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Channel: Valladolid, rutas y paisajes
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El Chopón, Valdiguiente, el Castro… (entre Villavaquerín y Castrillo Tejeriego)

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Día de mucho calor. Dispuestos a subir y bajar –una vez más- por los estrechos páramos del Jaramiel, fruto de la disputa con el Duero y Esgueva por esculpir laderas y cantiles.

Subimos al primer páramo desde Villavaquerín por el camino de Puerta Suso, que nos deja disfrutar de un buen sombreado creado por los robles del monte, a la vez que contemplamos el valle del Jaramiel con el manantial de los Lanchares y el llamativo chopo de la fuente del Arroyo Antolín. Una vez arriba y después de rodar a campo traviesa, el viento a favor facilita un rodaje raudo, acompañados por los enormes robles de los caminos.

Así se nos presentaban los campos

El Chopón

Nuestra idea era pasar por la cabecera del arroyo del Chopón, pero nos cuesta decidirnos, pues el camino ha desaparecido entre la abundante maleza. Menos mal que el cereal está cosechado y podemos intentarlo a campo traviesa una vez más. Cuando llegamos al vallejo, todo está invadido por la maleza –tanto verde como seca- con el chozo de pastor y corraliza que ya conocíamos en la ladera de enfrente, con la higuera y ¡sorpresa! el arroyo trae el agua suficiente (y cristalina) para formar un pequeño encharcamiento a los pies de los corrales. Parece como si hubiera sido hecho por mano de hombre. A pesar de la maleza se trata de un pequeño vergel al que poca gente llega, pues los caminos tradicionales ya no existen.

Agua en el Chorrón

Remontamos el arroyo hasta llegar a la cabecera, donde hay sembrados girasoles. La tierra, bien negra, está húmeda, con pequeñísimos charcos. Por aquí aflora el manantial y los jabalíes lo saben.

Valdiguiente

Rodamos hasta los cerrales que dan al Jaramiel. En el pago denominado la Romera encontramos ruinas de chozos y corrales. En Valdiguiente descubrimos otros corrales con su chozo, también en ruinas, y el nacimiento del arroyo Valdiguiente que da nombre a la zona, y no sólo nombre, pues riega una pequeña extensión –ahora de alfalfa- que contrasta por su verdor con el resto del paisaje.

El chozo de Valdiguiente

Después de contemplar preciosas panorámicas del valle y de Castrillo, bajamos al pueblo para refrescamos en sus caños, donde leemos que el agua no es potable. Sin hablar, miro a un vecino ya mayor que me dice:

yo he bebido de esas aguas toda la vida y aquí estoy.

Pues yo también y aquí sigo estando, y seguimos camino. Rodeando el castillo y las bodegas, subimos al páramo por Valdenebreda. Otra vez la planitud. Nos acercamos al cerral cerca del pico Serrano y contemplamos por anteúltima vez Castrillo.

El agua de Valdiguiente suaviza el paisaje

Páramo del Castro

Retomamos el rumbo por el valle de Carrapiña, en cuya ladera norte descubrimos un chozo que parece haber siso reconstruido. Después nos tropezamos con un viejo pozo protegido por almendros y un ciprés. Y dejamos el valle para abordar primero como un portillo al que llega una cañada desde los montes de enfrente y luego una estrecha lengua de páramo que nos conduce a un cabezo denominado páramo del Castro.

Valle del Jaramiel con Castrillo al fondo

Se trata de otro lugar perdido en el paisaje cerrateño. Es difícil acceder a él, pues no hay camino sino de cabras y, de hecho, rodamos o bien caminamos por la lengua bordeando luego el paramillo (divisamos por última vez Castrillo) contemplando la falda opuesta con las cañadas, arroyos y regueras acompañados de vegetación que caen hacia el Jaramiel.

Aspecto del paramillo poco antes del Castro

Sin ninguna duda, en otros tiempos hubo aquí un castro –los topónimos no saben mentir- pero ahora no vemos rastro alguno. Un joven corzo nos mira entre las abundantes matas de encina y tarda en arrancarse. Llegamos al extremo oeste –al fondo Villavaquerín- y de nuevo nos entretenemos en la contemplación de este valle surgido gracias a las aguas del Jaramiel. Estamos sobre una ladera cortada a pico, que contrasta con casi todas las demas, que caen suavemente desde el páramo. Razón de más para que precisamente aquí hubiera un castro.

Corzo

El calor aprieta como pocos días del verano y se acaba el agua: no queda otra que poner rumbo a Vaillavaquerín. Vajamos jugándonos la vida por el único camino (?) disponible que nada tiene de vía para humanos y salimos a la Sinova. Después de un pequeño tramo por carretera, rodamos por un camino que nos dejará en la meta. Se impone un refresco en el viejo lavadero.

El páramo del Castro visto de frente

Y aquí tenéis el trayecto seguido.


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