Cerca de Peñafiel se produce una verdadera confrontación de ríos y arroyos: el Duero viene del este; los ríos Botijas y Duratón, del sur; el arroyo de Fuente la Peña o de la Vega, embravuconado y rebelde, es de los pocos que se atreve a seguir un rumbo contrario al Duero, y lo asalta a contramano, lo pretende atajar más aun que el propio Adaja. Por si fuera poco, los arroyos Madre y de la Esgueva se presentan con aguas nacidas al norte. Debido a esta contienda -sobre todo a la acción de las aguas rebeldes– descubrimos un paisaje en el que la unión del valle con el páramo calcáreo no produce suaves laderas, sino riscos, cabezos, cerros, lomos, peñas, pequeños llanos, hoyos, barcos y rebarcos, cotarros… en fin, un paisaje digno de una auténtica batalla en la que nadie sabe ya quién ha vencido.
Bien, pues vamos a dar un paseo por esta comarca en busca de las Peñas de Quintanilla de Arriba. Casi sin querer, nos encontraremos también con una perdida cañada merinera y con algunos chozos y corrales.
En Quintanilla nos vamos hasta la estación del Tren de Ariza y acompañamos a la vía -poblada de matas de encina y roble- hasta el primer cruce. Un fuerte quejigo señala el viejo paso a nivel. Pues por aquí, por la falda, al nivel más bajo, discurría la cañada merinera, que iba poco a poco ganando altura buscando el ras del páramo. Donde nuestro camino se cruza con la cañada, dejamos ambos y subimos casi a campo traviesa -el camino son dos suaves roderas imperceptibles- hasta un cabezo -el mapa señala 825 m- que se asoma sobre el valle del Duero. Es una pena: los pinos carrascos impiden la contemplación del paisaje en casi los 360 del cabezo, salvo donde han emplazado una antena y hacia el este.
Bordeando el paramillo tenemos excelentes vistas sobre Quintanilla y también hacia Peñafiel; la ladera está plantada de almendros y aun se ven muros derrumbados que seguramente delimitaron propiedades. En este páramo hay baldíos -demasiada piedra el la superficie- cultivos de cereal y barbechos. Es difícil llegar hasta aquí y no hay tierras extensas y abiertas; de todas formas, se nota que antaño todo era monte y las máquinas no dejan de avanzar en su roturación.
Un bando de buitres pasa muy cerca, tanto que oímos el ruido de sus plumas cortando el viento. También los rebecos suben y bajan la abrupta ladera. Es curioso: los animales de buen tamaño son mu fáciles de proteger. O, dicho de otra forma, en cuanto se les protege aumenta su número. Pero no sabemos qué hacer para que vuelvan las oscuras golondrinas y los gorriones callejeros. Un azor, en cuanto nos ve, levanta el vuelo junto a un pinarillo. Distinguimos los primeros vencejos del año; nunca les habíamos visto tan rezagados (hoy es 11 de mayo), parece que han llegado con diez o doce días de retraso.
Entre pequeñas subidas y bajadas, ondulaciones del terreno, siempre contemplando el valle del Duero hacia el noroeste y hacia Peñafiel, nos topamos con un chozo de pastor que estuvo integrado en un conjunto de corrales, hoy desaparecidos. Se trata, seguramente, del chozo de Miralbueno: curiosamente, su puerta mira hacia el norte, como para ver directamente Quintanilla -increíble panorama sin moverse de la cabaña- despreciando las inclemencias climáticas. Se encuentra en buen estado, y justo hasta él han llegado los agricultores roturando el monte. Pero lo han respetado.
Enseguida tenemos otro conjunto de chozos con sus corrales. Uno se encuentra medio destruido y el otro medio reconstruido. Los corrales se encuentran en un estado más que regular. Pero el paisaje donde se levantan sigue siendo excepcional, como todo lo que hasta ahora hemos venido recorriendo.
Por fin llegamos a las Peñas. Son cantiles cortados a pico, en vertical y con calizas aéreas sobresaliendo, desde el mismo canto del páramo. Abajo, en nuestros pies, el valle. Da vértigo mirar. Y da pavor ver nuestros pies asentados entre el canto y alguna grieta que lo está separando para desprenderse más o menos pronto. Más vale retirarse hacia el páramo… Al lado está otro cabezo en el que se levanta una cruz: otro sorprendente miradero no solo de Quintanilla y su entorno sino de todo el amplio valle creado por el Duero, después de ganar la partida a las aguas del Duratón, Botijas y Prado.
Bajamos ahora hacia el este por una tierra en barbecho y luego junto a un bacillar, hasta que retomamos la cañada merinera. Curiosa cañada: viene de Peñafiel, pasa entre Padilla y el Duero y empieza a subir, ya lo hemos dicho, donde nosotros hemos dejado la vía. Ahora ya se ha encaramado a una tortuosa loma que sube y baja, culebrea, y de cuyo suelo, bien duro, sobresale abundante piedra caliza. No da para que se mantengan robles o encinas, sí algún matorral y plantas rastreras, acostumbradas a sobrevivir en las peores condiciones. Pues por aquí cruzaban los rebaños, para no molestar a los agricultores. De hecho, la cañada ya ha desaparecido donde ta tierra es buena y llana. Seguirá zigzagueando por el páramo con el nombre de Peroleja, subiendo y bajando, hasta las proximidades de San Miguel del Arroyo, luego pasará cerca de Cogeces de Íscar, Megeces, Alcazarén, la Mejorada…. trasportando los rebaños de la sierra de la Demanda hasta Extremadura. Bueno, eso hasta el siglo pasado. Ahora, casi ni para los rebaños locales.
Ya en el páramo, dejamos la cañada para llanear unos kilómetros por buen firme. Algunos robles solitarios adornan el paisaje y, finalmente, bajamos por el camino del Pozo. Nos topamos todavía con el esbelto chozo de Ventura -herido de muerte, si no lo reparan pronto-, dejamos el picón de las Cárcavas a la izquierda, las Peñas a la derecha y llegamos a Quintanilla. Un corto y agradable paseo de unos 18 km; aquí lo podéis ver.