Alrededor del monasterio de la Santa Espina se extiende una gran mancha de monte de encina y roble perteneciente a los denominados Montes Torozos, que en otro tiempo cubrían todo el páramo. Pues bien, el extremo norte de esa mancha, que pertenece al término municipal de Villabrágima, es el denominado monte Curto. Creí que estaría vallado y, por tanto, inaccesible al ciclista o caminante, pero no lo está, o no lo está en exceso. De hecho sólo hay dos fincas valladas dedicadas al ganado vacuno, en el extremo próximo a Castromonte y nada más, que hayamos apreciado. Parece, pues, un monte de utilidad pública o común de propiedad municipal.
Hay caza: jabalíes, corzos, zorros. Y, por supuesto, conejos y torcaces. En las lindes, liebres y perdices. Pero no vimos nada. La tarde parecía muerta en el aspecto cinegético. Casi mejor así porque, como esta vez iba solo, mejor no encontrarse enfrente un jabalí de cien kilos. Más de una vez cazó por aquí Miguel Delibes; y una de ellas se perdió. También cuenta que en este arcabuco los conejos lo tienen muy fácil para esconderse y, si se dejan ver, atraviesan los estrechos pasillos sin dar ocasión al disparo…
El monte y la tarde estaban hermosos. El cielo, azul con nubes altas y blancas. El aire, en suave brisa. El tapiz del suelo, verde y salpicado de millones de flores de todos los colores. Sin duda, ganaba por goleada la humilde coronilla pero también abundaba la tamarilla o el té de monte. Me llamó la atención un buen grupo de adormideras, esa flor como la amapola pero azul y más alta. O sea, opio. Y en alguna zona umbría, bonitos y sencillos ejemplares de lirio español.
Parecía un monte recién estrenado, con el suelo rociado de esmalte multicolor, los robles jóvenes y semidesnudos, pocas encinas, la luz colándose por todas partes y la brisa agitándolo todo delicadamente. Si bien este monte, milenario, podría estar poblado de enormes y –por tanto- sombríos robles y oscuras encinas.
Los caminos, con el excelente firme del páramo en las zonas que aflora la caliza. Y, sobre la mayoría de los bogales, una fina capa de tierra roja. Se rodaba muy a gusto. Unos caminos eran pistas relativamente anchas pero lo otros, más abundantes, eran caminitos con dos roderas y en el medio una cinta de hierba con flores, al igual que el resto del suelo del bosque. Como dos senderos paralelos.
Cuando me quise dar cuenta estaba frente al cerro de Pilatos y con Villabrágima al fondo. Acabé bajando por una senda en el lugar denominado Fuente del Montanero (ni había fuente ni creo que quede ya montanero en el monte). La senda se acabó pero acabé dando con un camino enyerbado que me sacó a otro normalito.
Empecé a dar la vuelta pasando por el cerro Pajares y sus señaladas cárcavas y de nuevo subí al páramo, tomando ahora la dirección del lugar que llaman Garinos los de Castromonte, en dirección hacia Valverde de Campos. Es una hondonada donde se inicia el valle del Pico. Y de vuelta a Castromonte, donde entré utilizando el camino de Santiago.
Hemos recorrido unos 30 km para redescubrir el monte Curto. Ya le daremos más vueltas.
