Día gris con amenaza de lluvia. De hecho, al poco de acabar el breve -22 km- recorrido matutino se puso a jarrear intensamente durante unos pocos minutos. El fuerte viento del suroeste no amenazó, sino que fue una realidad en aumento conforme se rodaba. Por tanto, el trayecto nos llevó, en primer lugar, a buscar los pinares, donde todos sabemos que el viento pierde bastante de su potencia.
Entre el pinar de la Dehesa y el río Adaja está la casa de Quitapesares. O estaba, porque le han quitado todo menos la fachada y una tapia. Estas estas casas de labor que sirvieron para guardar útiles e incluso cosechas están siendo abandonadas, pues ya no tienen sentido. De manera que los ladrillos mudéjares de ésta también desaparecerán dentro de no mucho. Por algunos caminos sin excesiva arena nos introdujimos en el pinar y luego, siguiendo el claro del tendido eléctrico, pusimos rumbo al suroeste.
Los pinares del Valdestillas son el único lugar de la provincia donde todavía me pierdo y desoriento. Los únicos, también, donde no me viene mal ese artilugio que es el GPS. ¿Por qué? Creo que es fácil de explicar. Los pinares son todos muy parecidos, cierto, pero cuando abundan los caminos y senderos que parecen dar vueltas sin llegar a ninguna parte y –sobre todo- se suceden los grandes claros con tierras de labor, entonces no sabes exactamente donde te encuentras. Antaño, estos claros no se cultivaban. La mayoría eran prados; queda la toponimia: prado Redondo, casa del Prado Largo, fuente del Prado, prado de Matacarne… E incluso algunos tenían sus propias fuentes, donde hoy hay instaladas casetas con su pozo y motor. Y quedan también restos de navas. Tal vez antaño el pinar fue bastante diferente y la orientación no suponía problemas, pero la verdad es que hoy se complica.
Pero llega el momento en que te olvidas de esta influencia del pinar y sales a territorios de majuelos. El paisaje ha cambiado, y no sólo por el viñedo. El suelo es de arena y cantos rodados, o solamente de cantos, las colinas con sus subidas y bajadas son lo dominante, y las vistas llegan hasta más allá del Duero. Y el viento, que estaba tranquilo y bien sujeto por los barrerones de pinos, se desmanda.
En el raso del paramillo tomamos la cañada de Buenavista que nos lleva, siempre entre majuelos y luchando contra el viento, hacia el sureste. Vemos a la derecha las torres de Pozaldez y ala izquierda el pinarillo de la Virgen de la Moya. Finalmente, tomamos el camino de los Huevos, que nos llevará de vuelta hasta Valdestillas. En ese camino cruzamos junto a un vértice geodésico desde donde se divisa bien el valle del Duero: aparecen juntas las torres de las iglesias de Villanueva y Villamarciel y, al fondo, Velliza. Es como la antesala de lo que luego contemplaremos.
Enseguida una cuesta abajo y… ¡el Pino! Se trata de un piñonero, ni grande ni pequeño, de tamaño mediano que se encuentra asomado sobre los valles y se ve desde todas partes. Y esta fue la oportunidad no tanto de verle –aunque sí de cerca- sino de contemplar todo lo que él vigila, que es mucho. Crece en un lugar llamado la Hormiga ¿porque este saliente donde se asienta tiene cierta forma de hormiga? No está claro. Las cuestas bajan hacia el sur se llaman cuestas de las Misas, seguramente porque fueron dejadas a la iglesia como donativo para misas en sufragio del alma del donante…
Dejo la bici en el camino y, caminando hacia arriba por una cuesta de escobas literalmente levantada por los conejos, nos encaramamos al paramillo donde permanece nuestro pino. Es una especie de lengua estrecha que sale del páramo y el árbol se encuentra poco antes de la punta, de manera que fácilmente vigila el sur, el este y el norte. Como si la magia existiera, nada más llegar se abre un gran claro en el cielo y el pino queda iluminado, ofreciendo ahora a la vista todos los matices que ocultaba el paisaje gris en el que casi se mimetizaba. Pero, lo que es mejor, el claro parece agrandarse y deja ver buena parte de la llanura que se puede contemplar. Al sur se iluminan el cerro de San Juan, en Villavieja, y el teso de Valdelamadre, pegados al páramo de Torozos. Valladolid aparece como una gran ciudad extendida de este a oeste, entre Simancas y La Cistérniga. Delante, Boecillo, Aldeamayor, La Pedraja, más apartado Mojados… Pero precisamente el sol, que resulta de gran ayuda para contemplar el paisaje de noroeste a este, no deja ver hacia el sur: es mediodía y, como estamos en invierno, se encuentra relativamente cerca del horizonte…
En las proximidades del paramillo, los majuelos, perfectamente trazados, parecen subir –como si de un ejército en orden cerrado se tratara- por las faldas y cuestas de las Misas para subir hasta el Pino. Más allá cruzan la cañada real de Salamanca, las vías de los ferrocarriles y, más lejos todavía, los pinares se extienden por la llanura queriéndolo invadir todo, pues no en vano nos encontramos en Tierra de Pinares.
Justo cuando nos vamos el cielo se cierra y bajamos hacia el valle del Adaja en un ambiente difuminado de nuevo por tonalidades grises. Un gavilán tarda en elevar el vuelo y cuando lo hace, se lleva un tordo entre las garras. ¡Qué bien sortea las parras y los pequeños postes y cables que dirigen los sarmientos!
Por no dar excesiva vuelta atravesamos las dos barreras de ferrocarril por zonas no muy ortodoxas y nos dirigimos a la fuente que hay junto al depósito de agua de Valdestillas, que el recorrido de hoy ha sido corto pero cansado. Vemos que está abierta la ermita del Cristo del Amparo y cruzamos la puerta: descubrimos al levantar los ojos, una magnífica talla del siglo XVII, de un Cristo moreno y amable. Y muy grande. Muy grande para lo pequeña que es la capilla. Desde luego, en este país, encontramos obras de arte en cualquier templo o ermita, como es el caso. Hemos podido entrar gracias a una valdestilllana que tiene la llave y que, con 96 primaveras a cuestas, se ha dado un paseo hasta aquí.
De lo que no queda nada por aquí es de ese continuo trajín de ir y venir viajeros –y ganados- entre Valladolid y Madrid, o entre Francia y Portugal por este punto entonces neurálgico. O tal vez sí, pues no en vano el moderno tren que une Madrid con el norte se desliza a lo largo de este Valle de Astillas.
Y aquí el recorrido en wikiloc.