿cuándo se jugó el último partido en invierno? Casas de piedra, muchos corrales arruinados. Subimos la cuesta, dejando atrás el pueblo. No es fácil pedalear, pero con el paisaje olvidamos el esfuerzo. La tierra roja y el cielo azul con alguna mancha blanca van a ser la tónica del día. Una tónica alegre y luminosa que se agradece después de las últimas nieblas y las próximas lluvias que nos anuncia.

Llegamos al páramo y aparecen los primeros corrales –o sus restos- y las primeras tainas arruinadas, aunque estuvieron en uso hasta hace muy poco. Son las tainas de Carro Virgen, tal vez en referencia a la ermita de la Virgen del Monte, ladera abajo, en el valle. Un poco más al sur están las tainas del Chaparral, parece que están en uso, al menos durante alguna temporada del año.

Taina

También contemplamos al norte, sobresaliendo del ras del páramo, el castillo de Gormaz, a 15 km en línea recta; hacia el suroeste distinguimos las cumbres nevada del pico del Lobo y Somosierra: ya se sabe, los páramos son como cimas planas. Enseguida nos asomamos a Caracena, cien metros por debajo de nosotros con el castillo protector a 600 metros al sur del pueblo. Pero no es cuestión de bajar ahora y seguimos, que todo llegará.

Cerradas, encinas y sabinas

Seguimos rodando hacia el suroeste. Buscamos en vano la fuente de la Matilla, que aparece en los mapas pero no en la realidad, y continuamos, en parte por caminos y en parte a campo traviesa. La verdad es que el suelo de esta zona –tanto en monte como en sembrados- se encuentra duro y liso, ideal para rodar. Llegamos a una zona de monte de sabinas donde abundan las cerradas, y damos la vuelta a la del Cuento. Parecen grandes corrales, pero no lo son: en realidad, como luego nos explicó un pastor, se trata de antiguas zonas dedicadas al cultivo en medio de pastizales, se cerraban con tapias de piedra para protegerlas del ganado.

Carrasca de Valderromán

El siguiente encuentro es con la carrasca de Valderromán. Se trata de una encina de proporciones gigantescas que destaca en este sabinar mixto en el que también abundan las encinas de buen tamaño. La pena es que recientemente se ha visto privada de casi la mitad de su copa, a causa del peso de la nieve acumulada. Pero no ha perdido su grandeza.

Pueblos que un día lo fueron

Aspecto de Cañicera

Tras contemplar las tainas de la Carrasca, el camino del Chasca nos lleva por un barranquillo hasta Cañicera. Creíamos que este pueblo estaba vivo, pero no. Todas las casas –unas catorce- menos una están en ruina. Y la iglesia. Sólo una casa, en lo más alto de la cuesta, se encontraba en uso. Todas  las demás sin cubierta y en avanzado proceso de destrucción. La fuente y los lavaderos también se han librado de la quema, pero se encuentran sin agua. Unos almendros floridos daban al pueblo el único toque de vida. Todo una pena. La iglesia, igualmente hundida. Es el sino de Soria y de los campos de Castilla. ¿Qué se hizo de aquellas familias que dieron vida a Cañicera, que construyeron sus casas, que trabajaron y tuvieron hijos…? Parece que emigraron, muchos a Zaragoza, otros a Madrid y Barcelona. Pero todo pasó y el pueblo mismo desaparecerá un día, pues todo pasa irremisiblemente, como ya dijera aquel poeta de Castilla:

No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.

Iglesia de Rebollosa

Pero la cosa no quedó así: por buenos caminos llegamos a la majada del Monte, hoy buen pinar, donde perdimos todo sendero. Menos mal que con la bici a cuestas durante unos pocos cientos de metros salimos a otro buen camino que nos llevó a Rebollosa de los Escuderos, un pueblo fantasma en peor estado aún que el anterior, pues todas las casas se encontraban en un estado mayor de abandono; hacía más tiempo que el último habitante se había marchado. La verdad es que las condiciones de vida fueron muy duras en estas tierras sorianas, por eso se fueron todos…  (para saber más sobre estos pueblos puedes consultar el blog de F. Calderón)

Entre los altos grises de la Cabeza Ribas y la Cuesta Conejos –enormes picos para los que rodamos habitualmente por la meseta- surcamos el valle del arroyo Jimeno, adornado de árboles de ribera y prados, pero también de vallados que protegieron antiguos campos de labor o huertos y, por supuesto, de tainas. Todo está verde, está siendo un invierno de lluvias y el campo se beneficia.

El cañón

La figura del Cristo del Carrasquillo, en un alto, nos anuncia la proximidad de Tarancueña, localidad que ya veíamos desde Rebollosa, a 4 km. Tarancueña, a Dios gracias, cuenta con algunos habitantes, muy pocos, pero lo suficientes como para no dejarse caer en el olvido: aún sus habitantes pueden revivir sus costumbres. Aquí, probablemente, fue vencido por Almanzor el conde de Castilla García Fernández, el de las manos blancas en el año 981.

Comienzo del cañón

Ya hora viene lo peor de la excursión –por las dificultades técnicas- o, tal vez, los mejor –por el paisaje atravesado. Y es que nos vamos a adentrar en el cañón de Caracena. La primera parte de este recorrido, unos tres kilómetros y medio, no tiene problema, pues discurre por un buen camino desde Tarancueña hasta el molino de Abajo, próximo a una torre que parece un palomar. Aquí ya se ve que el páramo ha sido cortado por el río, si bien el cañón es todavía ancho y con paredes inclinadas pero sin llegar a lo vertical. En las laderas todavía se han construido algunas tainas para guardar el ganado.

El sendero

En el molino el camino se trasforma en sendero. Todavía, durante algo más de un kilómetro –son casi seis los que faltan hasta Caracena- uno puede ir cómodamente sentado en la bici, teniendo cuidado para no arañarse brazos y piernas con la maleza, pues abundan las zarzas. Luego, durante casi dos kilómetros, hay que apearse de la burra con frecuencia, bien por estrechez del sendero, que a veces se convierte en un surco en el que no puedes pedalear, bien porque ha sido invadido por la maleza, bien porque salva roquedos a los que hay que hay que tomar la bici al hombro, bien porque hay que salvar el río por piedras –más o menos- pasaderas… Y, una vez superada esta parte, nos quedaría casi otro kilómetro como el primero, sin mayores dificultades si prestas un poco de atención. A todo esto hay que pararse de vez en cuando, no sólo por las dificultades, sino para contemplar el panorama: cantiles, paredones, cuevas, refugios de pastor, posaderos de buitres, pequeñas cascadas…

El final, ya desde Caracena

Y Caracena

Finalmente, una empinada cuesta tirando de las bicis nos deja, al fin, muy cansados, en Caracena. Otro pueblo que resiste al abandono, Villa cabeza de Tierra, en el que visitamos el castillo, la iglesia de San Pedro con su precioso pórtico románico,  la plaza mayor con su royo y lavadero, la cárcel, la iglesia de Santa María y, ya en las afueras, la fuente y lavaderos. También merece la pena el puente, visible luego desde la carretera.

Fuente de Caracena

Porque ya no investigamos si había camino (al parecer, no), que con el cañón habíamos tenido suficiente por el momento y volvimos por la carretera, pudiendo visitar la ermita de la Virgen del Monte y, desde lejos, la atalaya de Caracena. Y para los dos últimos kilómetros, nos metimos por un camino paralelo al río por la orilla derecha que nos condujo siguiendo el caz de un molino entre matas de encina hasta la ermita derruida de San Cristóbal, desde donde cruzamos a Carrascosa para dar por concluido el viaje. Salieron 43 asendereados kilómetros, que aquí puedes ver.


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