Ya sé que no estamos en primavera, pero la salida del pasado fin de semana transcurrió bajo un clima primaveral: nubes y claros, viento racheado, alguna aguarradilla, temperatura suave… ¡Felices de disfrutar en agosto de una excursión tan fresquita!
Lo del agua fue debido, en buena parte, a que los primeros 16 km rodamos por la sirga del Canal de Castilla, con esas aguas que suavizan la dureza de Castilla y su Tierra de Campos. Es una cinta verde –y húmeda, claro- que adorna los campos secos y cansados del verano. Aquí hay abundancia de arbolado y muchas de las plantas se mantienen en floración, dando un toque multicolor al paisaje. Además, mientras sigues esta cinta no tienes que hacer esfuerzos por subir cuestas, en el Canal todo es llano.
Y el páramo. Subimos por la fuente del Rey, bien conocida por otras excursiones. Intentamos explorar el cercado de la casa de Ramírez, enfrente: ¡imposible moverse a causa de la densidad de la maleza! Hay que venir expresamente preparado para ello, así que lo dejamos para otro momento mejor.
Un poco más al norte descubrimos una fuente seca e intentamos rodar por un sendero que sigue el cerral. Pero es un sendero poco transitado, con demasiadas hierbas y arbustos, además de piedras sueltas de buen tamaño. Así que en parte lo conseguimos y en parte hicimos lo que pudimos. Vamos contemplando diversas vistas de la ciudad de Palencia y del amplio valle del río Carrión hasta que llegamos al vértice geodésico que señala el punto más alto del páramo a la vez que su extremo nordeste. Se llama Cascabotijas y está a 876 metros. Circulamos por el bocacerral y subimos a un camino del páramo cuando llegamos a zona conocida, ya rodada en otras excursiones. Pero a la altura de la fuente de Valdelarroñada, volvemos a explorar el bocacerral. Aquí el páramo ha sido bien aprovechado, y vemos las señales de grandes y antiguos bancales. La tierra es buena y hasta húmeda, según señala la abundancia de junqueras.
Llegamos a Autilla del Pino. Tengo sed y hay un perro enorme junto al caño de la fuente. Se quitará de ahí en cuanto llegue, pensé. Pues no. Aprieto el caño y se pone a beber del chorro, como si fuera él el amo y yo su criado. ¡Cosas veredes! Cuando se sacia y me deja, bebo yo. Se va sin decirme nada, ni un ladrido de agradecimiento o un lametón en la rodilla… ¡Ni los perros son los de antes!
Salimos por el cementerio y a partir de aquí, todo es volar atravesando rastrojeras, perdidos y cañadas. Otras veces no me había en fijado en la valla de piedra, acompañada de encinas, que separa la cañada leonesa de las tierras de Font. En vez de bajar directamente por el primer barco al valle de San Juan, tomamos un camino desde el páramo que, tras 5 km cruzando por distintas vaguadas y colinas, nos dejó en el citado valle. Desde este punto a Dueñas había poco menos de 2 km.
Aquí se ve el recorrido.