
Por fin hemos rodado por los alrededores de Peñausende y subido a su emblemática peña granítica. Era una asignatura pendiente, o tal vez una necesidad por cubrir. Porque la llamada de Peñausende era suave, pero continua. Al fin, tras varios años, hemos acudido a su cita.
Desde el punto de vista físico, es una llamada cuyo eco resuena por casi todo el Sayago y la Tierra del Vino. De hecho, desde esta Peña se divisa perfectamente Zamora, a 30 km en línea recta. A lo lejos se levanta una gran mota o muela –la Peña-, sintiéndose uno siempre vigilado. Y una vez allí, después de subir por una estrecha escalera de piedra, uno podrá creerse el vigía de una enorme extensión de cientos de kilómetros cuadrados… Se divisa buena parte del Sayago con sus riveras y peñas, los sierros del sur tras de los cuales está la provincia de Salamanca, y los tesos de la Tierra del Vino. Es como un punto fantástico en un paisaje pastoril, algo así como un altar que uniera el cielo con la Arcadia.

Puente en Tamame
Desde un punto de vista histórico, Peñausende es un enigma. ¿Vaccea?, ¿vetona? ¿lusitana? No en vano, para los zamoranos, Torrefrades, a 16 km de la Peña, es la patria chica de Viriato, ese pastor lusitano que plantó cara a los romanos como se la plantaría a los mismos lobos. Pero el caso es que Leovigildo en su afán de unificar Hispania, sometió a los sappos de Sapparia hacia el año 573. Para algunos estos sappos eran un tipo de cántabros… En cualquier caso, la mayoría de historiadores sitúan Sabaria en las comarcas de Sayago, zona de Portugal regada por el Sabor, Sanabria, sierra de la Culebra, haciéndola llegar algunos hasta Simancas. Pero Peñausende era una ciudad de Sabaria, incluso pudo llegar a ser su capital. Así que –como de Sabaria- poco se sabe de Peñausende hasta que Alfonso III reconquista Zamora y avanza hasta la Peña como punto de vigilancia estratégica.

Aspecto de una de las muchas dehesas que cruzamos
Pero dejemos a los historiadores que sigan despejando los enigmas de Sabaria y Peñausende y vayamos a la excursión de hoy.
Salimos desde Sobradillo de los Palomares, pueblo de piedra como todos en la comarca que atravesaremos. Tomamos un buen camino hacia el sureste que, antes de caer hacia una amplia vega o valle, gira hacia el sur. Lo seguimos entre praderías, abrevaderos, campos de cereal y encinas, hasta que una doble valla de alambre metálico nos corta el paso, así, de repente. Rodeamos pero al final hemos de saltarla por dos veces. Es lo que tienen estos tiempos: desaparecen las cortinas y surge el alambre de espino. ¡Hasta los viejos portones ganaderos están candados!

Restos de palomares en el berrocal de Tamame
En fin, tras rodear el berrocal de la Viña –una de tantas peñas graníticas de Sayago- llegamos a Tamame, pequeña ciudad encantada que nos ofrece dos preciosos palomares en lo alto de su berrocal y un puente medieval, tan largo como original. Lo que ocurre es que casi no queda rastro del río que superaba, de manera que parece más un adorno escultórico que una infraestructura antigua.

Peñausende
Entre cortinas, encinas, robles y pinos, seguimos rumbo al sureste. La Peña crece de tamaño a ojos vista y cruzamos la localidad hasta la iglesia de San Martín, ya al lado de la Peña. Difícil describir el paisaje para los que no han estado allí: al sur, el teso Santo y sus cerros hermanos con molinos de viento y el sol cegador al fondo; al oeste una alfombra interminable de dehesas, destacando con mayor vegetación, en primer plano, la rivera de Peñausente y la del regato de los Haces; igual paisaje al noroeste, con berruecos y berrocales más o menos perdidos entre la bruma; al norte dehesas y sembrados, con Zamora al noreste, y, al este, la población de Peñausende, protegida más allá por otro cerro… La Peña no tiene mucha superficie, pero la que tiene era inexpugnable gracias a la verticalidad de las paredes de granito, a lo que se unían las murallas fortalecidas por cubos; de todo esto muy poco queda.

Equilibrios
Intentamos seguir la rivera de los Haces para llegar a Figueruela, pero fue imposible por los cercados y los portones candados, así que tuvimos que salir a los caminos rectos y anchos –y feos, diría- de concentración para rodar entre prados y dehesas cercadas en las que pastaban ovejas y vacas. Finalmente, cruzando un tupido monte, descansamos en Figueruela, donde tuvimos otra vez la oportunidad de contemplar dos puentes tradicionales y varias casas con los elementos típicos de la comarca. Además, la localidad ya se había adornado para la Navidad, de manera sencilla y agradable.

En Figueruela
También intentamos dar con un camino más o menos claro para llegar a Fresno, pero fue imposible. Aparecían y desaparecían caminos y senderos entre la maleza del monte; fuimos siguiendo una rivera que nos condujo a un caserío de la carretera; volvimos al monte y rivera y al fin salimos a Fresno, donde visitamos primero los restos de la iglesia gótica de San Miguel, convertidos en cementerio y luego la fuente.

Restos de la iglesia de San Miguel. Fresno
El sol caía deprisa, como cae en invierno. Esta vez tomamos un camino que nos llevó hasta la dehesa de Cerbellino y por allí, o antes, desapareció. Primero pudimos ver un rústico puente de lajas, luego seguimos viejas rúas entre cortinos y finalmente nos perdimos, de manera que decidimos tomar el primer sucedáneo de camino que nos llevara a la carretera, lo que no tardó en suceder. Por asfalto, llegamos a Mogátar.

Ya quedaba poco para el final. Subimos a la ermita de la Natividad y desde allí una buena pista ¡cuesta abajo! nos condujo hasta otro que, sin venir en los mapas, nos fue bajando entre dehesas hasta la rivera de Sobradillo, que llevaba un poquito de agua y donde disfrutamos reflejaban las luces de la atardecida. Además, algunas piedras pasaderas completaban el rústico paisaje.

La Natividad, Mogátar
Un empujoncito más y, entre hincones, abrevaderos y chozos, estábamos en un frío Sobradillo, ya sin sol.
Aquí podéis ver el trayecto seguido, de unos 47 km.
