Hoy es fiesta en Valladolid y Laguna de Duero: celebran a su Patrón, celebran a San Pedro Regalado. La primera porque le vio nacer y crecer, la segunda, porque fue prior en el convento del Abrojo.
También hoy cumpliría 90 años nuestro José Jiménez Lozano, poeta, escribidor y pensador y, sobre todo, amante de la vida, los pájaros, el ser, las matinales neblinas o los membrillos olorosos, que supo, como nadie, vivir porque vivir era, para él recibir la vida que se nos da:
Matinales neblinas, tarde rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de inviernos entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas, y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.
Quizás no sea tan caro.
Todo esto vale mucho más que el poder, el dinero o el placer descontrolado, pues
Tranquila y blanca,
mañanera, iba la garza,
entre el cristal del agua y el del cielo,
dominando el mundo.
Claudio emperador quedó maravillado,
comenzó a tartamudear más desde entonces.
Por su parte, Francisco Pino -poeta del Pinar de Antequera- escribe en la Vida de San Pedro Regalado sobre las cosas, esas que tantas veces vemos paseando:
El árbol, ¿no es un supiro?
Cerros, ríos, pinares, se unen.
Sobre las agujas de las ramas de un pino, el puente.
La piedra del puente como el aire: aire.
Y en difícil equilibrio, sobre el piar de los vencejos, la cal del teso.