(Viene de la entrada anterior)
En Villagarcía nos hablaron de una fuente no lejos del molino, y allá nos fuimos. Se llama de Cañicorrales, y se encuentra en el comienzo de la ladera del páramo, en medio de un sembrado de cereal. Antaño no debió de ser exactamente así, pues la senda del Aguador unía la fuente con el pueblo. Se trata de una gran arca cerrada con bóveda de medio cañón que recoge las aguas de una manantial. El agua sigue fluyendo hoy si bien, a unos cien metros, resulta absorbida por el terreno.
Un buen rebaño de ovejas pasta en un perdido junto al camino. No hay pastor, sólo dos mastines leoneses que se acercan hasta nosotros ladrando, por si acaso. Y nosotros, por si acaso, aceleramos el ritmo. ¡Qué bien lo saben hacer estos currantes! (Y los filósofos les llaman irracionales)
El sol ha salido. Se han abierto grandes claros en el cielo. Se ve la niebla pegada en la superficie del páramo; mucho está costando que se vaya. Pero ahora rodamos cuesta abajo y con el viento en popa. Nos paramos para contemplar un chozo de pastor medio derruido en el pago de Las Arenas. Al menos este no ha corrido la misma suerte que el chozo de Miraflores, que levantó oleadas de artículos. Este va a desaparecer bien calladito, sin que nadie se entere. Tiene una piedra con tonalidades naranja preciosa. En un día como hoy resultaría un agradable hogar al pastor correspondiente. ¡Qué viento tan frío!
Cruzamos el Sequillo -¡qué fría debe estar el agua!- queriendo ir Tordehumos, pero no Nos dedicamos a perder el tiempo –conste que lo damos por bien empleado- en los variados palomares que vemos a nuestro paso. Unos solitarios, otros en cercados donde hubo pajar, almendros, garrafales e incluso alguna noria; unos de planta circular, otros cuadrados; unos con adornos, otros más sencillos pero, desgraciadamente, todos en ruina, o sea volviendo a la tierra de donde salieran hace ya ¿cuántos años? Le verdad es que algunos de estos recintos fueron algo así como el paraíso terrenal para sus dueños: palomar que daba pichones tiernos, noria que sacaba agua, cermeños que daban perillos, higuera higos, almendros almendrucos, pajar para las bestias, e incluso algún pequeño bacillar de albillo que acababa produciendo buen caldo… Pero, hoy día, lo despreciamos.
Ahora no nos queda más que rodar. Primero por carretera hasta Villabrágima, donde la torre de Santa María y la del Reloj devuelven los rayos de sol. Nos desviamos en el humilladero y ¡qué bien se rueda con el viento a favor! Y con la luz del sol, que también nos empuja a su manera después de tantos días de nieblas. En la lejanía, se esfuma la torre de Santa María, en Medina de Rioseco. Al norte, la meseta de los Torozos no nos deja.
Entramos de nuevo Valverde de Campos. Cruzamos bajo el puente del Tren Burra. Nos sorprende una puesta de sol plena de arreboles. Subimos al páramo por Valdetura, primero suave pero luego se empina, en pocos metros. De nuevo cruzamos Coruñeses y, ya de noche, vemos las sombras -¿o son fantasmas?- de los quejigos del monte de las Liebres. Dejamos para otra noche pasear por este robledal buscando el diálogo de los fantasmas que allí sin duda moran. Hemos llegado a Valdenebro de los Valles a oscuras pero con luna.
