Para empezar, una buena noticia: la fuente de la Mona ¡tiene agua! Así es: al comienzo de esta excursión, en la que nuestro objetivo era la Casa Negra, en Mucientes, salimos de Valladolid por fuente el Sol, y vimos esa otra fuente echando agua por el caño. La zona estaba verde, con hierba alta, y las proximidades de la fuente, limpias. Y no es que se deba solo a que ha llovido últimamente: alguien se ha preocupado por limpiar el arca del manantial y las cañerías. ¡Bien!
Después de subir por el pico Calderón tomamos el camino de Rompealbarcas –verdadero tobogán- y caímos en Fuensaldaña. Perdimos un poco de tiempo visitando las bodegas de la zona norte, donde antaño hubo una destilería de aguardiente de orujo. Subimos por el cementerio, pasamos junto a la inconfundible silueta de Trasdelanzas y llegamos a Mucientes por la ermita de la Virgen de la Vega.
Subimos al páramo por Casa Negra -ahí están todavía sus restos- y paramos en los corrales y chozo subterráneo que hay entre esa casa y el monte de Mucientes. Ni qué decir el campo estaba de un verde brillante que daba gloria verlo y que los robles, entre el agua y el calor, se han adelantado a la fecha habitual en la que se visten con hojas nuevas.
Ya de vuelta, paramos en el manantial del Pradillo, con agua y un amplio charco, lo que no debe ser muy habitual. También estaba manando alegre la fuente del Tío Pajarito, junto a las ruinas de la Casa de Quijada, en un lugar que ha sido vertedero de basura. Total, que gracias al agua que ha caído este año y el pasado, las fuentes y manantiales han vuelto por sus fueros perdidos. Y, si bien la tierra estaba dura y bien seca, en muchas zonas afloraban las aguas y había regueros y barrizales. Tuvimos que cruzar algunos, como puede apreciarse.
La ruta acabó en Valladolid, claro. Pero antes pudimos pasar por La Overuela para contemplar una gran sequoia que allí se levanta, en la parte sur de esta histórica localidad.
