Nos habían asustado con el tiempo que iba a hacer el fin de semana pasado. Sin embargo, amaneció un sábado luminoso e ideal para andar en bici: sol y poco viento; no hacían falta ni los guantes. Nos dimos un paseo de mañana, hasta Fuensaldaña y vuelta.
Fiesta en las Contiendas.
Fue la primera etapa del trayecto. Había una prueba de bici de montaña por la tarde y muchos participantes estaban reconociendo el terreno. La verdad es que parecía durilla la prueba: continuas subidas y bajadas, con fuertes repechos que si los coges hacia arriba puedes quedarte clavado, sin fuerzas y, hacía abajo, hacían peligrar la vida del artista, digo del ciclista. Pero el ambiente era festivo: había abuelos paseando y familias disfrutando del buen tiempo, los almendros de nieve estaban en su esplendor primaveral. Incluso la policía montada de Valladolid se paseaba por las lomas por si alguien la necesitaba…
Bajamos hacia la carretera e Gijón y tomamos el camino de la Merced hacia Fuensaldaña. A pesar de que tanto las tierras como los caminos estaban bien secos, los manantiales daban agua y muchas cunetas se habían convertido en vivas regueras.
Bodegas en Fuensaldaña
Pasamos cerca del lagar de Bambilla y luego entre la cuesta Calderón y el vertedero municipal. La zona está relativamente limpia, aunque sobran plásticos. Enfilamos hacia Fuensaldaña por el camino de Rompealbarcas. Buenos toboganes para fortalecer las piernas del ciclista.
Como presintiendo lo que podía pasar, nos fuimos en directo hacia la cuesta de las bodegas, que constituye un ordenado caos de caminos, senderos, zarceras, entradas, poyos para tomar el sol…Y acertamos a pasar por la bodega de Ramón y Ciri, que nos invitaron a degustar su caldo:
-¡excelente!,
fue el adjetivo más usado mientras nos refrescaba el gaznate. Y la verdad es que este clarete, a la temperatura adecuada, sin ningún aditamento, elaborado como hace siglos, es auténtico zumo de uva fermentado que sólo te puede caer –y hacer- bien. Además nos enseñaron la bodega, con sus diferentes sisas, que aun conserva en uso el lagar. Una maravilla.
Como dentro de no mucho esperamos volver a almorzar a una de estas bodegas, ya contaremos con más detalle cómo son y cómo se elabora en ellas el néctar de los dioses.
Y una zagala en la fuente de San Pedro
Así que hicimos la vuelta especialmente alegres, con gasolina de la buena para el corazón en las venas. Pensábamos subir al paramillo, pues hay una vista muy buena sobre Valladolid, pero alguien dijo que mejor no y ¿para qué discutir? si total, llegaríamos igual a la fuente de San Pedro, como así fue. Pero antes pasamos por una fuente nueva, cerca de Landemata, que alguien ha construido aprovechando un antiguo manantial.
Ya se ve que teníamos el día a favor, a pesar de los agoreros del tiempo que nos amenazaron con la vuelta de ese señor tan antipático al que llaman invierno: sentada en la misma fuente de San Pedro nos encontramos con una pastorcilla que cuidaba de unos pocos caballos que pastaban en la pradera. Llevaba la vara y podía ir vestida de zagala, a la usanza de los clásicos relatos pastoriles, pero no, iba con un chándal como si fuera una niña cualquiera de cualquier barrio de Valladolid (o del centro, para que nadie se ofenda). Es el tributo que hemos de pagar al siglo XXI. Aunque ciertamente tenía algo de aquella otra pastora, Marcela, de quien dijera Cervantes en el Quijote que cuando llegó a la edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella.
Despreciando por una vez el agua de San Pedro –habíamos bebido buen vino- seguimos cuesta abajo hasta conectar con el Canal de Castilla en la anteúltima esclusa. Desde allí, saludando a piragüistas y espantando algún pato nos presentamos en Valladolid.
