Se trata de una ruta agradable, de paisajes cambiantes, un poco larga (unos 72 km) para nuestros recorridos habituales, pero muy llevadera con el viento a favor, como fue el caso.
Llegando a Manzanillo
Salimos por la carretera de Cogeces para tomar enseguida la cañada de Pajares, dejamos este cerro a la derecha y subimos al páramo por Manzanillo. Había que echar la vista atrás con frecuencia para contemplar el famoso castillo entre dos líneas horizontales: la del suelo y la del cielo, dibujada por una nube oscura y con panza rectilínea.
En el páramo
La subida –suave, fue la primera y casi la única- nos dejó en la paramera, si bien no tomamos el camino adecuado y tuvimos que bajar algo para volver a subir de manera definitiva. Atravesamos un campo salpicado de encinas y robles con restos de construcciones pastoriles y, ahora, con bacillares de la DO Ribera de Duero. Hasta que llegó el momento de sumergirse en el monte Carrascal por la hoyada Redonda. Fueron pasando el pozo Aragón, los hitos seculares que separaron las tierras de Cuéllar y Peñafiel, restos de chozos y también algunas setas, robles y enebros, no sólo pinos. Y tras las canteras de Quintanilla otro monte nos condujo hasta la bajada a Sardón de Duero.
Casa del guardagujas, Sardón
Aquí pasamos a la otra orilla del río, para contemplar el recorvo de la Isla y las peñas de Peñalba, donde nos llamó la atención la mala salud de los chopos –muchos han desaparecido quedando sus troncos tumbados y carcomidos- y los recientes derrumbes de tierra multicolor –gris, blanca, rojiza- de las laderas que caen al Duero.
Derrumbes en Peñalba
Un breve tramo por el camino de los Aragoneses y enseguida fuimos en busca de las sirgas del canal del Duero, del que ya no nos separamos hasta llegar a Laguna: muchos kilómetros de buen firme, sin casi curvas y con chopos que a duras penas mantenían sus últimas hojas doradas pendientes de las ramas. En el pinar de Antequera ya estábamos en Valladolid.
Aquí, la ruta seguida.
