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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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Monasterio de la Virgen del Risco, en la sierra de Ávila

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El río Adaja, al poco de nacer, forma el valle de Amblés, de fondo plano y laderas enriscadas y, en invierno, nevadas. Esconde también este valle montes de roble, abundantes arroyos, prados y pueblos construidos en el buen granito de la cordillera Central. Y en un vallejo de la sierra de Ávila, en el norte del valle, por tanto, se levanta una torre visible desde buena parte de nuestro valle, si sabes dónde se encuentra. Eso es todo lo que queda en pie de un antiguo monasterio agustino.

La historia comienza con una leyenda, cuando un pastor, a principios del siglo XIV, encontró una talla de la Virgen en una cueva. Era la Virgen de las Angustias, al pie de la Cruz y con su Hijo en brazos. Así comenzó la devoción mariana en este lugar; a partir de ahí habría ermitaños aprovechando la cueva señalada, siendo uno de ellos el agustino fray Francisco de la Parra que, en 1504, erigió levantó una ermita a la Virgen, conocida ya como Virgen del Risco, por el lugar tan abrupto en el que se encuentra.

Pero fray Francisco no se conformó sólo con rezar en tan hermoso lugar, sino que acabó construyendo, con la ayuda necesaria, todo un convento, con su iglesia y claustro de estilo gótico tardío y todas las dependencias necesarias, incluso tuvo hospedería, molino y terrazas de cultivo.

Parece que sufrió los avatares de la guerra de la Independencia, pues muchos de los monjes tuvieron que dejar el monasterio y, debido al número reducido que quedó, acabó siendo desamortizado hacia1845. Hoy, lo único que permanece en pie es la torre de la iglesia, tan fuerte y bien construida que nadie ha podido llevarse sus piedras para usarlas en otras edificaciones.

Salimos de Muñana para atravesar la dehesa de Villagarcía, de corpulentas encinas y en la que pacían vacas avileñas, pues toda esta zona es eminentemente ganadera, por la buena calidad de sus pastos. Por cierto, que el monasterio del Risco tuvo un buen rebaño de ovejas merinas trashumantes que invernaban en Extremadura.

Después de atravesar Pascual Muñoz llegamos a Amavida, donde empezamos el ascenso de la sierra de Ávila. No fue muy costoso, ni tampoco facilón; teníamos la ventaja de empezar frescos, con pocos kilómetros en las piernas. Enseguida nos fuimos olvidando del esfuerzo gracias al paisaje que contemplábamos: al sur, la Serrota y la sierra de la Paramera, blancas desde la mitad de la ladera hacia arriba. Abajo, la llamativa planicie del valle, donde la agricultura es posible gracias a la abundancia de agua. Y, en nuestro camino, encinas solitarias y enormes piedras de todas las formas y tamaños nos acompañaban.

Al fin divisamos la torre, no sin cierta dificultad, pues era la primera vez que subíamos y su tono y color era el mismo que el de las piedras circundantes. A pesar de que puede verse desde el valle, también es cierto que se mimetiza con su entorno perfectamente. Subimos por un pequeño robledal cuyos ejemplares aun conservaban algunas hojas amarillentas. Nos hicimos alguna foto para dejar constancia de su tamaño y seguimos adelante, ahora por un sendero entre escobas y pequeños riscos. Una vez divisada, la torre iba haciéndose cada vez más grande.

Finalmente, dimos con el camino empedrado del antiguo convento y llegamos a las ruinas, que se encontraban ligeramente nevadas. El frío era intenso pero el lugar estaba perfectamente protegido de los vientos del norte; se agradecían los momentos de sol. ¿Qué les impulsó a fray Francisco y a sus compañeros agustinos a construir aquí un monasterio? La verdad es que tenían buen gusto; el único problema sería el fresquito que pasarían en invierno. Tal vez tendrían una mínima calefacción tipo gloria, no sé.

Después de inspeccionar las ruinas y contemplar el valle con sus montañas, salimos dirección opuesta a la llegada hasta alcanzar el cordal de la sierra, más nevado y helado, desde donde divisamos Vadillo de la Sierra y el comienzo de la Moraña. 

La bajada la hicimos por un camino nevado que nos condujo hasta la carretera, por la que bajamos a Villatoro, donde saludamos a los tres verracos de la plaza Mayor. La verdad es que buena parte de lo que son estos pueblos se lo deben a la cultura irradiada desde el monasterio: nuevos métodos de cultivo y de explotación ganadera, alfabetización… En el museo del Prado podemos ver la famosa y delicada obra de Petrus Christus Virgen con el Niño, procedente de este monasterio.

La vuelta fue por el valle: caminos encharcados y medio cortados por arroyos caudalosos, campos y alamedas, prados y robledales. Pasamos por Pradosegar y por la ermita de Nuestra Señora de Izquierdo y, finalmente, terminamos en Muñana, como estaba previsto. Aquí tenéis el recorrido.


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