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Espadañas y cuérnagos del Tera

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Llovía en Castilla –y en León- pero los pronósticos daban despejado en Benavente y alrededores a partir de las 11:00 h. Y –al menos por esta vez- acertaron. Pero, según nos comentaba un pastor en plena vía pecuaria, estuvo diluviando de 6 a 8 de la mañana. Consecuencia: que no nos llovió, pero había charcos y barro por todas partes. Menos mal que muchos caminos eran de gravilla, eso nos salvó en buena parte del trayecto.

Siguiendo una imaginaria Z: Brime, Colinas, Abraveses y Mózar.

Comarca elegida: el valle del Tera desde Sitrama hasta cerca de su desembocadura. Tiene su encanto, pues alterna tierras de cultivo con montes de encina y abundantes pueblos. Y el río. El río que, sin llegar a formar meandros, forma una intrincada red de islas y cuérnagos, protegidas por chopos, fresnos y sauces, que se ha visto aumentada antiguamente por caces de molino y hoy por acequias de riego. Los pueblos, por su parte, son localidades sencillas, con más o menos población y todas con una iglesia de robusta espadaña que hace de torre. Además, a todas ellas puede uno subirse mediante la escalera externa que, normalmente, se encuentra accesible. Ello permite ver y tocar las campanas.

Protestas en el campo

El cielo estuvo nublado durante la primera parte del trayecto y soleado, con nubes, durante la segunda. A lo lejos, muchos aguaceros pasaban sin acercarse.

Salimos de Santa Cristina de la Polvorosa con la intención de alcanzar el valle del Tera a través de la cañada real Sanabresa, que era una larga pradera encharcada y donde encontramos un rebaño de ovejas pastando unas remolachas allí esparcidas. Pero, al llegar al monte de Requejo, nos encontramos con una valla de alambre de espino con puerta candada. ¡Adiós a la cañada: la han tajado! Bueno, pues a rodear el monte hasta que caímos de nuevo a la cañada pero, esta vez, para cruzarla en dirección al suroeste.

Sembrados en la vega

Y entre monte y sembrados nos plantamos en Colinas de Trasmonte, localidad con un amplio barrio de bodegas y con la iglesia de San Juan Bautista a cuyo campanario subimos, por supuesto. Tras cruzar el caño de San Juan, nos acercamos al arroyo de la Almucera que nos condujo hasta Quiruelas de Vidriales, localidad relativamente grande y con actividad de lo más variada.

Choperas

En Quintanilla de Urz, además de contemplar la iglesia, pudimos ver una hermosa fuente romana y algún palomar. Continuamos entre el arroyo ya citado y la peña Grande hasta Brime de Urz, donde divisamos, en un cerro fuera de la localidad, la ermita de San Esteban. Pero, la verdad, no nos apetecía subir, vista la fuerte inclinación del camino. Otra vez será. Sí nos acercamos a la iglesia y continuamos ruta.

El Tera remansado

Tomamos un camino rectilíneo con algún tobogán. Al final, salvando más de 40 m de desnivel y rodando entre sembrados y viejos viñedos descuidados, llegamos a un monte de encinas y, tras cruzar la cañada Sanabresa y la autovía de Orense, bajamos a la ribera del Tera y, en concreto a la localidad de Sitrama. Nos acercamos al río, que venía fuerte y contaba con abundantes prados y choperas. Al poco estábamos en Abraveses -¡qué nombres tenemos en esta comarca!- para seguir ya por el cauce cercano en la misma dirección que las aguas, pero con cuidado para no meternos en una isla o en entre un cuérnago sin salida. Además, no te podías fiar del mapa, pues las aguas estaban crecidas y la realidad era muy distinta. Además, algunos caminos estaban inundados y los vados se encontraban infranqueables para una bici… De manera que disfrutamos viendo el río o las aguas más cercanas pero no pudimos acercarnos a viejos puentes y molinos. Así, la zona de acceso al molino del Tamaral se había convertido en una inmensa laguna. Y no teníamos barca.

Cerca de Mózar

Y de Aguilar de Tera –con su iglesia de Santa Marina- fuimos por una pista pesada por encontrarse empapada, que no encharcada, y larga hasta el puente que salvaba un bravo y ancho Tera y enseguida, a Mózar, donde subimos a nuestra última espadaña con su correspondiente campanario.

Caminos de ribera

Como se hacía tarde y no vimos un camino más o menos directo a Santa Cristina, tomamos la carretera, que tampoco estuvo mal: dehesas de hermosas encina a uno y otro lado, chubascos y arco iris al fondo, y viento de culo. Después de tanta tierra mojada en la que te hundías, se agradecía. Además, nos esperaba la iglesia de Santa Cristina, única visitada sin espadaña pero con una hermosa torre que al llegar bañaba el último sol de la tarde.

Y fin: aquí tienes el trayecto.


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