Aunque ya han empezado a caer las lluvias primaverales, hasta hace unos días la sequía imperaba en nuestros campos. La cosecha en secano es prácticamente inexistente en Tierra de Campos y tierras de Medina, mientras que en el Cerrato, Torozos y páramos de Peñafiel algo se recogerá. Hemos dado un paseo por el Cerrato palentino y muchos campos estaban verdes, incluso con la espiga formada, pero escuálida. No sé cuánto se podrá cosechar. Ya veremos.

Llamaba la atención el aspecto de los caminos: donde no eran pistas, predominaba el verdor de las hierbas y el color de las flores –margaritas, amapolas, malvas- fuera de las delgadas roderas que han formado los vehículos agrícolas. Poco durará, pero al menos mayo no ha dejado de sorprendernos. Incluso en este año tan raro.

Las encinas también nos han sorprendido con sus flores de oro o candelas. Los robles ya cuentan con sus hojas tiernas, de color verde claro. Los rosales silvestres, con su rosa canina, esplendorosa durante unos pocos días… En fin, que la primavera ha sabido aprovechar por aquí esa humedad que se conserva en el suelo gracias a la caliza que la sustenta.

Así que hemos podido disfrutar del paisaje a ras de páramo y también desde los cerrales, lugar perfecto para contemplar los múltiples vallejos y cerratos.
En esta ocasión, además, hemos aprovechado para visitar las viejas casas horadadas en la ladera del páramo, en Cevico de la Torre, y que estuvieron habitadas hasta mediados del siglo pasado. ¡Menudas condiciones para sus pobres a la vez que recios moradores! Tenían un pasillo central, a veces muy estrecho, que conducía hasta una cuadra y, a ambos lados, habitaciones. Curiosas alacenas y pequeñas despensas. Por supuesto, las primeras habitaciones, contaban con sus ventanas al exterior. También en Cevico visitamos la cueva Grande, que domina la localidad y su valle.

Luego, recorrimos varios kilómetros por el estrecho y largo valle que forman los arroyos Rabanillo y Maderano contemplando corrales y chozos, casi todos en estado ruinoso. Volvimos por el valle del Rabanillo, todo verde, y visitamos la ermita –por fuera, claro- de la Virgen del Valle, que tiene una pequeña pradera a la parte de atrás. El camino que nos condujo hasta ella se encontraba bien poblado de maleza. La puerta conservaba, a modo de ofrenda, un ramo de flores silvestres. Al menos alguien había llegado.

En Valle de Cerrato –que así se llama el pueblo- pasamos por la ermita que guarda el Cristo de las Aguas –visible a través de un ventanuco en la puerta- y, por la ladera del páramo de la Cueva Grande, nos acercamos a Cevico. Allí, visita al barrio de las bodegas, a la fuente de la Samaritana y fin del trayecto. Pero la retina –o la memoria- se ha quedado, sobre todo, con los verdes y florales caminos cerrateños, tan austeros en cualquier otro momento del año.
Aquí, el trayecto seguido.
