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Arenales del Villar y desembocadura del Trabancos

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arenales-del-villar-pollos-2016En este paseo no salimos del término de Pollos. Corto, pues no supera los 30 km. El parte (o eltiempo.es, como se prefiera) amenazaba con chubascos que no se hicieron realidad. La temperatura, incluso agradable a pesar de que el sol no hizo acto de presencia.

El Duero, entre Tordesillas y Pollos se siente especialmente libre, pues sale del ámbito de las laderas del páramo de los Torozos, que le oprimen y aún no ha llegado a la Dehesa de Cubillas, cuyas peñas le cortan el paso y le obligan a tomar dirección sur. Tal vez por eso –y porque ha recogido arena de sus tributarios que cruzan Tierra de Pinares-, describe grandes curvas y meandros donde deja, en la orilla convexa, extensos arenales, además de grava y cantos rodados. Y no sólo esto, también los propios árboles de los arenales atrapan troncos de todos los tamaños que llegan con las crecidas. Claro que igualmente, las aguas depositan bidones, plásticos, botellas y todo tipo de basuras.

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Senda que nos conduce a los  arenales

El Duero se deja ver como siempre fue. O casi. Debido a que en toda esta zona no hay presas de centralitas eléctricas, resulta que ¡el agua corre! entre cantos rodados y arenas, formando tablas e incluso rabiones; y no hay casi pecina, a pesar de que ahora lleva poca agua.  O al menos eso vimos en los arenales del Villar, aguas arriba de Pollos. Hace años estos arenales debieron ser mucho más grandes y puros, pues se nota que hoy crecen demasiados arbustos e incluso algunos árboles, cuando no se plantan choperas, como en el del Charcón o en la Marota. Incluso aguas arriba de Pesqueruela antaño hubo abundantes playas; hoy han desaparecido todas colonizadas por árboles y arbustos. Lógico, pues los ríos han disminuido su caudal.

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En los arenales

Abundan los tamarizos -ahora de un elegante color burdeos-, los grandes chopos, algunos álamos y fresnos y, también, enormes sauces que no se dejan ver en otros lugares. Ahora, el arenal tenía zonas de hierba y, cerca de las arboledas, la arena se cubría con las hojas caídas.

Curiosamente, entre la arena y la grava, se veían restos de cerámica sin aristas, redondeados por el continuo lamer del agua. ¿De dónde provendrán? ¿Medievales? Porque por allí no hay poblaciones hasta Tordesillas, aunque las hubo. También se dejan ver valvas de náyades y almejas.

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Pedregal

Veremos patos –pues nadie les molesta-, cormoranes, garzas y algún milano real. En un bosquete de álamos contiguo a este arenal hay una colonia de nidos de cigüeña o, tal vez, de garza. En los charcos que se forman después de las crecidas quedan atrapados peces, por eso todavía vemos los restos -cabeza, espinas y escamas- de grandes carpas.

Pues esto ha sido, más o menos, el paseo por los arenales del Villar. Aguas arriba podemos pasear por otros arenales –algunos, como los de la Moraleja, está cercado y con ganado. Hubo incluso una ermita dedicada a Nuestra Señora del Arenal: se la cita así en 1613, pero antes fue parroquia de una localidad desaparecida, junto a las aceñas de Zofraguilla. Terminó destruida por el ejército inglés en la guerra de la Independencia. En cuanto nos salimos de la ribera, vemos los campos de labor de Pollos de una horizontalidad casi perfecta, sólo rota por los solitarios nogales.

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El Duero

* * *

Vistos los arenales, puse rumbo hacia Bayona, pasando antes por el Charcón, que también es un arenal, por choperas de abundante fusca, por el Prado (de la Alegría) que realmente es una intrincada arboleda y, al llegar al Soto, pude comprobar que el río se estaba merendando la orilla izquierda, que es de simple tierra de cultivo. A la izquierda se deja del despoblado de La Porra y, nada más cruzar el Trabancos –sin agua, claro- pude apreciar cómo los cantos rodados cambian de tamaño, para convertirse en piedras –también rodadas– de varios kilos. Curioso.

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Esta es la desembocadura

Por la orilla izquierda –entre la casa de Bayona y el cauce-hay un camino, paralelo a este río seco, que acaba saliendo a zona de cultivo y, justo por el límite entre ésta y la enmarañada ribera, nos conduce hasta las proximidades de la desembocadura en el Duero. Digo hasta las proximidades porque los últimos 150 metros son de aúpa: hay que pasar por una franja de abundantes zarzas en la que uno podría quedarse enganchado. Tal vez en pleno invierno, con el zarzal reducido por las heladas sea el mejor momento para acercarse, siempre que el río no venga un poco crecido. Total, que al final pude llegar a la desembocadura propiamente dicha. Es como si un arroyo pequeño –se puede saltar de un brinco- desapareciera en un río caudaloso. Y el arroyo lleva agua en este último tramo debido al nivel del Duero, que se mete dentro de su cauce. Pero puedo decir que lo he visto. Creo recordar que hace muchos años llegué también a este punto por una acequia paralela a la orilla derecha del Trabancos.26-noviembre-239

En Bayona; la dehesa de Cubillas al fondo

***

Para terminar la aventura y pedalear un poco, me fui siguiendo el Duero hasta una alameda frente a la peña roja donde comienza el encinar de Cubillas para volver hacia el Trabancos y recorrer su cauce hasta las Peñas de Santa Cecilia. Desde allí, me dejé caer por un buen camino hasta Pollos, donde tuve la suerte de encontrarme con Daniel, que me invitó a una cerveza para terminar la tarde. Anochecía.

¡Ah! Antes, como seguimos en otoño, la merienda fue ofrecida por un nogal junto al Duero, un manzano cerca de La Porra y un majuelo joven que tenía racimos sin vendimiar, cerca de las Peñas de Santa Cecilia.

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