
¿Quién no se ha tomado alguna vez las de Villadiego? Bueno, pues nosotros fuimos a tomarlas al mismísimo Villadiego, localidad que se encuentra al noreste de la provincia de Burgos, en las orillas del pequeño río Brullés.
Después de comprobar que el Brullés venía prácticamente seco, tomamos las de Villadiego y, cruzando el río Grande, nos fuimos en dirección a Villalibado. La torre de la iglesia llamaba la atención desde lejos, pues se encuentra en un alto. La iglesia –al igual que un torrejón- ha sido reconstruida y restaurada. También contemplamos un palomar y una fuente con su lavadero.

En Villalibado
Seguimos por campos de cultivo hasta otro curioso pueblo, Villaute, que cuenta con otro magnífico torreón y una iglesia románica con dos naves y dos ábsides gemelos (o tal vez mellizos, pues son casi iguales. Muy curioso.
Un poco más y estamos en Melgosa, donde solamente destacan las ruinas de algún palacete y de varias casas. La casa típica de esta comarca se repite por todas partes: grande, en piedra caliza, dos alturas, balcón encima de la puerta y vanos escasos y pequeños, como para acumular el calor de dentro. Debieron ser muy duros los inviernos por aquí… [Por cierto, en Melgosa vimos varias colmenas y un mielero; la tradición sigue]

En Villaute
Un camino a media altura nos fue llevando por el valle del Brullés, contemplando las tierras rojas de cultivo, los perdidos, las manchas de roble o encina, y las colinas calizas de la otra ladera, cargadas de monte y con algunas pequeñas gargantas por donde se adivinaba el paso o transición a las Loras. Más al fondo, al noreste las moles de Amaya y Ulaña.

En el valle del Brullés
Al fin llegamos a Brullés y fuimos volviendo entre toboganes por la otra ladera hasta llegar a la garganta de la Concha, por donde entramos hasta dar con Icedo, pueblo abandonado. En primer lugar nos acercamos a los restos de la iglesia de San Adrián que, milagrosamente, aún conservaba bóvedas y pilares, con las nerviaciones pintadas de un añil tan intenso como llamativo. Después, bajamos al despoblado donde sólo sobresalían paredes caídas entre la hiedra y las zarzamoras. Con una excepción: la fuente, que recuerda un molino en miniatura, había sido restaurada.

Garganta de la Concha
Desde Icedo fuimos ascendiendo por un camino entre la Loma y la Majadilla, buscando un sendero que bajara hasta el valle del arroyo Villahernando. La verdad es que habíamos subido mucho, pues el valle aparecía muy abajo, sembrado de montes de robles con algunos claros destinados a praderíos y cultivo. Y ganaba en belleza bajo la presidencia de la peña Amaya, siempre vigilando su territorio. El caso es que el sendero que buscábamos había desaparecido pero un poco más allá había un buen camino que no venía en el mapa. Y como lo importante no es que los caminos vengan en el mapa, sino que existan, por él nos tiramos –robles, manantiales, brezales, rastrojeras- hasta que aparecimos en Villanueva de Puerta, donde visitamos dos pequeños y sencillos puentes medievales, además de la iglesia que, como de costumbre, estaba en lo más alto.

Fuente e iglesia de Icedo
Desde Villanueva subimos un poco, hasta el Colladillo, otra pequeña garganta, y en la bajada vadeamos el arroyo de Jarama; nos mojamos las zapatillas, pero el día resultó bastante más caluroso de lo esperado y en ningún momento sentimos frío, más bien todo lo contrario.
Enseguida llegamos a Hormicedo, otro pueblo abandonado. A duras penas conseguimos entrar en la arruinada iglesia de los Santos Julita y Quirico, en peor estado que la anterior de Icedo. E igual que en éste, conservaba una fuente, ésta más humilde aún. Lo demás, pura ruina. Descansamos un momento a la sombra del bosquecillo que protege el arroyo de la Gargantilla y seguimos camino hacia el sur, pasando junto al humilladero de San Antón, otra ruina más. También nos encontramos un molino bastante bien conservado, a modo de contraste.

Aspecto de unViejo palacete en Tablada
Y nos presentamos en Villalbilla, donde pudimos comer unas ciruelas tan pequeñas como sabrosas. De nuevo encontramos más ruinas, de palacetes y de casas. Y tras cruzar el río Chico y subir la Cotarra, nos acercamos a la iglesia de San Román, con restos románicos, sobre un promontorio. Al lado, Tablada, otra localidad en ruinas con algunas casas restauradas. Después, nos acercamos a Barruelo, último pueblo del entorno que pudimos visitar antes de llegar, al fin, a Villadiego, donde las devolvimos.

Valle del arroyo Villahernando
Aquí nos llamaron la atención los dobles soportales de su plaza mayor, y también la portada románica de la iglesia de San Lorenzo, la ermita del Santo Cristo, el arco de la Cárcel, el puente medieval sobre el río Brullés, los contrafuertes de la iglesia de Santa María, y la escultura de San Miguel aplastando al demonio -que no a un judío, ¡por favor! como alguno cuenta en alguna web turística de Villadiego y repiten otras- en el convento de las Agustinas que se asienta –esto sí- donde se levantara una antigua sinagoga.
Total, un buen paseo de unos 43 km. Aquí dejos el trayecto.
