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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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Nocturno de cerratos sin luna ni estrellas

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Es obvio que las salidas nocturnas nada tienen que ver con las habituales diurnas. De hecho son escasísimas y normalmente se deben a retrasar o ampliar el horario de las segundas. Pero precisamente porque son muy infrecuentes, sorprenden.

Por la noche funciona el oído. Sobre todo si hay poco viento. Se oyen todo tipo de animales que se mueven, se oyen pero no se ven. Aves nocturnas, normalmente rapaces; mamíferos como conejos o zorros que mueven la maleza; ramas que se agitan más de lo normal; crujidos extraños en el suelo; ruidos lejanos que no se sabe exactamente si son naturales o humanos… O sea, la noche es el reino del sonido. Tal vez los animales se han acostumbrados a vivir más tranquilos durante estas horas en las que el hombre está ausente y se aprovechan.

Pero por la noche también se ve. Uno se asombra de que el ojo se acostumbra bastante bien a esa penumbra que proviene de las nubes, tal vez porque dejan pasar resplandor de la luna o de las ciudades más cercanas. Es lo suficiente para rodar por un camino sin salirse de él. Y no digamos ya si hay luna, aunque sea un cuarto.

Al pasar por Villanueva

De manera la última salida fue diferente. Ya habíamos rodado por paisajes del valle Esgueva y Cerrato. Pero  no por esos mismos, pues los conocemos claros, claros como la luz del día. Y ahora estaban oscuros o en penumbra. Eran diferentes, tan diferentes que eran otros.

Teníamos la esperanza de disfrutar de una noche con luna, pero no fue posible. Había luna llena, pero también nubes, así que la vimos durante algunos minutos al principio y luego se ocultó. Una pena, pero aun así la excursión mereció la pena con creces.

Subida por las Victorias

Partimos de Olmos de Esgueva cuando aún se veía una tenue luz por el oeste. El carril bici nos llevó hasta el puente de Villanueva y, tras cruzar la localidad, fuimos ascendiendo poco a poco por el barco de las Victorias. Primero, un valle ancho que todavía guardaba un poco de luz gracias al yeso blanco de la falda, luego las laderas se fueron mutuamente acercando hasta que apareció el monte de robles, momento en el que nos metimos en un auténtico túnel obscuro. No obstante, pudimos pararnos un momento a ver un pozo manantial seco en la orilla derecha.

Arriba nos esperaba la cañada real Burgalesa, y por ella rodamos hasta los corrales del Raso, donde giramos por el camino de Piña. Desde la casa del Monte, en el cerral, se veía Piña perfectamente iluminada, algunas cosechadoras trabajando y, en el cielo, una luna prisionera de las nubes. El valle Esgueva era una gran hondonada negra…

Piña desde la casa del Monte

La bajada fue lo más peligroso de esta excursión. Pusimos la luces frontales, nos encajamos bien los cascos y ¡hacia abajo! Algún pequeño derrape sin mayor importancia y estábamos en Piña.

Otra vez por el valle, ahora rodando con el viento a favor hasta la espadaña de Mazariegos, que, naturalmente, se encontraba en tinieblas. Y otra vez a subir por la colada del cordel de Cuento el Sordo, que nos llevó hasta el mismo cordel. El ascenso fue largo y suave, sin problema.

En Mazariegos

Rodando por una lengua de páramo con asomadas a la Sinova y a Villavaquerín, llegamos al páramo de la Dehesa, donde se inicia una larga bajada que nos dejó en un Olmos durmiente. La noche, aunque sin luna, había sido una buena experiencia. También agradecimos rodar con un ligero cortavientos después de un caluroso día. Las noches de esta provincia son siempre frescas.

Este fue el recorrido.

 

 


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