Viene de la entrada anetrior
Buscamos agua en el recinto de la Santa Espina, pero las fuentes se habían helado. Aun así, se estaba bien entre los murallones del viejo monasterio disfrutando de un tímido sol bajo gélidas nubes que daban frío sólo con mirarlas.
Y nos topamos con el Bajoz, que viene de ver la luz en la fuente de las Panaderas, en pleno páramo, recibe las aguas medicinales de la fuente de la Salud y pasa por Castromonte, donde bebe otros manantiales. Desde esa localidad hasta la Espina, le daba tiempo a mover dos molinos y a formar un embalse tan pequeño como hermoso. Luego se aleja para atravesar San Cebrián, Mota del Marqués, Villalbarba y Casasola, y desembocará en el Duero junto con otro río que también nace casi hermanado con él, el Hornija, de La Mudarra. En total, recorre 53 km, aunque es un arroyo seco en verano más que un verdadero río…
Justo en la puerta del monasterio tomamos un simpático camino por la orilla izquierda del río, adornado, de vez en cuando, por hileras de chopos y sauces aislados. A nuestra izquierda dejamos el camposanto del poblado de la Santa Espina. En la orilla derecha, los restos de un antiguo molino. Un poco más allá, enormes piedras que parecen haber caído rodando desde lo alto del páramo.
Y un amplio valle, tranquilo y verde que tiende a ensancharse. Abajo cultivan los agricultores sus tierras y, arriba, por las vargas rebosan las encinas y robles del páramo. El lugar no puede ser más apacible, olvidado y hermoso; se comprende bien por qué fue elegido por los monjes cordobeses para levantar un monasterio, y más tarde por la infanta doña Sancha y los monjes de Claraval para fundar la Santa Espina.
Nos paramos a ver la Granja, con su viejo edificio y su terreno protegido por murallas. Bajo un enorme sauce buscamos una fuente que ha desaparecido. Cerca, un molino restaurado parcialmente que parece surgir de manera repentina. Seguimos pedaleando por la ladera, entre ramas de pino que pretenden frenarnos, hasta llegar a la fuente de las Arcas, entre una balsa helada y un simpático puente de madera.
Rodamos un poco más casi a campo traviesa hasta tomar el camino que sube a la ermita del Cristo de Santas Martas, con su estanque, merendero, fuente y su enorme moral, lugar que ya conocemos bien, siempre adecuado para recomponer fuerzas.
Subimos al páramo –monte de molinos de viento- para bajar, último tramo y a tumba abierta, hasta San Cebrián. Nos acercamos al pozo donde un burro movía la noria y damos por terminada la excursión de hoy, fresquita como pocas.
