Había que volver a Valladolid. La mayoría de los romeros volvió en los coches de sus familiares. Un pequeño grupo salió raudo -tenía prisa- para llegar por el camino más corto -pero con más cuestas- a Valladolid, cayendo primero al valle del Hornija y luego al del Hontanija. Y otro grupo de 19 ciclistas -al que vamos a seguir en esta entrada- regresó siguiendo una ruta similar a la de ida.
La primera parte discurrió por terreno totalmente llano, con campos de cereal a los lados y cruzando por zonas de monte. El sol ya no estaba en lo alto y parecía querer sacar todo el brillo y color de las tierras, las encinas y el sembrado, mientras rodábamos buenos por caminos de suelo rojizo. Así, llegamos a Barruelo del Valle. Entonces decidimos acercarnos a la ermita de la Virgen de Villaudor -¿qué significará este nombre?- a hacerle una visita, pues no la conocíamos. Una vecina del pueblo, cuyo perro se llamaba Yoni, tubo la gentileza de abrirnos la puerta para contemplarla por dentro: Virgen del siglo XVIII, talla de vestir; nave amplia, más grande de lo que aparenta al contemplarla de lejos. Pero lo mejor es el exterior: espadaña con campana en funcionamiento -algunos no se resistieron a usarla- y portada con un simpático soportal con banco corrido que aprovechó Óscar para arreglar cómodamente un pinchazo. Y el paisaje: campos abiertos a los cuatro puntos cardinales, ondulados y enmarcados muy al fondo por los páramos. La Virgen, según cuenta la tradición, se apareció a un pastor y desde siempre ha hecho numerosos milagros y favores. Luego pudimos comprobarlo.
Entre toboganes y olas verdes de cereal pinnado llegamos a Torrelobatón, que estaba tal como lo dejamos pero con más luz, pues las nubes habían desaparecido casi por completo. Ahora decidimos tomar un camino que acompaña al Hontanija por su orilla izquierda, protegidos al sur por el páramo. Senda que no se utiliza demasiado, pues el suelo no era de tierra, sino más bien un auténtico prado. La hierba es ideal, por su agarre, para bajar despreocupado, pero cuesta dar pedales en llano.
El grupo se había dividido en dos. Estábamos cruzando la raya de Castrodeza. Los de cabeza oímos cómo daba un fuerte grito Fernando, que iba en nuestro grupo, a la vez que se daba manotazos y movía el tronco como si no fuera en bici. Parón. Enseguida cayó del casco algo como una abeja que rápidamente fue aplastado.
Al poco oímos otros gritos más atrás: todos estaban pie a tierra, dando manotazos, moviendo los brazos o agitando chaquetas u otras prendas. ¿Qué pasaba? No se movían del sitio. Se internaban en el cereal. Alguno se tumbó en el suelo. Dedujimos que eran abejas o avispas, pero… ¿por qué no avanzaban? Misterio. Estarían abducidos por las abejas. Parece que les ocurría lo mismo que a Ulises con las sirenas.
Llegó Joaquín con alguna picadura y, enseguida Catalina:
-Hay abejas por todas partes, se me han metido por el pelo, me ha picado una al menos.
Después se acercaron andando, sin bici Teresa y Mito, con varias picaduras de abeja en la cabeza. También llegó, muy tranquilo, Jesús Ángel, como si no hubiera ocurrido nada:
-Peso mucho más que mil abejas, todas las que se me han acercado han resultado muertas. No sé de que hay que preocuparse. [Cierto. Y digo yo: es imposible que a un natural de Joarilla de las Matas se atreva a picarle nada]
Así que nos acercamos Jesús Ángel y yo a recoger las bicis de los que habían llegado caminando. Sí, alguna abeja revoloteaba, pero nada más. Seguimos esperando. A lo lejos, lo que queda del segundo grupo sigue manoteando. Sí, decididamente, están abducidos. Hay que hacer algo. Me acerco a ellos: Chuchín está buscando el casco entre el cereal, no lo encuentra. Le han picado varias pero sigue buscando sacudiendo una chaqueta en el aire. Elena, Alfonso, Juan, Chucho lo contemplan moviendo los brazos. No hacen ademán de moverse y les dejo tranquilos y felices con sus abejas. Dicen que no pasan porque les van a picar más. Si es así, parece que yo no existo para ellas (!).
Pero todo tiene su fin y acaban por cruzar su Api-Rubicón y de nuevo se rehace el grupo. Continuamos rodando y comentando la extraña jugada: ¿por qué unos tanto y otros tan poco? No se sabe.
Dejamos el Cueto a la izquierda y nos metimos por el valle del arroyo del Hoyal, que llega al páramo tras una subida de casi 4 km, o sea la más suave de las que se vendían esta tarde. De todas formas, hubo algunas protestas porque había demasiados cantos molestos en el camino. Claro que Álvaro, Gonzalo, Alfonso… no se enteraron de que había cantos feroces. Subían como si estuvieran de paseo.
Todo llega, también la hora de las despedidas. En el Picón de los Pleitos, Adolfo, Jesús Ángel y Javier toman el camino de Ciguñuela para caer por Zaratán. Los demás seguimos, bordeando el Rebollar. El sol roza el horizonte. Hace frío. Pero Ilde sigue, incansable, haciendo el cabra.
Un poco más y nos dejamos caer. Sin quererlo, estamos en Simancas. Algunos se quedan aquí, otros pasado el puente, otros en el Camino Viejo y algunos llegamos a Valladolid por el camino de las Berzosas pues la noche ha caído. Tras una hermosa jornada, eso sí. Hasta las abejas podrán ser el inicio de una leyenda que se extenderá hasta convertirlas, tal vez, en fieros dragones voladores…
Bueno, Joaquín se queja de que no veía nada y ha tragado mucho polvo. Y, lo que es peor, Chuchín se da cuenta de que ha perdido el móvil (no sólo el casco). No sabemos donde. Lo que sí sabemos es que, al día siguiente, de madrugada, se fue a hacer esta misma ruta en sentido contrario y le pidió a la Virgen de Villaudor que le ayudara a encontrarlo. Y lo encontró en el camino del Rebollar. ¡¡Final doblemente feliz!!