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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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Robles desnudos y un molino al que se le arrebató su río

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Ya vimos algunos robles en la última entrada, pero nos han atraído de nuevo, pues tienen algo de mágico y misterioso…

Si paseamos estos días por el monte de las Liebres, en Valdenebro, veremos que estos árboles parecen observarnos o, al menos, trasmitirnos cierta inquietud, algo distinto de lo que nos trasmiten otros árboles como los pinos o los chopos, que son como mas amables y serenos. Los quejigos son distintos y además, vistos ahora, desnudos, no hay dos iguales.

Todos tienen una corteza parda, de color grisáceo, con abundantes manchas anaranjadas que brillan elegantes al sol, producidas por un liquen. Si bien los troncos son fuertes y erectos, las ramas con frecuencia surgen en las direcciones más variadas e insólitas, se retuercen y a la la vez que se dividen y multiplican, van afinándose hasta desaparecer. Los nudos, de los que a veces surgen varias ramas a la vez contribuyen a darle ese aspecto de árbol viejo. Conforme pedaleamos por el camino viejo de Valdenebro a Valladolid, los robles nos van saludando a la par que nosotros nos vamos asombrando de sus correspondientes figuras, por lo ya dicho. Unos son más esbeltos, otro más corpulentos; otros nudosos y retorcidos mientras que los hay ligeros u con casi todas las ramas hacia arriba; unos viejos, otros más jóvenes; la mayoría han perdido todas las hojas, pero alguno todavía no las ha tirado… Parece un bosque un tanto lúgubre y tenebroso, a pesar de que el sol brilla en lo alto. Además, el suelo está de un amarillo mortecino.

Al final, el camino se abre a la luz casi cegadora y surge, abajo y al fondo, entre sembrados, la silueta de la iglesia de Valdenebro recortada sobre el Moclín. El camino también acaba aquí, cortado secamente por la carretera.

Volvimos hacia atrás, para seguir disfrutando de este bosque donde es difícil cansarse o aburrirse, así que de nuevo disfrutamos de otros viejos robles, de un pozo en un claro, de los linderos, de la piedra caliza de los caminos a flor de piel, de la piel del suelo y… nos alejamos por la carretera de Villalba, girando hacia Montealegre, hasta tomar el viejo camino de La Mudarra, bien protegido en la última parte por muretes de piedra y almendros. De vez en cuando, las ruinas de alguna caseta de antiguos viñedos.

Hasta que al fondo se abrió, el impresionante castillo de Montealgre, recortado por el cielo de Tierra de Campos. Rodeamos el cotarro donde se asienta el pueblo y nos acercamos a refrescarnos en la fuente Lluviel, manantial más bien.

Bodegas, cruces, palomares. Un poquito más y hubiéramos llegado a la ermita de la Virgen de Serosas, al fondo, pero nos fuimos, casi con el río, hacia el norte. Viendo en un mapa viejo el lugar donde trabajó el molino de la Serna, nos acercamos. Allí estaba, si bien sólo quedaba un trozo de pared en pie y un montón de piedras. Y una hermosa vista de Montealegre con su castillo e iglesias. Por aquí pasó el río Anguijón. Se nota porque la cebada crece más verde y alta, a lo largo como de un sinuoso reguero. Ahora se han llevado el río para convertirlo en un cauce rectilíneo. Cosas de los modernos ingenieros.

Un poco más y llegamos a Meneses, donde nos esperaban a la hora de comer con una paella y buen vino.

El trayecto –aquí lo tenéis- lo iniciamos en La Mudarra. Al poco de salir del mismo, nos encontramos con una buena cantera que explota la capa de caliza que hay en el páramo a ras de suelo. Y enseguida pasamos por un pinar en el que se levantaban, bien enhiestos, algunos cipreses. El pinar sigue avanzando sobre el monte de robles; en Las Liebres hay abundantes plantaciones de pimpollos, además de pinares creciditos.

Montealegre desde los restos del molino


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