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Entre San Román y Toro: escarpes y riberas

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Paseo entre San Román de Hornija y Toro, o entre Valladolid y Zamora. O entre el Duero y una de sus terrazas que está siendo trabajada por el Bajoz y el Hornija. Hermosos bosques de ribera y dulces uvas –Tinta de Toro- que han sido dejadas en sus parras por los vendimiadores. Y ahora, todo cambiando hacia esas tonalidades doradas propias de la estación.

Un río que hierve

Pasamos el Hornija por el puente del ferrocarril y, siguiendo la vía, cruzamos el pinar de La Portilla que se entremezcla con majuelos de parras viejas. Embocamos el valle del Bajoz entre terrazas de 720 m de altitud, testigos del trabajo de este río y del Duero durante los últimos milenios. Cruzamos el Bajoz por un vado seco pero a un lado y otro del vado hay agua estancada y uno de los charcos está borboteando, hasta el punto de que parece hervir. Al acercarme, veo cientos de pequeños alburnos  que se han quedado atrapados y, cuanto más me acerco, más rebullen, hasta saltar incluso fuera del agua.

Majuelo entre pinares

Enfilo la subida al paramillo dejando a la derecha un vallado de frutales, lugar en el que se levantó un molino. Y, más a la derecha, un agradable paraje arbolado donde  debería fluir la fuente del Caño. Un monolito señala que por aquí pasa el Camino de Santiago de Levante a la Vía de la Plata. Pero en la subida también nos topamos con un vertedero alegal que bien podría solucionarse con un poco de buena voluntad; es una pena en tan hermoso lugar.

Entre el Duero y su terraza más próxima también discurre el ferrocarril Medina-Zamora, al que acompañamos por su sendero en un pequeño tramo

Laderas de Miralmonte

Vemos al fondo los últimos cerros del páramo de los Torozos; parecen despertarse en ese momento, pues la niebla todavía les tapa parcialmente.

Llegamos a las laderas de Miralmonte, donde existe un vértice topográfico desde el que podemos ver la amplia llanura del paramillo, toda plantada de vides, y las riberas del Duero. Majuelos rojizos, pinares verdes, álamos plateados, chopos dorados… todo nos recuerda la época del año en la que nos encontramos. Al fondo, Toro presumiendo de Colegiata. Abajo se destaca el tremendo depósito de la azucarera

Desde Miralmonte

Estas ladera, incultas a causa de su fuerte inclinación, unen los majuelos de arriba con los de abajo. A veces, los almendros se recortan justo en el borde. Una trocha preparada por los moteros sube y baja entre los pliegues de la cuesta. Como no estamos para toboganes, procuramos rodar justo por el borde del paramillo.

Un pozo y un manantial

Tomamos el camino que sube de una cantera y que atraviesa el llano de Morales. Se agradece este buen firme después de luchar contra la maleza y la tierra suelta del campo a través que acabamos de dejar. Al llegar al inicio de un vallejo -lo señala la vegetación: un chopo, zarzas, junqueras, además de la hondonada- lo tomamos hacia abajo y empezamos a descender. Junto al sendero nos encontramos el manantial de Valdelavaca, una verdadera sorpresa pues además de no estar ya señalado en los mapas, pensábamos que estaba seco.

En Valdelavaca

Y justo donde Valdelavaca se une al vallejo de Valdeví,  nos espera un pozo protegido en su caseta cricular y con pila o abrevadero, con un almendro pegado. Una verdadera maravilla de la arquitectura popular. Seguimos descendiendo entre restos de negrillos junto al camino y pinarillos en las laderas hasta que conectamos con la carretera -cuesta arriba- que nos conducirá a Toro.

El pozo

Un puente en el Duero, una ermita en su Vega

No se puede pasar por Toro y no acercarse a la Colegiata y al puente romano. Así que contemplé el puente y la vega desde la Colegiata y bajé por el antiguo camino hasta el mismo puente. Abajo, el río corriente, con fuerza, embravecido. Arriba, manso. Y es que bajo el puente, el Duero vuelve a ser el de siempre. Y desde el puente miré la Colegiata, reinando sobre Toro y sobre todo.

A poco más de un kilómetro, la ermita de Santa María de la Vega, -o del Cristo de las Batallas, patrón de Toro- del siglo XIII, sencillísima, en ladrillo. Nave, espadaña, alameda. Lugar hermoso y mágico al mismo tiempo. Perteneció a la Orden de san Juan de Jerusalén. Un poco más, adelante, La divina proporción.

Tamaral

El Duero y sus bosques

Nos acercamos al Duero. Casas de labor, campos de maíz y alfalfa, tierras aradas o descansando, chopos, alguna nogala, guardaviñas, líneas de álamos. Tras de nosotros, parece no perdernos de vista la Colegiata. Nos acercamos a la orilla y sorprendemos a garzas, azulones, cormoranes y –creo- somormujos. El río con su ejarbe, ¡qué bien!

Un poco más adelante, nos desviamos hasta la presa de Toro, que retiene y embalsa las aguas. Entre el camino y la presa, un auténtico tamaral de mochos. Abundan los bosques de galería en este Duero amplio que inunda con frecuencia tierras que, por eso, no pueden destinarse a cultivo. Mejor, así se amplía el refugio para aves y otros animales.

Caseta con nogala

Garcetas grandes y un misterio pendiente

Cerca del canal de Toro sorprendo un grupo –unos individuos en el suelo, otros en el aire- de garzas reales y de garcetas grandes. Nunca había visto estas últimas, blancas, elegantes, gráciles… Pero ahí estaban –al menos 7 u 8- mezcladas con las otras, visibles habitualmente.

Aquí lo dejo para continuar en la entrada siguiente. Pero mantener la tensión anuncio que esa próxima entrada llevará por título El misterio de los ríos Bajoz y Hornija.

Duero

 


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