Según la documentación que obra en la red, este monte que pertenece a la jurisdicción de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar es el más grande de la región, pues cuenta con casi 7.500 hectáreas. El día estaba gris, había llovido en abundancia durante las jornadas anteriores, se esperaba viento… ¿qué momento mejor para acudir a Tierra de Pinares y no dejarse embarrar las ruedas de la bici? ¡Pues entre Sanchonuño, Zarzuela y Pinarejos teníamos monte y arena para dar y tomar!

Empecemos por la noticia mala: si alguien dijo que Tierra de Campos son, en realidad, campos de tierra, nosotros hemos experimentado que Tierra de Pinares son, en realidad, campos de arena. O pinares de arena. Y es que este gran monte muy tiene pocas pistas firmes y dispone, sin embargo, cuasi infinitos caminos y senderos de arena, que es lo que constituye el suelo del pinar. Eso significa que los ciclistas deben esforzarse y mucho para rodar entre sus pinos. Y, desde luego, me da la impresión de que está impracticable en verano: nosotros hemos ido después del diluvio y, aun así, todo era pura arena: aunque nos quedamos clavados en pocas ocasiones, el avance era siempre complicado, las cubiertas se hundían en la arena…
La buena es todo lo demás.
Salimos de Sanchonuño –localidad repoblada por Sancho Nuño, claramente- que cuenta con una larga tradición industrial visible hoy en su polígono y ayer en las curiosas chimeneas fabriles que quedan, coronadas por nidos de cigüeña. Y no sólo posee monte, también extensos prados boyales y abundantes huertas.

Los pinares son aquí de pinos resineros, que se aprovechaban precisamente para extraer la resina y un subproducto suyo, la pez. Más esbeltos y espigados que los de Portillo u Olmedo, por ejemplo. Muy cuidados, todos están olivados. La densidad del monte es alta en número de negrales y con frecuencia aparecen cortas. Se ve que están trabajados, también por la abundancia de palos y tubos de colores, mojones y cartelitos que señalizan algo que a nosotros se nos escapa. Ya se ve que este pinar sigue siendo la materia prima de otros productos más elaborados relacionados con la resina. El suelo es una capa continua de tamuja con restos de ramas. No hay otra especie de árboles: no vimos ningún piñonero, si bien había alguna zona con robles, fáciles de distinguir porque las hojas, amarillas aún no se habían caído.

Desde Sanchonuño un camino nos llevó, entre claros del bosque destinados a agricultura, hasta un lugar denominado el Manzano, junto a la garganta del Cega. No pudimos resistir la tentación y bajamos hasta su orilla misma, hasta un paraje conocido como vega o vado de Santudovico. No es mal sitio, sobre todo para verano.

Y de allí, luchando a pierna partida contra la arena, nos fuimos hasta la presa del bodón de Ibienza, donde pudimos comprobar que el Cega llevaba agua en abundancia. Un agradable sendero de ribera nos condujo al puente del molino del Ladrón. Hasta aquí llega una excelente pista que viene de la autovía (entre Sanchonuño y Pinarejos) y se dirige a Lastras de Cuéllar. Es otra opción para conocer el pinar sin los agobios de la arena. Y, por la misma orilla nos presentamos en la potente presa de este molino.

Otro empujón y nos presentamos en Zarzuela del Pinar, entrando por la ermita del Cristo, al que vemos por un ventanuco. La localidad está presidida por la iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz , pero también por una buena chimenea industrial, al otro extremo del pueblo.
Seguimos rodando –ahora por una excelente pista- hasta la laguna del Santo, en un agradable lugar con hierba abundante y rodeado de pinares. Las ranas cantan que es un gusto, pero se tiran al agua conforme avanzamos por la orilla.

Un poco más allá, las ruinas de la ermita de San Cebrián, en un alto. Otro hermoso lugar, éste para contemplar la alfombra infinita que es el monte común grande de la Peguera. Pero también vemos cómo las nubes pasan, cargadas y veloces, amenazando lluvia.
Ya sólo nos quedar pedalear y pedalear por el monte, con sus negrales más o menos altos, más o menos fuertes, pero siempre limpios y cuidados. Con los palos que no sabemos lo que significan. Con retamas que aún no han sido recogidas. Con algunos refugios para caso de intensa lluvia que, al final, no ha sido preciso utilizar. Con grandes zonas de cortas. Con otras en las que los pinos son todavía pimpollos. Y siempre apretando con fuerza los pedales para avanzar entre los arenales…

Algunos claros dedicados al cereal y al fin salimos al Pradejón y a los prados boyales. Rodamos por una pista que nos descansa y llegamos a Sanchonuño. Nos han caído cuatro gotas, pero los aguaceros que nos veían pasar nos han respetado.
Han sido 48 k cuyo trayecto podéis ver aquí.