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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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Duratón, Duruelo y, mediando, la cañada Segoviana

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Hubo un tiempo en que la vega del río Duratón, precisamente al pasar por lo que es hoy la localidad de Duratón, albergaba una gran ciudad romana de 60 hectáreas de extensión cuyo principal activo fue, según parece, su mercado de ganado. El lugar era apropiado sobre todo por ser un cruce de caminos –o de calzadas, diríamos mejor- pero también por su paisaje: una feraz vega, muy apta para el cultivo, a la vera del río y con montes y pastizales próximos.

La ciudad, a la que han llamado Confloenta, fue transformándose en visigoda en la alta edad media, como lo prueba el hecho de haber encontrado unos 700 enterramientos que incluyen adornos típicos de aquella época: fíbulas, broches, pendientes, anillos… Parte de las tumbas, tipo sarcófago, aún podemos verlas pues se encuentran recogidas, al aire libre, como también lo poco que se ha excavado de la ciudad.

Pero lo mejor que alberga la vega aún podemos verlo, enterito y en muy buen estado. Se trata de la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, que posee una llamativa y artística galería porticada de 10 arcos y tres puertas de acceso, además de la que comunica con el interior. Y ya sólo con esto podemos dejar que pase el tiempo contemplándolo desde fuera y también por dentro, desde donde también veremos la ribera del Duratón a través de las elegantes arcadas, uniendo así naturaleza y arte. Precisamente en estos días de Navidad hemos contemplado en los capiteles de estas columnas el Nacimiento de Jesús que, por su expresividad y equilibrio, es una auténtica obra maestra, todo ello sin despreciar la adoración de los pastores o de los Magos y otras escenas neotestamentarias. Aunque también los motivos simbólicos rondan la perfección: varias arpías y una seductora sirena de doble cola, por ejemplo. Según los entendidos, a lo largo de todas estas representaciones estamos asistiendo a una lucha entre el bien y el mal que tiene un final feliz, pues el bien se acaba imponiendo. Esto se esculpía allá por el año 1.203.

En fin, aquí, en esta iglesia de la localidad de Duratón dimos comienzo a nuestra excursión. Al poco estábamos en otra pequeña localidad con iglesia románica, El Olmo, que tiene un buen puente de piedra, si bien nosotros utilizamos también unas piedras pasaderas –que no nos traicionaron- a través de las cuales salvamos el río Serrano.

Después, atravesando tierras agrestes con pobres sembrados y achaparradas encinas, fuimos en busca de la cañada real Segoviana. La verdad es que nos costó encontrarla, pues los caminos se perdían, confundían o desaparecían, haciéndose poco menos que inaccesibles.

Pero fue llegar a la cañada y como llegar al paraíso: una pradera verde y rala, sin piedras o guijarros que molestaran nuestra rodada, con robles y encinas que hacían más ameno el avance, y con un imponente pico del Lobo al fondo y el puerto de Somosierra como objetivo momentáneo de los trashumantes que llevaban nuestro rumbo. Una maravilla de excursión. No nos la habíamos imaginado así. Y el sol, todo hay que decirlo, el suave sol de diciembre que agradaba sin molestar, mientras Valladolid se ocultaba todo el día entre la niebla.

Y llegamos a los Arrubelos, raya entre Sotillo y Castillejo, punto más alto (1079 m) de nuestra excursión. Bajamos a un bosque de robles y seguimos por la cañada, vadeando el arroyo Valdevares, siempre por praderías con robles, hasta que finalmente topamos con el río Cerezuelo, poco antes de Mansilla. Aquí dejamos muy a nuestro pesar la cañada para dirigirnos por el valle, junto a praderas en las que pastaba ganado vacuno, a Duruelo.

Duruelos hay muchos. No sólo este de Segovia, también conocemos el  de Ávila y el de Soria. Se trata de un topónimo emparentado con Duero –de origen prerromano y relativo al agua, lo más probable es que signifique río- y con el diminutivo latino en –ullus. Arroyo, vendría a significar. Aquí contemplamos la iglesia de la Natividad, de ábside románico y con una anchísima espadaña que alberga cinco buenas campanas.

Rodamos un poco más por la paramera hasta caer en Fresneda. ¡Sorpresa! Una sencilla iglesia románica con los muros de calicanto vencidos y al destripados, sin techo y con una espadaña a punto de desplomarse… En fin, ésta –dedicada a San Miguel- ha caído, pero también hay que ver el lado positivo, pues otras están en pie y muy bien cuidadas.

Una rodada más, esta vez cuesta abajo, y nos presentamos ya al otro lado del Duratón, en Sotillo que, para variar, cuenta con su sencilla iglesia románica, dedicada aquí a la Natividad. Ahora seguimos por la carretera; no hay camino alternativo. A la derecha, descarnada y roja, la ladera que cae abruptamente al Duratón. Y al poco, entramos en la localidad de Duratón, fin del trayecto. En Perorrubio, a 5 km, tenemos la iglesia románica de San Pedro, también de magnífico porte.

Aquí podéis ver el trayecto seguido, relativamente corto, de unos 35 km.


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