En invierno, sin duda, se disfruta más de los días de sol. Sobre todo después de una temporada larga de nieblas, como la que hemos tenido a finales de diciembre. O de nubes y lluvia, que de la que también hemos disfrutado. O encontrarnos con lugares donde la niebla se retira más pronto, o no llega…
De manera que dar una vuelta por el páramo y descubrir que allí no hay niebla, reconforta mucho. Porque con un poco de calor sobre la bici siempre se anda mejor, ya que brisas y vientos siempre sobran, y más en esta temporada.
El páramo de los Torozos, próximo a Valladolid, no suele defraudar si sale el sol. Los caminos han cambiado y con saber tomar los buenos para subir y evitar así la molesta grada del faldeo superior, próximo al ras, que puede acabar por inmovilizarte. Aunque haya barro arriba suele ser del bueno, del que no se acaba pegando a la rueda para formar un pegote en la horquilla y fastidiarte la excursión.
Lo peor de todo es que el paisaje ha cambiado, y ya no veremos una llanura limpia: los enormes molinillos han invadido todo. Es lo que hay. Al menos podemos seguir rodando por viejas cañadas, visitar corrales derruidos con restos de pozos y algún chozo, asomarnos a miradores para contemplar los vallejos de tantos arroyos o, sencillamente, disfrutar de una puesta de sol invernal.