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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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Aguilafuente, Turégano, Sauquillo

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Seguimos por el alto Cega, en Segovia. Los ríos –el Cega- y arroyos venían crecidos, pero mucho menos que en la entrada de hace poco más de una semana. Los charcos, abundantes. La sierra, cercana y sin nieve salvo manchas en Peñalara. Hacía bueno –hasta calor- y se podía rodar en traje corto. Lo importante es que dejamos la niebla en Portillo y el sol salió antes de llegar a Cuéllar. (Y es que se rueda mal con niebla, sobre todo si sabes que tienes muy cerquita el sol).

Salimos de un pueblo –Aguilafuente– que, al parecer, fue importante. De entrada, en la iglesia de Santa María –de bella portada gótica- tuvo lugar en 1472 un sínodo de la diócesis que fue recogido en el Sinodal de Aguilafuente, primer libro impreso en castellano. La portada se encuentra en una plaza con soportales y, al lado, el ayuntamiento, modernista de hace casi un siglo (1926).

Ventana en ángulo del palacio de los marqueses de Aguilafuente

Pero ahí no acaba todo. En esa plaza, y también en la plaza mayor, vemos la escultura de sendos águilas –de aguilafuente– pero el origen de la localidad se debe a Bagvila, tal vez su repoblador.  Pasamos también por un gran lavadero público que ahora es gimnasio; por los restos de una fábrica resinera; por la iglesia románica de san Juan, hoy museo; por la ermita del Santo Cristo de la Peña;  junto a un palacio del que sólo quedan las ventanas; junto a la escultura de Adán arrepentido, de Florentino Trapero, hijo del pueblo… Por donde no pasamos fue por unos restos romanos próximos al pueblo que están excavando. No está nada mal el patrimonio de esta localidad segoviana.

Pista para bicis compartida con rebaños, aunque no coincidimos con ellos

Después de este empacho de arte e historia nos fuimos a rodar por los pinares. Un camino de buen firme habilitado sólo para caminantes y ciclistas nos fue aproximando al Cega, si bien nos dejó en una pista que atraviesa –más o menos paralela al Cega- los pinares de Aguilafuente, Sauquillo y Turégano. Pero desde la pista nos acercamos hasta las ruinas de un molino próximo al puente de la carretera de Lastras, que también visitamos, y que cuenta con una fuente casi debajo del arco.

Buena charca -que no atravesamos- en medio del camino

Ahora nos  toca la parte más dura de la excursión, por la abundancia de arena. A pesar de que está relativamente compactada por las últimas lluvias, cuesta bastante rodar, y en más de una ocasión hay que echar pie a tierra, por ejemplo en alguna subida y al llegar a una zona donde ha habido máquinas entresacando pinos. Pero, como siempre, compensa: el paisaje junto a la ribera del Cega y entre grandes pinos resineros, reconforta. Además, parece que el sol está llamando a la primavera y multitud de pajarillos forestales quieren participar, con sus trinos, en la fiesta.

El Cega ha regado bien las tierras adyacentes

Abajo, serpentea el Cega creando lo que aquí llaman dehesas, que son praderas habitualmente verdes en las que crecen sauces y otros árboles de ribera. Algunas han sido aprovechadas para plantaciones industriales de chopos. Y muchas siguen todavía inundadas por las aguas del río.

Hasta que nos cansamos de tanta arena y nos vamos por un camino hacia el sur hasta la pista de servicio por la que ahora nos resulta muy agradable rodar. Pasamos por refugios forestales y encharcamientos hasta llegar a la Casa del Ingeniero, convertida en museo forestal, donde nos damos un merecido descanso.

Castillo de Turégano 

Saliendo de los límites del pinar, seguimos el rastro del río de las Mulas hasta que distinguimos en el horizonte el perfil de Turégano, donde nos sentimos irresistiblemente atraídos por su castillo, y allí nos dirigimos. Es una fortaleza perfecta, de libro, restaurada; domina la localidad desde un promontorio. Al otro lado, restos de viejas murallas. Y lo mejor y más curioso: en su interior contiene una iglesia, dedicada a San Miguel, románica.

Iglesia y fuente, Turégano

Damos una vuelta por el pueblo, precioso, y en la plaza de la iglesia, junto a la iglesia, descubrimos la fuente, empujada por las casas cercanas. Pero resiste.

El camino de Escalona nos lleva hasta la laguna de Navalcarnero, que está recrecida y da cobijo a un bando de azulones. Después, por una cañada, llegamos a Sauquillo, que tiene buenas casas señoriales y una digna torre en su iglesia parroquial.

Muchas tierras y caminos estaban así

Cruzando prados y humedales con algunas matas de roble aisladas, cruzamos con bastante dificultad el arroyo de Valdeurraca, bien crecido, de la mata. Un pie al agua, pero no importa, que no hace frío. Enseguida cruzamos los Pinarejos y estamos, al fin, en Aguilafuente. Aquí, el recorrido, de casi 50 km.


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