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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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El monte de la Raya

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Aquí estuvo el monte de Corcos

En el páramo de los Torozos hubo un monte tan extenso como el páramo mismo. Luego vinieron roturaciones y más roturaciones, de manera que en los siglos XIX y XX se avanzó tanto en ellas que sólo quedaron algunas manchas -unas grandes, pequeñas otras- de monte. Hoy día han nacido enormes molinos en los términos de Ampudia, Castromonte y San Lorenzo. A la vez, casi milagrosamente, algunas vías pecuarias que atravesaban el monte se han conservado y por eso se mantiene en ellas el monte. Es el caso de la vereda de la raya entre Corcos y Ampudia: entre sus márgenes vemos robles de tamaño mediano, encinas y matas de ambas especies, además de la típica flora de los Torozos. Eso sí, no tiene más de 40 o 25 metros, según las zonas. Y ya no tiene conexión con otras vías pecuarias, que han sido reducidas a la anchura de un estrecho camino. Pero algo es algo. Entre las tierras de labor de Corcos y los molinos de Ampudia se mantiene a duras penas.

En la raya

Como siempre, llegar hasta aquí, en medio de ambas provincias, perdidos en el páramo, merece la pena. Claro que con los generadores a todo meter no estamos tan perdidos. Son como fábricas aéreas de electricidad. En cualquier momento pueden pasar cerca los vehículos de vigilancia o de mantenimiento del parque.

Hemos llegado por la antigua cañada leonesa (sí por aquí cruzaron las merinas de la Mesta y hasta mediados del s. XX, de otros propietarios; hoy no es más que un camino) y nos hemos entretenido en la ruinas de la casa de Villegas, escondidas en el monte de encina.

Linde con endrinos

Y hemos vuelto por el monte de la Mesa, parando junto al pozo -en una hoya- del monte de Corcos, en cuyos sembrados al menos se han respetado enormes robles. También nos hemos detenido en las ruinas de la Casilla de los Corrales: una verdadera pena, pues es -era- una de los poquísimos chozos de pastor en nuestra provincia de planta rectangular y techo en bóveda. A su lado, amplios corrales y un roble enorme y sin hojas todavía, como un gran fantasma esquelético.

Antes, para empezar, nos dimos una vuelta entre las viñas de Cigales y Corcos. Pocos almendros conservaban su flor si bien los endrinos de las lindes les habían tomado el relevo, vestidos de un blanco exuberante; los grillos ya cantaban en las laderas soleadas y una amapola escandalosamente roja -por el contraste con el fondo- se había abierto al abrigaño de una bodega corqueña. Aquí podéis ver el trayecto.


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