Descanse en paz Cervantes. Descansen en paz sus restos y sus huesos. Nos basta con saber que reposan en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso y poco más. Si fuera un santo, bueno sería acudir en peregrinación ante sus reliquias para rezar y pedirle gracias y favores. Pero es, más bien, un escritor; contribuyó como nadie a elevar el idioma español a lo más alto. Lo que debemos hacer, pues, es leerle.
Y leerle, sería la mejor manera de recordarle. Re-cordar es volver a pasar por el corazón. En todo caso, en esta Ciudad, también podemos recordarle paseando por las riberas del Pisuerga, o por el Rastro, o por el Campo Grande, o junto a la torre y claustro de la Antigua, o por la placetilla que llaman del Ochavo… ¿quién sabe si todo eso no le inspiró, no le pasó por el corazón?
La mejor manera de honrar su memoria es leerle:
Salió a misa de parida
la mayor reina de Europa…
Pues esa misa se celebraba en nuestra iglesia de San Lorenzo. También, como leemos en la Galatea -y en el Puente Mayor-:
Bolued el pressuroso pensamiento
a las riberas de Pisuerga bellas:
vereys que augmentan este rico cuento
claros ingenios con quien se honran ellas.
Ellas no sólo, sino el firmamento,
do luzen las clarificas estrellas,
honrarse puede bien quando consigo
tenga alla los varones que aqui digo.
Pues si todo esto –y no son más que dos citas, que hay más- lo recogió la retina de Cervantes, y luego lo elaboró su pressuroso pensamiento y su voluntad, o sea, su corazón ¿qué mejor manera de acercarse a él que leer sus obras y –a la vez- pasear por donde él vivió? Estamos re-cordandole. Estamos llevándole al corazón. De alguna forma, sigue vivo en nosotros, mientras que, en sus restos, bien muerto está.
Dejemos que descanse en paz pero… ¡leamos a Cervantes! Es la mejor manera de acercarnos a sus verdaderos restos… aun vivos, de descubrir su corazón. Pues re-viviremos lo que él mismo vivió. Y aquí lo tenemos más fácil.
